Cuando “Amanda” llamó, hace varias semanas, desde el sitio en el que está escondida, me costó trabajo creer su historia. Hablamos cerca de una hora. Lo que me dijo me arrebató el sueño.
Pasaron varios días. En un sobre marcado como “Confidencial” me llegó una copia de la declaración que “Amanda” rindió el 19 de junio de 2014 ante la Unidad Especializada en Investigación de Tráfico de Menores, Personas y Órganos de la PGR. Ahí estaba, con los membretes de la SEIDO, todo lo que ella había contado.
La historia comienza en Morelos, en 2009, del mismo modo en que comienzan todas las historias de trata: “Amanda” conoce ese año, a las puertas de la secundaria donde estudia, a un sujeto apodado El Boloncho. Ella tiene 12 años; él, cerca de 20.
“Se me acercó, me dijo que quería conocerme y que saliéramos algún día —relató ‘Amanda’—. Yo lo ignoré y me fui caminando a mi casa”.
El acoso duró semanas. Un día El Boloncho la acorraló y le dijo que no la dejaría ir hasta que ella aceptara ser su novia. “Para que me dejara de molestar le dije que sí”, declaró la adolescente.
Al poco tiempo le dijeron que El Boloncho trabajaba para Los Rojos “y que en las noticias salían sus relajos, es decir, homicidios, secuestros, venta de drogas”.
A mediados de 2009 tropezó con él en Xochitepec. Él le pidió un favor: que fuera a entregar un paquete. “Amanda” se negó. La respuesta fue “que no me estaba preguntando, que era una orden y la tenía que acatar, porque yo ya era de él”.
El Boloncho la amenazó con ir a buscar a una de sus hermanas para que hiciera el encargo, y prometió que si no lo obedecía asesinaría a su padre. Ella llevó el paquete al balneario Ex Hacienda de Temixco. Ahí lo recogió alguien apodado El Patachín.
Una semana más tarde, El Boloncho la envió a entregar otro paquete, que venía envuelto para regalo.
Un lunes de julio la adolescente fue obligada a faltar a la escuela. El Boloncho la citó muy temprano, le entregó varias cajas envueltas para regalo y subió en un auto en el que viajaban otros miembros del grupo criminal. Hicieron entregas en Chiconcuac, Alpuyeca, Temixco y Jiutepec.
Un sábado, El Boloncho le exigió que fuera temprano a las canchas de Xochitepec y se quedara viendo los partidos de basquetbol, hasta que ciertas personas fueran en busca de los paquetes. Un domingo le obligó a hacer lo mismo, pero ahora en la banca de una iglesia.
Un día “Amanda” decidió no seguir adelante y faltó a la cita. El Boloncho la sacó de la escuela, alegándole al director que el papá de la muchacha se había puesto mal, la subió a una camioneta y le asestó una golpiza.
Ese día, dice “Amanda”, su verdugo le puso una capucha en la cara, la amarró de pies y manos, y le dijo que se había ganado “pasar al siguiente trabajo”.
“Luego de una hora con diez minutos llegamos a un lugar”, dijo “Amanda”. Se lee en su declaración que le dieron “ropa sugestiva de colegiala”, y tras la amenaza de hacerle caer “una lluvia de fregadazos”, la arrojaron al interior de un bar decorado en rojo y negro. Ahí había “unas veinte chicas con disfraces sugestivos y con babydolls, había chicas desde los doce años, igual que yo, hasta los veinte”.
Ese día la rifaron. Se la ganó un hombre al que apodaban El Grifo. La llevaron a una habitación. “Empecé a gritar como loca desesperada y a golpear la puerta”, relató. El Boloncho y otro hombre, apodado La Gorda, la condujeron a un vestidor. “Ahí me agarraron a puñetazos en la cara y el estómago… Me dijeron no estábamos para pendejadas, que ahí se iba a trabajar y punto”.
“Amanda” afirma que por la tarde la llevaron de regreso a su casa y que le dijeron que no contara nada “por su bien”.
Durante el resto de la semana, El Boloncho la recogió en la secundaria y la llevó con la capucha puesta al mismo burdel. Le informaron que El Grifo había pagado para estar con ella durante una semana, “por lo que me tenía que portar bien, ya que él tenía un cargo político muy importante en Guerrero”.
Esa semana “Amanda” descubrió que las mujeres del burdel se clasificaban en “grandes” y “chicas”. “Las ‘grandes’ tenían de diez a veinte años —dice—. Las ‘chicas’… de dos a nueve”.
Según su declaración, las “chicas” eran hijas de migrantes centroamericanos a los que los narcotraficantes habían asesinado, e hijas de adictos que las habían cambiado por droga. “Amanda” afirma que el burdel estaba en Taxco, que las habitaciones de las “chicas” estaban pintadas “con decoraciones de princesas”, y que vio morir asesinadas en el burdel de Los Rojos a varias niñas y adolescentes.