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“Vete mucho a la verga puta, te vamos a llevar con los Templarios cabrona"; La matanza del gobierno en Apatzingán

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“No me peguen más, estoy embarazada”, suplicó Rosa Isela Orozco Sandoval al policía federal que la golpeaba mientras dormía en los portales del palacio municipal de esta ciudad, donde participaba en un plantón por el alto precio de las tarifas de luz.

La respuesta del policía fue contundente: “¡Vete mucho a la verga, puta!”. A partir de ese momento inició la tortura: “Me agarraron a patadas. Después me daban muchos golpes por las caderas… Lamentablemente perdí al bebé. Era una niña”.

Rosa Isela, es parte de un grupo de sobrevivientes del operativo realizado por la Policía Federal en esta ciudad, el pasado 6 de enero afuera del Palacio municipal y en la avenida Constitución, donde murieron 16 personas, entre ellas, niños y mujeres.

El operativo, ordenado por el ex comisionado para la Seguridad de Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes, es calificado como “una matanza” por estos sobrevivientes que por primera vez han decidido mostrar sus rostros, para denunciar la tortura, y la “fabricación” de delitos que sufrieron por parte de la Policía Federal.

Un total de dos mujeres y 41 hombres fueron detenidos y acusados de “asociación delictuosa y portación de armas de uso exclusivo del Ejército”. El ex comisionado Castillo Cervantes afirmó que de acuerdo a los dictámenes periciales y pruebas, los detenidos eran responsables de seis de las personas asesinadas durante el operativo.

Los 44 estuvieron presos 11 días, pero luego el el juez Quinto de Distrito con sede en Uruapan, Jorge Armando Wong Aceituno, concedió la libertad a 38 de los detenidos porque dijo que no “encontró elementos” para procesarlos por los delitos que se les imputaba.

Rosa Isela Orozco Sandoval y Mirusbella Lara García, fueron liberadas luego de sufrir la tortura, al igual que el resto: “Nos llevaron detenidas sin una orden de aprehensión. Nosotras no estábamos haciendo nada. Nos metieron presas por un delito que no cometimos. No recibí una atención médica, perdí mi embarazo. No me atendieron para nada. Iba demasiado golpeada. Pido que hagan justicia, que me limpien mi nombre porque soy inocente y no tenía porque quedar con un récord tan horrible por algo que no es verdad. Me ponen como la peor delincuente con unas armas que en mi vida había visto”, dice Rosa Isela de 21 años.

Y muestra el documento dirigido por Natasha María Bidault Mniszek, directora general del Centro Federal Femenil Noroeste, que acredita su libertad, pero no la declara inocente: “Quiero que me limpien mi nombre, quiero justicia, que enjuicien a los policías federales que nos torturaron y a los que fueron ejecutando gente”.

Recuerda que la madrugada del 6 de enero fue a comprar juguetes para regalar y decidió apoyar a la gente que protestaba en los portales del palacio municipal cuando la sorprendieron los balazos: “De pronto sentí a los federales encima. Estaba todo muy oscuro. Nos empiezan a golpear con muchas groserías y me llevan bien golpeada”.

Dice que uno de los federales le gritaba: “Te vamos a llevar con Los Templarios, cabrona”. Había otra muchacha y el policía decía: “Péguele porque si ella tuviera armas le dispararía”. Y yo le dije: “¿Armas, de dónde?. En mi vida había visto un arma.

Los policías que la torturaban le gritaban: ¿Dónde están las armas?. Y ella les preguntaba: ¿Cuáles armas?: “Entonces, me pegaban más y me cacheteaban”.

Cuenta que fue testigo como los federales iban “rematando” gente: “Allí cayeron varios desarmados. No había armas. Cuando me llevaban presa, había unas muchachas heridas y llegaron y las remataron. Mi pantalón estaba lleno de sangre, pero era sangre de ellas mismas. Yo vi como a los que estaban tirados, llegaban y los remataban. Fue una matanza, no dieron chance de que nadie se defendiera y además nadie andaba armado”.

