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"Al narco no le conviene que se desorganice el Estado"

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Las guerras han sido continuas en la historia de México, así como también la falta de movilización social

En los años 70 del siglo pasado, el gobierno mexicano lanzó una gran campaña en contra de los grupos subversivos que operaban en distintos lugares del país, como Guerrero. Se trató de la llamada «guerra sucia».

Por esos mismos años, en buena medida a instancias de Estados Unidos, el Estado mexicano también inició una gran ofensiva contra la producción, distribución y comercialización de narcóticos ilegales.

Narcotráfico
Unas tres décadas después, ya en pleno proceso de transformación política del país, se lanzó otra guerra: en esta ocasión contra el crimen organizado, especialmente el dedicado al narcotráfico, una industria delictiva que ha tenido un auge.

La forma en que se han vinculado esos procesos bélicos ha sido analizada, desde la filosofía política y la historia social, por Teresa Santiago y Carlos Illades, en su libro Estado de guerra. De la guerra sucia a la narcoguerra.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el suyo, en el que desde la filosofía política clásica y la historia analizan la guerra mexicana contra el narcotráfico?

Carlos Illades (CI): Nos quedó la impresión, sobre todo por lo que leíamos en la prensa, de que estaban ausentes algunos conceptos importantes acerca de la guerra, o que aparecían nada más como esbozo en los análisis. Tampoco fueron muchos autores, pero vimos que estaba bordándose alrededor de la noción de «guerra justa”. Y entonces con Teresa, que es especialista en los temas de la guerra, empezamos a pensar: hay que decir algo desde la academia porque da la impresión de que hay percepciones y aproximaciones desde los medios, pero falta una serie de conceptos que den más precisión al análisis. 

¿Qué nos aporta hoy la filosofía política clásica para el análisis de nuestra situación?

Teresa Santiago (TS): Creo que ayuda mucho para entender y, sobre todo, para llevar a cabo el análisis...

Los clásicos, desde luego, pueden servir muchísimo; al principio del libro tomamos, por ejemplo, a Hobbes para abordar las ideas de Estado y de guerra, de cómo esta tiene que entenderse a partir de la formación de un Estado que es, a final de cuentas, un ente político que los ciudadanos construyen para salir de la guerra de todos contra todos, lo que no quiere decir que el conflicto se elimine por completo porque siempre lo habrá.

Ese tipo de reflexión y de análisis que nos brinda la filosofía política, ayuda muchísimo para que nosotros apliquemos esos conceptos a una situación concreta, como la guerra que se libra en México contra el crimen organizado.

Carlos Illades(CI): También notamos otro asunto cuando empezamos a hablar de hacer un libro: en 2011 poco se hablaba de los daños causados a la población por la guerra. Uno de los pocos éxitos que tuvo Felipe Calderón en la guerra que emprendió fue hacerle creer a la sociedad que el conflicto era entre criminales que se mataban entre ellos y que se autorregulaban como el mercado, como una ley natural. Esa era su perspectiva, y dentro del fracaso que representó su planteamiento acerca de la guerra, en eso fue exitoso.

La sociedad creyó, al menos durante algún tiempo, que el enfrentamiento era entre criminales, pero ahora lo que vemos ya muy frecuentemente en estudios serios es que ya se habla mucho más de desaparecidos, de desplazados, de gente que no tenía que ver con la guerra y que ahora la padece.

En el libro hacen una distinción muy interesante entre lo que es la guerra civil y la interna, pero también hay quienes han querido ver en esta guerra una suerte de insurgencia, por ejemplo 

TS: Nosotros lo caracterizamos como guerra interna; es un término que debe tener una explicación porque no basta nada más decir «esto se llama así». Lo que encontramos es que esta guerra interna se parece a distintos tipos de conflicto: a la guerra civil, a la insurgencia y otros.

Por ejemplo, en los últimos tiempos la situación se parece mucho a la guerra sucia en cuanto a lo que ha llevado la militarización de este conflicto. Entonces le llamamos guerra interna porque es un enemigo interno que es combatido por el Estado y que ocupa un territorio.

También hay la discusión de si es una guerra o no lo es. En los primeros meses y etapas del conflicto muchos estuvieron en contra de que se le llamara «guerra», pero ahora vemos que no es exagerado llamarla así porque hay justamente elementos que sí nos permiten hablar de guerra: el contrario que es designado por el Estado como un enemigo, se le combate con el Ejército y el enemigo ocupa territorios y en algunos casos incluso se hace del poder político. Esto también, por ejemplo, podría acercar este conflicto a la guerra civil.

CI: Nada más por recordar un dato: en la guerra civil salvadoreña, en el momento de más fuerza del Frente Farabundo Martí, este logró apoderarse de un tercio del territorio; si nosotros empezamos a sumar los estados y los municipios que están tomados por distintos grupos, llegaremos a la conclusión de que México no está tan lejos de que un segmento importante —no digo mayoritario— del territorio sea gobernado bajo reglas que no son las de una república o de un Estado legítimamente constituido. Esto me parece importante.

