Los hechos son tan aterradores que rebasan los límites de todo lo creíble. ¿Quién creería, por ejemplo, que la directora de una prisión estatal dejaría salir en la noche a un grupo de asesinos convictos y les prestaría vehículos oficiales, fusiles de asalto automáticos y chalecos antibalas para que pudieran matar a decenas de inocentes en un estado vecino, cruzar rápidamente la frontera estatal y regresar a la prisión, tras las rejas de una coartada perfecta? ¿Quién creería que una organización paramilitar narcotraficante compuesta por ex miembros de las Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano secuestraría a un policía municipal, lo torturaría para que confesara los detalles descritos arriba sobre el escuadrón de sicarios reos, grabaría la confesión en video, mataría al policía ante la cámara con un tiro al corazón y subiría el video a YouTube? ¿Quién podría imaginar que, horas después de que el video de la confesión y la ejecución apareciera en el Internet, el Procurador General de Justicia arrestaría a la directora del penal y unos días después, en una conferencia de prensa, reconocería plenamente que el escuadrón de la muerte de prisioneros había operado durante meses y había matado a diez personas en un bar en enero de 2010, a ocho en un bar en mayo de ese año y a diecisiete en una fiesta de cumpleaños en julio? Es difícil creerlo, pero todo es verdad.
La ciudad es Torreón, Coahuila, que comparte la frontera con el estado norteamericano de Texas. El 31 de enero de 2010 un convoy armado atacó tres bares en Torreón, matando a diez personas e hiriendo a cuarenta. Cinco meses después, el 15 de mayo, un convoy armado atacó la fiesta de inauguración de un nuevo bar en Torreón, matando a ocho personas e hiriendo a veinte. El 18 de julio, alrededor de la 1:30 a.m., un convoy armado paró frente a una fiesta de cumpleaños en la Quinta Italia Inn en Torreón. Cinco hombres con chalecos antibalas y fusiles de asalto AR-15 irrumpieron en el salón de fiestas, disparando indiscriminadamente. Mataron a diecisiete personas incluyendo a Carlos Antonio Mota Méndez, que ese día festejaba su cumpleaños 31, a su hermano Héctor José y a cuatro miembros del grupo musical Ríos. Hirieron a otras dieciocho personas. Después de cada masacre los asesinos atravesaban de nuevo la frontera estatal de Coahuila a Durango y regresaban al Centro de Readaptación Social (Cereso) de Gómez Palacio. La directora del penal, Margarita Rojas Rodríguez, dejaba instrucciones para que se les permitiera entrar sin problemas.
Pero nadie lo hubiera creído. El número de asesinados por la guerra del narco aumentó, los encabezados contaban los muertos en el lugar de los hechos de cada masacre y los investigadores federales especulaban que los dueños de los bares debían de tener vínculos con el crimen organizado. De alguna manera, los muertos debían de haber estado metidos en algo. Y entonces, el jueves 23 de julio de 2010, alguien subió un video al Internet que poco después fue reproducido en el sitio web blogdelnarco.com. Quizás quieras mirar a otro lado.
El video comienza con tres hombres en la pantalla —la imagen es algo temblorosa, la resolución es baja. Dos hombres están de pie con fusiles de asalto AR-15, camisetas, chalecos militares cargados de municiones y lo que parecen ser máscaras de hockey negras estilizadas que cubren sus rostros desde abajo del mentón hasta arriba de la frente. El tercer hombre está entre ellos, arrodillado, sin camisa, con las manos atadas a la espalda. Sólo su cara y parte del pecho están visibles en la pantalla. Una voz fuera de cámara pregunta: “¿Cuál es tu nombre?” El hombre arrodillado contesta: “Rodolfo Nájera.”
El rostro de Nájera está deformado. La hinchazón bajo su ojo izquierdo daba la impresión de que le hubieran implantado una piedra quirúrgicamente bajo la piel. La mitad de la oreja izquierda está despegada. La sangre corre de esa oreja y baja por el pecho. Nájera mira la cámara y contesta cada pregunta rápidamente y con precisión. Sabe que los hombres de la cámara lo van a matar.
—¿En qué trabajas? —pregunta la voz fuera de cámara.
—Soy policía de Lerdo —contesta Nájera.
Habla con dificultad. Su voz parece extrañamente baja en contraste con la voz fuera de cámara que pronuncia las palabras con claridad, fuerza y calma, como quien está acostumbrado a ejercer la autoridad.
—¿Edad?
—Treinta y cinco.
—¿Para quién trabajas?
Nájera hace una pausa.
—Para el Pirata.
—¿Quiénes son esos?
—Unos puchadores de Lerdo —Nájera usa la palabra “puchadores”, que viene del término inglés pusher y significa narcomenudista.
El video está editado, los cortes son evidentes. El rastro de sangre que corre por el pecho de Nájera se multiplica y se alarga cada vez que la imagen salta hacia adelante en el tiempo. La voz fuera de cámara pregunta quién controla a los traficantes. El Pirata. Pregunta para quién trabaja el Pirata. Nájera dice que para el Delta.
—¿Quién es el Delta?
—Uno que está en el Cereso.
Nájera tiene una contracción nerviosa, su cabeza salta hacia la derecha y regresa.