Explica que entre el caos, los federales ayudados por los militares iban deteniendo gente que no tenía nada que ver en el plantón: “A los detenidos, nos encañonaban horrible por todos lados, por la cabeza, por las costillas”.

Rosa Isela llegó seriamente lastimada a la prisión y con visibles huellas de tortura. Su madre, María Concepción Sandoval Mendoza de 36 años pidió verla: “La vi golpeadísima, prendida en calentura, descalza, hinchada de todas partes por los golpes, llena de moretones porque le pegaron con un tubo. Sentí un dolor muy grande. Le dejé mi chamarra y mis zapatos. Me dijo: “Mami, sácame de aquí”. Llorando le contesté: “Yo voy a hacer todo lo posible por sacarte”.

Ambas son jornaleras dedicadas a la pizca del limón. María Concepción va vestida con un top negro y pantalón de mezclilla y usa unas grandes arracadas plateadas: “Ella se vino a comprar los reyes de mi nieta y luego supe que hubo balacera. Me voy a buscarla. Me encontré a una persona y  me dijo: “¿A dónde va? Yo le dije, a Apatzingán. Y me dijo: “Regrésese porque está feo y no están dejando pasar”. Pero a mi no me importó yo voy a buscar a mi hija y me eché a correr. Cuando llegue al lugar de la balacera, era una tristeza como había ropa de bebés bañadas en sangre, ver charcos de sangre donde había personas que ni siquiera tenia armas. Era una tristeza ver tanta injusticia. Yo vi los restos de la matanza”.

Luego de recorrer los hospitales, el cuartel militar fue al Semefo:“Anduve buscándola entre los muertos, había criaturas muertas y gente que andaba buscando a los desaprecidos, personas que nunca han aparecido. El gobierno escondió todo eso. Tenemos un gobierno corrupto, cochino que no sirve para nada. Un señor me dijo: “van muertos para Morelia. Son dos hombres y dos mujeres”.

Sin “un peso en la bolsa” se fue a Morelia y preguntó en la PGR donde le confirmaron que su hija estaba presa. Luego de verla, acudió a un abogado que le cobraba 30 mil pesos sólo por tomar el caso, luego tuvo la suerte de encontrar a otro que la ayudó hasta el final.

Con un tono de indignación, dice: “Ya estamos hartos de la corrupción, de la injusticia por el gobierno cochino y corrupto. Lo único que pido es que el nombre de mi hija quede limpio. Con mi esfuerzo le di educación y ahora no puede tener un trabajo porque le dejaron antecedentes penales. A los federales les tengo coraje, porque nadie merecía lo que hicieron. A mi hija, le pusieron una arma de uso exclusiva del gobierno, una granada y un radio. No es justo. Ella es inocente”.


POLÍTICA DE EXTERMINIO

En Michoacán la violencia sigue siendo cotidiana. Cada día se informa de un nuevo “enfrentamiento” entre agentes de la seguridad del Estado y otros grupos armados, algo que para el sacerdote Alejandro Solalinde, quien ha estado cerca de las víctimas de la violencia, es un claro mensaje para atemorizar a la gente.

Luego de oficiar una misa para las víctimas en la parroquia San Pedro en la colonia Chapultepec, explicó que los hechos ocurridos en Apatzingan o Ecuandureo, solo puede ser consideradas como “matanzas”:

“Todas estas ejecuciones extrajudiciales no son más que la nueva política del gobierno. La política de este gobierno ya no va a hacer juicios, ya no van a detener gente ni a ocupar cárceles porque ya están llenas. Ahora lo que están haciendo es exterminio, un exterminio de supuestos maleantes, pero si son o no son, la orden es exterminarlos. Si son muy chavos o no, igual. Es lo que parece decir estas ejecuciones extrajudiciales que hemos visto en Michoacán”.

