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Güey, creo que te pasaste, acuérdate que es policía el bato de los "malos" y que es un culero

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Güey, creo que te pasaste, acuérdate que es policía el bato de los "malos" y que es un culero, dicen que le quebraste el tabique, ese cabrón no se va a quedar así

Sergio departía entre sus amigos cuando le llegó la noticia: el novio de la mujer que había sido su esposa golpeó a su hija, no más porque se puso a llorar y a gritar. Se molestó mucho y anudó las manos, con mucha fuerza. Los que se dieron cuenta y lo conocían le recomendaron que se calmara, que era algo que debía tratar con ella y no con él para evitar más problemas.

Todos sabían que ese con el que andaba la ex esposa era policía y de los malos. Su expediente tenía manchas de llanto y sangre, sudor y jirones de piel. Se echó unas cervezas y trató de distraerse. Al día siguiente la buscaría, ya más tranquilo. Pensó. Y así lo hizo. Llegó a la casa de su ex y ahí estaba él. No se aguantó las ganas y los nudos de dedos y manos se hicieron un grueso martillo, un mazo.

Le dio tan duro, sin darle tiempo de defenderse, que rápidamente lo tumbó. Encima de él, y apenas manoteando, le dio otros más en la cara y la cabeza. Apareció la sangre en su boca y nariz y los gritos de ella hicieron que se detuviera. El poli parecía inconsciente. Él se levantó, los miró a ambos. Levantó el índice de fuego y les advirtió que esa era la última vez que tocarían a su hija.

Salió de ahí con los puños adoloridos pero satisfecho. Todavía temblaba cuando se bajó del carro a buscar a sus amigos y hermanos, reunidos en la casa de un familiar. Hasta allá llegó el mitote de que le había puesto una madriza al novio de la que había sido su mujer: güey, creo que te pasaste, acuérdate que es policía el bato y que es un culero, dicen que le partiste la nariz, que le quebraste el tabique, creo que debes cuidarte porque ese cabrón no se va a quedar con los brazos cruzados, va a querer madrearte. Él solo escuchó los comentarios. Sabía que tenían razón pero para él no era un poli sino el que maltrató a su hija.

A los tres días acudió a una fiesta. Se echó unas cervezas con parsimonia pero no llegó a embriagarse. Se le veía pensativo e inquieto. Qué te pasa, loco. Nada, nada. Solo ando medio preocupado. Chocaron los cristales transparentes de las pacífico. Esa noche, extrañamente, se levantó y se despidió de todos: de mano y abrazo, y agregó besos cuando se trató de las mujeres. Qué raro, él nunca se despide y menos así. Si acaso de lejos. Salió de ahí con pasos lentos.

Se estacionó ahí cerca, a la orilla de la avenida. A medio camino de la casa de su ex. Llegaron dos en una motocicleta y se pararon del lado de Sergio. Lo saludaron de mano y algo breve se dijeron. Dos minutos y ahí estaban de regreso, los de la moto. Se pusieron del mismo lado y dispararon ráfagas. A todos les pesó su muerte. Y la de ella, la novia de Sergio, quien tenía cuatro meses de embarazo y estaba con él en el carro.

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