El asesinato era tan simple que comenzaba solo con una llamada a mi celular. Pero tan despiadada que culminaba comúnmente en una decapitación, sin embargo era al final, solamente el trabajo de un sórdido sicario mexicano uno de esos que aterrorizaba a los habitantes de Ciudad Juárez. Pero ahora carente perdón, las almas de todas aquellas víctimas de este hombre poseído de brutalidad, lo hostigan.
Recapitulando los años de este hombre como asesino a sueldo, refiere que gran parte de los capítulos que culminaban en tragedia exitosa, iniciaban con una voz al celular que le señalaban en donde seria la reunión. Localizaba su armamento y a su equipo de crímenes en su casa de seguridad. Mismo lugar en donde le mostraban y entregaban una imagen en forma de fotografía de su objetivo, algún jefe de la policía que no ha querido pagar, o algún político que obstaculizaba las aspiraciones criminales de otro- y en este momento el trabajo consistía en esperar la orden de atacar, a veces hasta por días.
La víctima se convertía en objetivo, y que podría encontrarse en su casa, oficina, restaurante, saliendo de un centro comercial, o en el asiento trasero de una patrulla policiaca. Rara vez los asesinos trabajan para encontrar a su objetivo. A los guardaespaldas generalmente se les soborna y listo.
Algunos balazos apuntando a la puerta del coche, o unos cuantos tiros en la cabeza y listo. Los sicarios tienen la orden de cortar la cabeza, si la victima habla de más, o de cortar los brazos y los dedos si lo que hacia es robar drogas o dinero.
“Hay cuestiones que hacen personas y que no deberían de haberlo hecho y ése es el castigo”, nos expone un sicario profesional, y ex policía desde un lugar seguro en Ciudad Juarez, con frontera a El Paso Texas.
Inquietado por su seguridad, nos exige proteger su identidad y así será. Sus palabras son susurros, sus ojos cubiertos por unos lentes de espejo y difícilmente se le pueden ver una hilera de dientes quebrados por encima de su labio inferior.
Los sicarios que operan en México son un factor importantísimo, una prominente economía emergente que abastece de petróleo ilegal a Estados Unidos, en un margen de conflicto que está alarmando a Washington, al turismo y a inversionistas extranjeros.
El costo del asesinato también baja en México
En el apogeo en el negocio de las ejecuciones, un sicario promedio llegaba a ganar hasta 15 mil dólares por cada asesinato, pero ahora todo esta devaluado, nos comenta – la paga a caído fuertemente. Hoy en día cualquier hijo de vecino coge una pistola y ya es sicario, “operan sin ningún tipo de cuidado”, “asesinan a mujeres y niños”, comenta el sicario mientras manifiesta su descontento, argumentando que él fue un frofecional desde su primer “trabajito” a los 17 años.
“Yo mataba, cortaba cabezas. Tuve mucho trabajo en el 2008, a veces varios trabajos por día”, nos comenta fríamente. Operó durante varios años en la frontera, en Baja California, Sinaloa y Sonora. Y previo a que la guerra del narcotráfico escalara, se traslado a Juárez donde el capo Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán del estado de Sinaloa envió a sus hombres a pelear por las rutas de trasiego de droga a Estados Unidos.
Fue contratado para matar a empresarios, funcionarios locales y jefes policíacos, nunca contrabandistas de poca monta. Aparentemente trabajó para Guzmán, aunque rechaza nombrarlo.
Tras 20 años en el negocio, no pudo más y se retiró.
“He cambiado mi vida”, comenta al tiempo que sostiene una Biblia. Se dice arrepentido, pero el pasado pesa en su conciencia. “Muchas veces ves cómo quedan las personas, con sus cabezas desbaratadas a balazos. Quedan grabadas en la mente”, asegura.