Indignado por los testimonios de las víctimas, explica: “El exterminio es una política de Estado porque participan los federales, el Ejército y la Marina. Y aunque los altos mandos digan que no, es imposible, yo conozco a los militares y se como funciona todo esto. Es imposible que un grupo de oficiales contradigan órdenes porque saben que eso significa perder el trabajo y hacerles un juicio. Ellos solamente van a obedecer. No puede ser a que a ellos se les ocurrió la puntada de matar a esa gente. Son ordenes de arriba”.

Para el sacerdote católico, comprometido con los derechos humanos y la defensa de los migrantes, los hechos en Apatzingán y Ecuandureo, demuestran que el gobierno de Enrique Peña Nieto no respeta el Estado de derecho: “Cacarea, habla del Estado de derecho, pero no lo respeta, es el primero que no lo respeta. Son decisiones equivocadas de asesores equivocados que no siguen un apego a los derechos humanos o a las leyes, sino que es más fácil para ellos ejecutar porque es más cómodo y lo acaban y ya”.

Añade: “El Gobierno mexicano es el primero que firma todos los tratados habidos y por haber en derechos humanos, pero son los mismos que no los respetan, ni los aplicas, ni es congruente con ellos. El Gobierno de México si no tiene ética, menos va a tener una cultura de derechos humanos”.

SIEMBRA DE ARMAS

Las versiones de los detenidos sobre lo sucedido el 6 de enero en Apatzingán, coinciden. La mayoría son jornaleros. Algunos participaban en el plantón y todos hablan de cómo los federales iban “rematando” gente herida. José Ángel Anguiano Gómez de 39 años, añade que además en el operativo participaron hombres vestidos de civil con tenis o guaraches que usaban armas largas: “Era gente del gobierno en coordinación con los federales y el gobierno. Fue un ataque contra el pueblo y fue una traición del gobierno.

Efraín Gutierrez de 28 años es jornalero y decidió enmicar su carta de libertad por si lo detiene nuevamente la policía. Cuenta que esa madrugada acudió a la plaza a comprar los juguetes de su hija por la celebración de Reyes: “Eran las 2:30 de la mañana y yo estaba comprando los regalos de mi niña, llegué a cenar y me tocó la casualidad. No fue ningún enfrentamiento. Los muchachos andaban corriendo con palos, esa fue una matanza, la verdad se vio muy mal el gobierno. Fue una traición del gobierno. Los muchachos están haciendo su trabajo para sacar a los Templearios de aquí”.

–¿El gobierno dice que los detenidos pertenecían a los Viagras?

–Yo no pertenezco a ningún grupo. Nadie pertenecemos a ningún grupo. Todos somos campesinos cortadores de limón. Mire mis manos”.

En ese momento muestra los cortes en manos y brazos provocados por las espinas del árbol de limón. Dice que cuando lo detuvieron le s dijo a los federales que solamente pasaba por allí. Y que uno de ellos le gritaban: “¡Hijo de tu puta madre, ¿para quién trabajas?, ¿quién es tu patrón?

“Me pegaron en los testículos en tres ocasiones con un palo y en las costillas con las botas, en la espalda también. Sentía mucho dolor, rabia e impotencia porque no te puedes defender, es gobierno. Sinceramente pensé que iba a morir, la verdad”.

Otro de los federales les gritaba al grupo de detenidos: “¡Hijos de su puta madre!.. ¿No que muchos huevos? Ahora si demuéstrenlo, cabrones. Me tire de cabeza porque si me levantaba me metían un pinche balazo”.

Después de su detención, cuenta que los federales les “robaron” la cartera, el dinero, las joyas y los teléfonos celulares. Y que a todos les iban sembrando armas.

“A todos nos sembraron armas. Agarraron parejo: taxistas, taqueros, comerciantes, gente que no tenía nada que ver le sembraron cuernos de chivo, granadas y pistolas. Fue una masacre gacha lo que hizo el gobierno. No entiendo en que se basaron. Lo que estamos pidiendo es que no queden impunes esas muertes y se queden limpios nuestros nombres”.

