La principal característica de Fabiola era su espontánea alegría, y quien justamente esa pasión por la fiesta la hizo ignorar las voces que esa noche del jueves 23 de febrero le pedían no salir, que le sugerían quedarse en su casa localizada en el municipio sinaloense de Culiacán.
Pese a las recomendaciones, Fabiola saldría con unas amigas al bar “El Pirata”, de donde ya no saldría con vida, una realidad que hoy ahoga en llanto e impotencia a su madre, doña Juana, quien con la garganta hecha nudo reclama que su hija no merecía morir, “menos de esa maldita forma”.
Esa noche la fiesta en el antro, ubicado en el sector Tres Ríos, se había prolongado hasta la madrugada del viernes, pero todo terminó de la peor forma: el lugar fue el escenario de una balacera, un acto de barbarie en el que las balas le arrebataron la existencia a Fabiola, de 30 años.
En el ataque dos personas más murieron, una menor de 17 años entre ellas, y al menos nueve resultaron heridos, de los que tres aún siguen internados debido a la gravedad de sus lesiones.
“La verdad, tengo mucho coraje. Yo le pedí que no fuera. Si llegan por una persona, ¡qué culpa tienen los demás inocentes! ¿Por qué les tiran a ellos? No les importó tirar a quien fuera”, lamenta la afligida madre, quien el domingo pasado sepultó a su hija.
En entrevista con el portal noticioso Debate, doña Juana cuenta que ese jueves su hija había ido a comer a casa de su mejor amiga, pues la había invitado a probar camarones, su platillo favorito.
Todo iba bien hasta que ya iniciada la noche Fabiola llegó sola y apurada a su casa, donde viven su madre y sus abuelos, para cambiarse y avisarles que tenía planes: saldría de antro con otras amigas, pero nunca especificó el lugar.
“Andaba que se mataba para cambiarse y salir. No la vi porque me estaba bañando, pero sí le dije que no se fuera, la regañé y le pedí que se quedara en casa, pero no me hizo caso. Siempre era el motivo de nuestras discusiones”, lamenta.
Transcurrió la noche del jueves pero Fabiola no llegó a dormir. Su madre pensó que se había quedado con su amiga, pues ya había sucedido otras veces, por lo que no se alarmó, no pensó que algo malo hubiera pasado.
El viernes 24 de febrero a media mañana su hijo le dijo que había ocurrido una balacera en un bar, así que de inmediato hablaron por teléfono a varios hospitales, pero en ninguno les dieron razón de Fabiola.
–¿Y cómo se enteró de la noticia?
“De la peor forma. Mi hermana estaba en la sala, y yo en la recámara. Ya pasaba de mediodía cuando noté que una persona se acercó a la casa. En eso observé por la ventana y miré el carro de la funeraria estacionado. Nomás los vi, pensé lo peor, casi me muero”.
–¿Y las autoridades o el personal del bar se han acercado a ofrecerle apoyo?
“¿¡Las autoridades!? ¡Por Dios! —suelta el llanto—. ¡Nadie! Nadie nos ha dicho nada y ni quiero verlos. La verdad es que tengo mucho coraje”.
Con la mirada perdida, como tratando de asimilar la tragedia, doña Juana confirma que tiene un segundo hijo de 26 años, un joven al que también le gusta salir con sus amigos, pero que tras la tragedia “dice que jamás se va a parar en un antro. Yo tanto que le digo ‘no te vayas, las cosas están muy feas’”.
El mejor recuerdo
“Si viera la foto de ella que tengo en la sala, parece que la estoy mirando: hermosa, sonriente y con sus ojotes”, platica doña Juana durante la entrevista en el patio de su casa, a un lado del Cristo y los cirios con que fue velada su hija, frente a la palapa de la casa funeraria que dice no querer ver más ahí porque la lastima.
Tras la muerte de su hija lo que más desea es recuperar el teléfono que traía esa noche, no por el costo del equipo, sino por el valor de las fotos y los recursos que ahí quedaron. Sólo recuperó una cadena y una pulsera.
De lo ocurrido en el bar esa anoche de la tragedia dice no saber detalles, que nadie de las acompañantes de su hija se le acercó para darle la noticia, menos para hablar de los hechos, pero afirma que tampoco quiere saber, pues finalmente nada le devolverá a su hija.