Otra asunto es que la guerra ha ido cambiando, y en algún momento, hace un par de años, cuando surgieron las autodefensas, en particular en Michoacán y Guerrero, sí hubo elementos de insurgencia, ya que dentro de la lógica misma de la guerra algunos grupos desarrollaron esa perspectiva. Pienso que Mireles era una insurgencia civil, y de allí la preocupación y la acción estatal por pararla.

Ustedes dicen que la narcoguerra tiene una lógica empresarial, sin reivindicaciones sociales ni políticas, además de que los grupos no buscan acabar con un orden que los beneficia; ¿se puede decir que estas bandas de narcotraficantes son actores conservadores?

TS: Yo creo que sí; no sería equivocado caracterizarlos como conservadores porque, en efecto, hasta ahora no tienen, salvo los Templarios y la Familia Michoacana, ningún intento de reivindicación social.

Su bandera no es la justicia social, desde luego, e incluso en esos grupos, sobre todo los Templarios, más bien hay una cuestión medio religiosa, una especie de código moral que al principio publicaron.

A los grupos delincuenciales no les conviene tampoco que se desorganice demasiado el aspecto institucional del Estado. En ese sentido, podríamos decir que sí son conservadores, aunque van totalmente con las leyes del mercado, que es lo que priva para ellos. Después está todo lo demás, incluso la vida humana, la protección de las poblaciones, etcétera. Eso va siempre en un segundo o último término.

CI: Esto último que señala Teresa es el capitalismo desregulado en su más cruda expresión: es maximizar las ganancias a costa de lo que sea. Entonces, claro, están fuera de la ley; pero dentro del marco de la ley y del imaginario colectivo, lo que se fomenta es que hay que tener éxito a como dé lugar, hay que ganar lo más que se pueda y hay que saltarse las trabas. Es esta lógica de la sociedad actual: la maximización de la ganancia es la regla de oro.

Tampoco deberíamos extrañarnos de que procedan así; cuando se nos dice que la empresa del Chapo Guzmán, el Cártel de Sinaloa, funciona de manera muy eficiente y moderna, pues claro, es la expresión del orden que tenemos y es, finalmente, parte de un tipo de sociedad que premia este éxito a como dé lugar.

¿Cómo se han imbricado estas dos luchas: por una parte la lucha política, social, de grupos subversivos, guerrilleros, con la otra parte, la de la delincuencia organizada?

CI: De un lado está el Estado, y eso lo destaca mucho el libro. Estamos en un país que transita hacia la democracia, pero que no ha acabado con muchos de los rasgos autoritarios, y es un Estado que, al no haber revisado sus códigos, sus prácticas, etcétera, emprendió una guerra mucho más grande, contra un enemigo mucho más poderoso que las guerrillas: el crimen organizado. Pero lo hizo sin haberse depurado. Por esto establecemos una conexión entre la guerra sucia y la guerra contra el crimen organizado.

Lo anterior es parte de un continuo de un Estado autoritario que no se acaba de ir, que nunca supo aclarar lo de las víctimas de la guerra sucia y ahora no sabe ni siquiera contar las víctimas de la guerra contra el crimen organizado. Ese es un elemento fundamental.

La guerrilla es marginal, pero no está en una mala época. Considero que está en una época en que, a veces, en algunos casos y en algunas regiones, como las autodefensas y en movimientos sociales, tiene ya una presencia más importante, no tanto por el lado del crimen —si no, la guerrilla tendría ya una mucho mayor capacidad de acción, de fuego, etcétera.

¿Cuál ha sido la reacción de la sociedad a esta guerra? 
TS: Creo que el rol ha sido bastante modesto, por decirlo de alguna manera. Es muy difícil pensar que si esto hubiera sucedido en otro tipo de sociedades, entonces habría una reacción mucho más fuerte en contra, por ejemplo, de no estar de acuerdo con la solución que se le está dando al conflicto porque está causando una serie de resultados indeseables: muertes, víctimas. No lo sabemos porque sería un ejercicio meramente especulativo.

CI: Tenemos una sociedad que le tiene miedo a los delincuentes, pero también al Estado. 

El tenerle miedo a quien debería ejercer la autoridad es un indicador muy importante de lo que no funciona de la democracia mexicana, que sirve para poner gobernantes pero no para gobernar. Para gobernar se necesita movilizar a la sociedad también a favor de ciertas políticas, y en México siempre hay un divorcio entre los gobernantes, así sean democráticamente electos, respecto de la sociedad.

Entonces eso lo tenemos muy marcado: una desconfianza o un temor.

Por otro lado y con una excepción muy importante, Ayotzinapa, sobre todo en las primeras etapas de las movilizaciones por la desaparición de los 43 estudiantes en Iguala, que fueron plurales, incluso interclasistas, muy sentidas ante una demanda que unificó a gente de muy distinta procedencia, en general las movilizaciones sociales mexicanas son más de índole sectorial o corporativa, como es el caso, por ejemplo, del movimiento magisterial.

También nos llama mucho la atención la escasa resonancia que ha habido en la sociedad política.  

**Ariel Ruiz Mondragón es editor. Estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en diversas publicaciones de política y cultura.

 (Fragmento de la entrevista publicada originalmente en la revista Metapolítica, año 20, núm. 94, julio-septiembre de 2016. Con autorización del periodista).

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