Veracruz. México; 23 de noviembre de 2016.- PASAMANOS: Algunos preguntan el momento en que Veracruz, al que cantaron Agustín Lara, Toña la negra y Pepe Guízar en el siglo XX, mudó de paraíso terrenal en el infierno.
Unos dirán que fue con Agustín Acosta Lagunes, 1980/1986, tiempo aquel de “La Sonora Matancera”, integrada por los caciques y sus pistoleros.
O con Fernando López Arias, 1962/1968, cuyo director de Seguridad Pública, Manuel Suárez Domínguez, se quitara la vida confinado en una cárcel de Estados Unidos por sus ligas con el narcotráfico.
Nadie dudaría, pero al mismo tiempo, se trató de un brinco histórico entre un sexenio y otro, casi casi “borrón y cuenta nueva”.
Sin embargo, a partir de Patricio Chirinos Calero, 1992/1998, los malosos tomaron carta de adopción en Veracruz y al ratito fueron declarados huéspedes distinguidos de la tierra jarocha.
Fue en el chirinismo cuando la vida empezó a pudrirse, corroyendo todo el cuerpo geográfico hasta llegar a Javier Duarte, acusado por la PGR de delincuencia organizada y lavado de dinero, y en que los carteles y cartelitos se volvieron dueños absolutos de la jugosa plaza local.
Diríamos que el precursor del gran movimiento de los capos fue en aquel sexenio cuando con un bajo perfil, sin arriesgar la vida de los civiles, la droga fue traficada de sur a norte del país por carretera, además de la droga operada por la vía aérea con pistas clandestinas y la introducida por la vía marítima.
En el pasillo político se sabía. Pero al mismo tiempo, y como un reflejo de las llamadas “buenas conciencias”, nadie decía nada. Todos se hacían tontos. Valores entendidos, pues.
Más aún: Quintero Meraz compró 12 residencias en el fraccionamiento “Costa de Oro” de Boca del Río, convertidas en casas de seguridad, además de las casitas de seguridad en algunas colonias proletarias del puerto jarocho.
Un escritor de literatura negra diría que aquel señor de la droga usufructuaba la protección oficial porque se movía en el territorio jarocho como en casa, sin que ninguna autoridad lo viera.
BALAUSTRADAS: Tampoco lo miraron en el sexenio de Miguel Alemán Velasco.
Peor tantito: Alemán compró una casita en “Costa de Oro” y la buena suerte quiso que su vecinito fuera Quintero Meraz, cuyas casas estaban divididas por una pared.
Quintero alcanzó la felicidad plena, pues además de que Veracruz era su paraíso, la vecindad con el gobernador en turno le permitió, quizá, digamos, que hasta se dieran los buenos días con una sonrisita tipo Miguel Alemán Valdés.
Un día, en la segunda parte del sexenio, el general comandante del campo militar de “La boticaria”, Roberto Badillo, quien también vivía en Costa de Oro, pasó frente a la casa de Alemán como parte de su ejercicio cotidiano.
Y de pronto sintió una iluminación superior.
En la casa vecina miró una camioneta que le pareció blindada, y como dicen en el argot policiaco, sospechosa.
Y al día siguiente otra vez.
Y al siguiente de nuevo.
Entonces, prudente se acercó y al pasar por la camioneta le dio un guamazo con el puño y confirmó que, en efecto, estaba blindada.
Su olfato especializado hizo que de inmediato llamara a “La Boticaria” para que le enviaran unas patrullas.
Pero algo sucedió en el internet que cuando los militaron llegaron, Quintero Meraz estaba escapando y/o había escapado por la puerta trasera y/o quizá, a través de un túnel tipo Joaquín “El chapo” Guzmán.
Pero los soldados lo ubicaron y lo persiguieron en su huida hacia el norte de la ciudad, en una colonia proletaria donde tenía otra casa de seguridad.
Horas más tarde, lo detuvieron.
Y fue confinado en el penal de Almoloya, donde cumplió una condena y hace poco fue liberado.
ESCALERAS: Con Fidel Herrera Beltrán, del capo solitario en Veracruz que fuera Quintero Meraz, las puertas se abrieron a varios carteles.
Y la locura social comenzó.
Aun con baja intensidad, el tráfico de drogas se tradujo en secuestros, desaparecidos, asesinados y fosas clandestinas.
Los señores de la droga disputando la plaza.
Incluso, se llegó a lo peor: las versiones de que la delincuencia organizada filtró a las corporaciones policiacas y por añadidura a los mandos medios, bajos y altos.
Lo peor: también se adueñaron de algunos penales regionales y ellos mandaban como parte del llamado co-gobierno.
Un día, el góber fogoso nombró director de Prevención Social a Zeferino Tejeda Uscanga, y unas horas después de tomar posesión, sentado en su escritorio, sonó el teléfono rojo.
Eran los carteles:
--Lo saludamos, director. Con el anterior teníamos un pacto. Denos su cuenta bancaria para el primer depósito.
--Déjenme pensarlo, les dijo Tejeda Uscanga.
Al día siguiente y al siguiente otra vez.
Ceferino contó a su padre la circunstancia y el padre le pidió que renunciara.
Y sin más, le renunció a Fidel Herrera, quien nombró sustituta a una mujer, luego premiada con una notaría en Martínez de la Torre.
Los carteles se adueñaron así de la tierra jarocha. Desde el mismo centro del poder estatal. Con la bendición de los jefes políticos. Dejando hacer y dejando pasar.
En todo caso, unos carteles operando en el fidelismo y otros en el duartismo. Incluso, repitiendo unos en lo que el politólogo Carlos Ronzón Verónica ha denominado la “Decena Trágica”.
Y si en el chirinismo la vida de los civiles se respetaba, ahora la cuota de la muerte incluye a niños, mujeres y ancianos. “Daños colaterales” le llamaba Felipe Calderón, quien dejara 20 mil muertos.
La huella del narcotráfico en Veracruz con Patricio Chirinos, Miguel Alemán, Fidel Herrera y Javier Duarte.
Un nuevo gobernador tomará posesión en ocho días…