Pero en la esquina donde se produjo el enfrentamiento las cosas no se habían calmado. Varios jefes policiacos hicieron acto de presencia en pocos minutos, entre ellos el coordinador de Investigaciones de la Policía Ministerial, Martiniano Vizcarra. Aquello se había llenado de policías, sobre todo municipales y de la Ministerial.
Un agente que estuvo en el lugar narró que ya que había pasado la balacera y privaba todavía el desconcierto, cuando arribaron al lugar varias camionetas con hombres armados. Uno de ellos, joven y bien vestido, se bajó y se dirigió al comandante Martiniano Vizcarra. Pidió que se bajaran las armas.
“No venimos a pelear —habría dicho—, soy el Veinte, gente de ‘los menores’… solo queremos llevarnos las armas y a los plebes”.
Martiniano Vizcarra —narró el policía—, lo miró y le dijo: “Váyanse a la verga de aquí”.
“Está bien, jefe”, habría sido la respuesta del que había llegado, para luego retirarse con su gente.
La retirada
En pocos minutos aquello se convirtió en un infierno azul. Policías de todas las corporaciones se movían de un lado a otro pero nadie sabía —al menos eso decían— lo que estaba ocurriendo. Ni los jefes. Carlos Héctor Ochoa Polanco, jefe de la policía municipal de Culiacán, dijo desconocer a qué corporación se habían enfrentado los sicarios, cuando fueron patrullas municipales quienes se atravesaron al paso del comando.
Pero así como llegaban, muchos agentes y patrullas pusieron tierra de por medio. Cuando todavía saltaban pedazos de metal de la carrocería ametrallada y no se disipaba el olor de la pólvora, varias patullas se retiraron del lugar.
Se dieron cuenta del peligro o recibieron órdenes, el caso es que muchos agentes que se supone debían estar de refuerzos en el lugar de los hechos, mejor optaron por alejarse.
Cuando Ochoa Polanco llegó, los tres gatilleros ya habían sido llevados, por policías a su mando, a la clínica privada Cemsi Chapultepec, para que fueran atendidos.
Adentro de la camioneta se encontraron dos fusiles, un AR-15 con accesorio para lanzar granadas y un AK 47, pertrechos, un radio y cargadores, uno de disco. Abajo estaban dos chalecos antibalas destrozados.
“No hay detenidos”: Martín Robles
Por eso extrañó la declaración del subprocurador de justicia, Martín Robles Armenta, cuando, al día siguiente, informó a algunos medios que no hubo personas detenidas.
“Ahí se dio una persecución por parte de agentes de policía ministerial, después se incorporaron otras corporaciones policíacas, hubo un enfrentamiento, hubo una camioneta Escape abandonada…
“Se aseguraron dos armas largas, una arma corta y otros aditamentos tácticos. Se le dio seguimiento al asunto ese, tuvimos el reporte de dos personas lesionadas que ingresaron a una clínica y al momento de constituirse las autoridades ahí, no fueron localizados”.
Eso dijo. Nunca que los sicarios habían sido llevados a la clínica por la misma policía.
Todavía el viernes, el propio procurador de justicia, Marco Antonio Higuera Gómez, confirmó la postura y solo dijo que uno de los heridos ya estaba identificado, aunque no dio a conocer el nombre.
Al día siguiente de los hechos, se le preguntó al jefe de prensa de la Procuraduría de Justicia, Guadalupe Martínez, por los detenidos. Hasta dónde sé, dijo, no hay detenidos. Se le comentó que Ríodoce registró la detención de tres, basado en testimonios de los vecinos. “En estos casos nunca hay detenidos”, dijo.
Ana María, un misterio
Aunque todo empezó con el secuestro de Ana María Sánchez, las autoridades no hablaron mucho de ella. El “levantón” fue reportado desde la misma mañana en que ocurrió y desde ese momento el C-4 se puso a buscar la unidad.
Se dijo, en el lugar de la balacera, que a ella la traían en un auto compacto, pero esto no fue confirmado.
El jueves, su esposo solicitó, a través de redes sociales, información que pudiera servir para su localización. Por la tarde del jueves, informó que su esposa ya estaba en casa. No dio detalles de cómo llegó o dónde fue liberada.
Sobre los móviles del ataque, se ha guardado el más absoluto silencio.