La balacera en Villa Juárez y los “daños colaterales”
Uno llega a Villa Juárez con la certeza de que ahí encontrará “gobierno” pero no es así. Han pasado unas 17 horas después de un intenso enfrentamiento entre dos grupos armados y en Villa Juárez, Navolato, hay dolor, miedo y temor, pero gobierno no.
Doña Elisa pone en altavoz una llamada, es una amiga que le alerta sobre la presencia de un nuevo grupo armado. Las muchachas, sus empleadas, corren de un lado a otro. Su hija le insiste: “ya cierra mamá”.
Ese grupo de 10 mujeres que atienden un restaurante sobre la carretera La 50, vivieron por casi media hora una pesadilla y un día después parecen continuar en ella.
Los rumores sobre un nuevo ataque en Villa Juárez se esparcen por toda la sindicatura. Por las calles cualquiera lo advierte, los negocios cerrados y las escuelas sin clases dan testimonio del terror que permanece. “Ya váyanse muchachos”, insiste doña Elisa a los reporteros que platican con ella.
Pero el nuevo ataque no es real, existe sólo en la mente de los navolatenses que un día antes atestiguaron un intenso enfrentamiento que le arrebató la vida a tres inocentes: Rosy, Aristeo y Zenen.
El desparpajo de los disparos se puede ver en el piso de las calles, en los muros, las paredes, las fachadas, los vehículos. El uso de las armas de forma indiscriminada, sin astucia, sin precisión, movidas sólo por la rabia de una guerra incomprensible para muchos, alcanzó a las tres víctimas inocentes y por lo menos a otros tres ciudadanos que resultaron heridos pero que no fueron contabilizados entre las cifras oficiales.
“Daños colaterales”
En la gasolinera de Villa Juárez, el lugar que se hizo famoso por el video que se propagó en redes sociales instantes después del enfrentamiento, los despachadores cuentan los impactos en los muros, los señalan uno a uno, el grosor asombra y se convierte en el tema de conversación.
El grosor del impacto es un poco más grande que el dedo índice, en el hoyo que ha dejado lo que pareciera el balazo de una “cuerno de chivo” el dedo entra hasta un poco más de la mitad y alcanza a girar en 180 grados.
Hace unos días, uno de los despachadores tenía que perforar ese mismo muro para colgar un letrero y compara sorprendido que esa tarea le llevó casi una hora.
La gasolinera se ubica en una intersección de la carretera La 20 y La 50, de frente, en su costado derecho hay un taller mecánico, un restaurante y un expendio de cerveza. En los tres negocios quedaron las huellas de esa violenta tarde del 7 de febrero. Ahí, la Procuraduría de Justicia de Sinaloa recogió 234 casquillos percutidos.
El restaurante de Doña Elisa es de los más afectados. Las balas se impactaron en el ventanal que cubre la fachada y atravesaron el lugar hasta acabar con el televisor del negocio. Esa tarde, a una de las cocineras su esposo le alertó por teléfono minutos antes. Los maleantes venían disparándose por la carretera La 50 y en el camino ya habían matado a Rosy, una joven jornalera agrícola.
Ante el peligro inminente, la cocinera salió del restaurante para que su esposo la recogiera en la esquina de la carretera La 50. Él venía por La 20 y la mujer lo alcanzó a ver a lo lejos pero el enfrentamiento se les adelantó y los dejó separados en medio de una decena de vehículos con gente armada que se disparaba sin piedad.
Ella y su esposo sobrevivieron pero a pocos metros, Aristeo y Zenen no tuvieron la misma suerte.
Zenen era chofer de un camión que trasladaba a jornaleros agrícolas y Aristeo, originario de Guerrero, era su ayudante. Los hombres habían terminado la jornada laboral y se dirigían a una ferretería cuando quedaron atrapados en el enfrentamiento, en el cruce de la carrertera La 20 y La 50.
Desde adentro de una pequeña oficina de la gasolinera, los despachadores los observaban pidiendo ayuda. “Ahí están dos abajo, pero esa troca ni en cuenta”, comentaban sorprendidos mientras dos camionetas, una Cheyenne y una doble rodado, daban vueltas alrededor de la estación de servicio disparando sus armas.
Al ser alcanzados por las balas, Aristeo y Zenen se bajaron de su camioneta e intentaron refugiarse abajo del vehículo pero de nada les sirvió. Ahí perdieron la vida.
Cuando Ariesteo y Zenen murieron, Rosy ya llevaba unos minutos muerta, tirada en la banqueta afuera de una ferretería sobre la Carretera La 50. Junto a ella, su esposo también yacía herido.
Era una pareja de jornaleros agrícolas y padres de una niña de seis años.
La casa de Rosy se ubica a unos cinco minutos del lugar donde se dio el enfrentamiento, se llega ahí por una calle de terracería a la que le apodan la “calle ancha”, en esa zona de Villa Juárez habita la mayoría de las personas que se dedican al campo.
Del interior de un humilde hogar salen los gritos y el llanto de una pequeña niña. Su llanto sólo cesa cuando balbucea un par de palabras: “ay mamita”.
Tiene seis años y desde un día atrás no ha parado de llorar. Su padre está hospitalizado y su madre, Rosy, ha muerto. En su casa sólo la consuela su abuela y sus tíos, pero ni con medicamento han logrado que su sufrimiento se detenga.
La mañana de ese miércoles, afuera del hogar de Rosy, los vecinos y amigos se congregaron a esperar su cuerpo. Pocos quieren hablar. Mientras su familia y amigos esperan su cuerpo para velarlo, en la Procuraduría General de Justicia de Sinaloa a Rosy se le catalogó como una “víctima del daño colateral”.
Marco Antonio Higuera Gómez, procurador de Justicia, dijo que a la familia se le atendería de acuerdo a la ley de Atención a Víctimas, sin embargo, a ese hogar no se presentó ninguna autoridad. Para enterrar a Rosy, la familia tuvo que acudir a la oficina de la Sindicatura para pedir apoyo con un terreno en el panteón.
Y el gobernador en el beis…
De la casa protegida con un barandal de palos y plantas, salen los gritos de la hija de Rosy, afuera sus vecinos escuchan el llanto y se doblegan ante su dolor.
La tarde del 7 de febrero, cuando Aristeo y Zenen pedían ayuda debajo de su camioneta, mientras Elisa y sus trabajadoras se refugiaban entre las mesas del restaurante y la vida de Rosy se terminaba, el gobernador de Sinaloa sostenía un evento junto al secretario de Agricultura federal.
Justo a la misma hora, a unos cuantos kilómetros, Quirino Ordaz Coppel portaba un campirano sombrero que chocaba con su verdadera imagen de empresario, saludaba a los productores agrícolas ahí reunidos y prometía el apoyo al campo. Junto al alcalde de Culiacán, el gobernante posaba para la foto acariciando a unos chivos.
El mandatario no detuvo su agenda y por la noche, se puso una casaca de México y disfrutó la final de la serie del Caribe. En Villa Juárez, esa noche la hija de Rosy no paraba de llorar.