“Estábamos acostados y encuerados cuando ella luego sacaba eso de que En tiempos de la Biblia —¡la morra me dice!— esa cicatriz que traes en la frente significaría que no eres un batillo de fiar. ¿Tiempos de la Biblia? Orita-te-doy-tus-tiempos-de-la-Biblia-chingada-vieja-frentuda, y le daba ora’ sí que sus vergazos, pero literalmente: o sea le daba unos golpecitos bien suavecitos con la cabeza del pito en la frente haciéndole la señal de la Cruz. Según yo la bautizaba.
Hasta que en una de esas —ya bien pegadote— le dije que la cicatriz de la frente me la había hecho un bato con la culata de un cuerno de chivo: Tipo que estaba echándome unos tacos después de dar de rol con unos compas, luego de reunirme con ellos y el resto de la plebe que había ido a la misma primaria y secundaria que yo; era una reunión del colegio, advertí a mi morra, años después de que cada quien había agarrado su camino...
Seguí con que Estábamos Fulano, Mengano y Zángano en los tacos aquellos, los que la raza decía que estaban bien malandros porque siempre caía puro dizque narco; pues los batos con los que iba —y esto sí es verdad— eran batos bien fresas: racilla de la primaria y de la secundaria que yo había dejado de ver cuando me cambié a la prepa federal y que, por lo mismo, no sabía ni qué pedo con sus vidas; taqueando estábamos, algunos vomitando, cuando llegan unas cinco o seis camionetas negras blindadas de las que bajaron chingomadral de cabrones vestidos de negro, encapuchados, empercherados, armados hasta los putos dientes y con las fuscas apuntándonos.
Hasta este punto mi ruca seguía bien entrada oyéndome: que No me asustes y que Mejor hazme el bautizo y la chingada; y yo bien entrado en el pinche cuento y también encuerado, ya hasta el culo de pedo, siguiéndole machín. El comando nos tumbó a todos al suelo: Quién de ustedes es Fulano, y nadie contestaba al principio; que Quién de ustedes es Fulano, dos, cuatro, seis veces hasta que Fulano dice Yo, y que le dicen A chingar a su madre, Culero, y que lo agarran del cuello y lo arrastran del piso hacia una de las camionetas; están por levantarlo cuando de repente grito Qué pedo, putos, lo que quieran con mi compa, conmigo.
Todos voltearon: ¿Ah, sí? Pues vergas, que me sueltan un putazo en la frente con una de las metralletas, la culata estrellada aquí mero y yo todo bañado en sangre. ¿Y no te mataron?, pregunta mi ruca a punto de llorar. Pues no: o sea que el malandro me seguía apuntando bien cabrón, hasta que le dije Si me matas, me vas a matar de pie; y en cuanto me paré, el bato se medio alivianó; me di la vuelta y comencé a caminar y de espalda nunca disparó. La morra: ¿Y tu compa? ¿Qué le pasó? La neta ya ni supe, le dije.
La neta quien ya no supo fue ella que mi cuento era puro chorizo: la razón de mi cicatriz en la frente es que la vez que fui a cenar tacos con aquellos cabrones andaba tan pedo que comencé a decir pendejadas en voz alta, así de que Yo soy hijo de mentado capo, Yo soy sobrino de mentado otro capo: nada cierto, pendejadas de esas nomás por pedo. Cuando en una de esas me paré a tomar un rábano de una platón que estaba en la barra del taquero, un bato que estaba sentado en la mesa de al lado y que me había oído, sacó una fusca y me soltó un putazo con la cacha de su pistola miada. Me dijo Deje de manguerear, culero.”