Jorge Alejandro Valencia de 32 años también estuvo preso y dice que vio como los federales mataron a una niña de tres años: “Ellos nos acusan de delincuencia y ellos son más delincuentes por hacernos esto y robarnos todas las pertenencias. Son unas ratas de primera. Roban con charola del gobierno”.

TORTURA

Los detenidos coinciden también en señalar que fueron torturados. Gustavo Heriberto Landeros Ureña de 23 años cuenta que el ataque armado le tocó en los “parqueaderos”, donde dormía en la caja de una camionete Cheyene tipo pick up.

“En eso pasó un compañero y me gritó que me levantara por los federales que venían apuntándonos con los rifles. Cuando empezaron a disparar, me tire y cuando dejaron de disparar me levanté y salte de la camioneta y que empiezo a correr hacia la plaza y los federales estaban tirando a matar, estaban matando gente”.

Añade: “Cuando vi los guaches que venían, pensé que nos iban a ayudar, pero pura chingada también tiraron con el rifle grande M-60. Me agarraron y me catearon, me pusieron unos cinchos en las manos y en los pies y me aventaron dentro de un carro grande para trasladarme junto a otros. Allí venían unos bien madreados. Nos llevaron a Morelia duramos un día y luego me trasladaron a Tepic donde estuve 11 días presos”.

Explica que desde su detención fue torturados: “Nos dejaban caer golpes en la nuca, nos decían que nos teníamos que portar bien porque si no, nos iba a cargar la chingada”.

Natividad Aguilar García de 23 años dice que lo primero que sintió al ser detenido fue un golpe en la cabeza y unas patadas en las costillas. Lo mismo, Jorge Armando Rojas Montes de oficio jornalero: “Estaba dormido y en eso a un amigo lo agarraron a putazos. Luego los federales empezaron a tirar desde una camioneta a matar gente. En eso llegaron los guachos y también tiraban”.

Cuenta que en una camioneta Lobo blanca estacionada enfrente del palacio estaba un muchacho y que los soldados le tiraron con el M-60: “Lo mataron. Allí quedo tirado. Nomás un balazo, el morro quedó para abajo. Todos quedamos tirados. Y arriba de palacio había otros dos federales también tirándole a la gente que iba corriendo. Ellos llegaron tirando a matar. No estábamos armados y ellos seguían tire y tire. Si hubiésemos disparado, hubiera habido muertos allá y aquí. Nosotros estábamos desarmados, nosotros no tiramos”.

Añade: “Los guachos nos levantaron de las puras greñas y nos estaban pegando, luego nos subieron y nos amarraron con cinta y nos taparon la maceta y nos sentaron arriba de un carro grande y de allí a Morelia, luego nos empezaron a moquetear, al avión y hasta Nayarit. Moquete y moquete. Y al entrar puro moquete. Golpes con mano llena en la nuca.

Explica que pudo observar una camioneta color guinda donde viajaban 10 a 15 hombres detenidos: “Todos tirados de panza amontonados y los guachos los desaparecieron. Yo escuché que un soldado dijo: “¿Dónde está la camioneta? Ya se fue. y les dijo: “Pendejos, no eran esos, eran estos. Y esos no llegaron a la prisión”.

Antonio Chávez Márquez de 54 años cuenta que ese 6 de enero estaba en la caballeriza trabajando y pasaron por él para que les apoyara en una manifestación por el alza de tarifas en la luz.

Dice que durante un tiempo fue policía rural y ya estaba afuera trabajando como jornalero: “Eran las dos y medio de la mañana y empecé a escuchar ruido, disparos, gritos. Lo único que hice fue recorrerme un poco hacia un lugar más oscuro y cubrirme con la cobija y cuando estaba cubierto alcancé a ver por una rendija lo que pasaba”.

Dice que un federal gritó: “Aquí está uno”. Y lo levantaron a golpes: “Me metieron una golpiza, estaba tan inflamado que el cuello ya no lo podía voltear. Me cubrieron la cara, me sacaron la playera y me la voltearon”.