—¿Cómo se llama el Delta?
—Daniel Gabriel.
—¿Y ése qué? ¿A qué se dedica? ¿Qué hace?
—Manda a asesinar a toda la gente.
—¿Qué hace en el penal?
—Lo agarraron con droga y armas.
—¿Está prisionero?
—Sí.
—¿Cada cuánto sale del penal?
—Todos los días después de las ocho de la noche.
—¿Quién lo deja salir?
—La directora.
—¿Cómo se llama la directora?
—No sé cómo se llama la directora.
Hay una pausa y se escuchan voces en el fondo. Otras voces se oyen y suenan como si salieran de radios, radios de policía. El viento se escucha en el micrófono de la cámara y se le ve agitando las ramas de los árboles en el fondo. El hombre a la izquierda de Nájera con una camiseta azul mira al suelo, mueve su peso de un pie al otro y vuelve a mirar a la cámara. Lleva una cachucha de beisbol volteada hacia atrás bajo la máscara. Es varios centímetros más bajo que el hombre a la derecha y parece delgado, pálido y muy joven.
La voz fuera de cámara pide nombres, apodos y rangos de los policías y funcionarios públicos que protegen al escuadrón de la muerte de la prisión. Nájera se resiste pero da un nombre cada vez que la voz pregunta: “¿Quién más?” En este momento la cámara se aproxima y enfoca el rostro de Nájera. Su ojo derecho está cerrado de la hinchazón. Tiene contusiones, cortadas y marcas de quemaduras en toda la cara. Nájera da otro nombre e instantáneamente recibe la misma pregunta: “¿Quién más?” Hace una pausa, su rostro se contrae. El hombre con la camiseta azul desplaza la mirada de la cámara hacia él y entonces, tranquilamente, toma la oreja semidesprendida y la dobla hacia abajo. Nájera da otro nombre. Y otro, y otro, y otro, hasta que se corta la escena. En el siguiente cuadro, Nájera está jadeante, forcejeando. El hombre de la camiseta azul está parado un poco atrás, apuntando el fusil a su espalda. La voz pregunta quién es el Güero Pollero. Nájera dice que es el que sale con el escuadrón de la muerte para matar gente en los bares de Torreón. La voz pregunta quién lo mandó y por qué. Nájera dice que un hombre llamado Arturo, de quien se dice que huyó a Guadalajara, mandó al Güero Pollero a presionar a los Zetas en Torreón. Aquí se puede escuchar otra voz fuera de cámara a la izquierda de Nájera, instruyéndolo. Los hombres armados son Zetas, miembros del cártel de ex miembros de las Fuerzas Especiales que ha sido el blanco principal de las operaciones federales antinarcóticos durante la guerra del presidente Felipe Calderón y que prosiguió con el gobierno de Peña Nieto. En una breve pausa mientras Nájera contesta la pregunta sobre por qué, la voz a su izquierda lo incita: “Para ponerle gorro a los Zetas”. Nájera acata la insinuación enseguida, hablando sobre la voz fuera de cámara: “Por ponerle gorro a los Zetas”.
La voz que conduce la interrogación pregunta: “¿Quién mató a la gente de la Quinta Italia?” Nájera responde: “También, el Güero Pollero y su gente por órdenes de Arturo”.
Nájera describe entonces cómo los asesinos salen del penal fuertemente armados, con chalecos antibalas, en vehículos de la prisión. Se puede escuchar una voz fuera de cámara susurrando a quien conduce la interrogación. Nájera describe cómo la directora del Cereso permite que los asesinos salgan del penal con plena conciencia de que salen para asesinar. Repite los detalles varias veces: los hombres salen del penal en la noche en vehículos del penal, con armas del penal, para matar a gente inocente en el territorio de los Zetas, y la directora lo permite todo.
El video tiene nueve minutos y 54 segundos. En el segundo 9:21 la imagen se corta y de repente es de noche. Los hombres armados están a ambos lados de Nájera. Un fuerte ruido mecánico resuena en el micrófono, quizás un generador o el motor de un camión. Luces de automóviles y de lámparas iluminan el rostro golpeado de Nájera. La sangre que corre por su pecho es ahora un espeso caudal. La voz fuera de cámara dice que los de “la última letra” no cometen actos de barbarie ni matan a gente inocente. La voz pregunta por qué entonces la gente de Gómez Palacio mataría a gente inocente en su territorio. La voz pregunta si prefieren matar a gente inocente porque no pueden enfrentarse a “la última letra”, a los Zetas. Nájera responde: “Sí, señor”.
—¿Porque no nos pueden derrotar?
—No, señor.
La imagen se corta nuevamente. Ahora Nájera está arrodillado solo...
Dos sombras se alejan, una de cada lado. Se escucha un disparo y cae hacia adelante. El video apareció en Internet el jueves en la noche. La mañana siguiente oficiales federales detuvieron a Margarita Rojas Rodríguez, la directora del Cereso de Gómez Palacio, y a otros tres oficiales del penal. El domingo, el portavoz de la Procuraduría General de Justicia anunció los arrestos y la responsabilidad del escuadrón de la muerte por las masacres recientes en Torreón