Le preguntaban: ¡Hijo de tu puta madre!, ¿qué estás haciendo?, ¿con quién trabajas? Y él le contestaba que no sabía de que le hablaban: “No te hagas pendejo, hijo de tu puta madre!”, le decían y luego le pegaban.

Cuenta que el interrogatorio duró unos quince o veinte minutos y durante todo este tiempo lo torturaron y le perforaron los pulmones: “Yo estaba resistiendo la tortura de los golpes, por eso la perforación no supe con qué fue… eso fue lo que me causó que se me inflara todo el cuerpo”.

Cuenta que alcanzó a ver como los federales mataban gente: “Vi una camioneta gris donde iban el conductor, el copiloto y otras tres personas sentadas en la caja de la pick up y fue tiroteada y se vio hasta donde cayeron los cristales y las siluetas como cayeron también…. quizá murieron. Nomás vi que quedo sentado uno, los demás cayeron instantáneamente porque fue con metralleta… Eso fue una matanza, porque nos agarraron dormidos a todos. No traíamos armas, estábamos en una manifestación pacífica, luego llegan con sus armas y con toda su malicia y su entrenamiento, a golpear, cuando no teníamos defensa y había mujeres y gente que inclusive no tenía nada que ver que también fue agredida… Eso fue una masacre de mucha malicia, pues”.

En cuanto llegó a Morelia lo trasladaron al hospital y duró unos tres días inconsciente. La doctora que lo atendió le dijo: “¿Cree en los milagros?”. Sí, le contestó. “Pues usted es un milagro porque no creíamos que volviera, que bueno que ya volvió”.

A los seis días, los federales quisieron sacarlo del hospital: “Siento que querían sacarme de la jugada o desaparecerme”, dice al señalar que le urge un apoyo del gobierno porque gasta mucho en medicamente debido a las secuelas de la tortura.

“Para mi es muy difícil trabajar, toda mi vida he trabajado y siempre he mantenido una familia y ahora no me puedo mantener ni yo solo porque no puedo trabajar. Desde la golpiza a la fecha no he podido comprarme un par de zapatos, una comisa… desde entonces tengo mucho dolor, no puedo con más de 10 kilos, cuando antes podía con 50”.

Tampoco las pesadillas y el insomnio no le permiten normalizar su vida: “Los nueve días que estuve en el hospital tuve un grupo de federales cuidándome… yo escuchaba burlas de ellos: “La niña no puede dormir, ni sabe la que se le espera”. Puras bromitas medias pesadas con obscenidades. “No se para que se hace pendejo… haber como se defiende sin su riflecito y su pistolita. Aquí se lo va a llevar la chingada”.

Cuenta que los federales que lo torturaron iban uniformados y tenían la cara cubierta con pasamontañas, y que solo uno iba descubierto: “Un muchacho joven de 26 27 años, tez blanca, semigordito, robusto”.

Y pide que justicia para que se les detenga y se les juzgue: “Yo pido justicia, que se enjuicie a los responsables y a los ejecutores. Y a los afectados que nos ayuden a salir del apuro”.

José Ignacio Aguilar García, 24 años coincide en los detalles al narrar los hechos: “Ya cuando vi los chingazos yo le corrí y me escondí abajo de unas macetas y de allí me sacaron, me golpearon, me pusieron chingazos en la cabeza y en las costillas”.

Comenta que como a todos, a él también le “sembraron” una arma para encarcelarlo: “Yo lo que quiero es que los federales paguen por la gente que mataron, las familias. Mucha gente inocente. A mi me pusieron un cuerno  de chivo y por eso no alcanzaba fianza. A los once días salí, pero ya esta uno quemado”.

Tanto él como otros todavía tienen que ir al juzgado a Uruapan a firmar cada mes porque salieron bajo fianza. Don José Ignacio Hernández, un taquero que tiene su puesto en la plaza, también fue detenido y dice que al ser liberado se enteró de lo que le “sembraron”. .

Entre risas, dice: “Me pusieron que traía un pinche cuerno y dos granadas. Yo ni sabía qué era eso”.

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