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"SI NO HABLAN LOS MANDAREMOS A LA CÁRCEL DE MATAMOROS, Y YA SABEN QUE AHÍ GOBIERNA EL CÁRTEL DEL GOLFO": LOS MARINOS ME ACUSARON DE SER ZETA

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Ana sabe que cuando un cártel toma una plaza, ésta incluye la mano de obra y la voluntad de sus habitantes. También que dentro de dicha plaza mirar y ser testigo puede ser un trabajo remunerado, una sentencia de muerte o una vida en la cárcel. Para ilustrar lo anterior narra el caso de cuatro migrantes secuestrados en la central de autobuses de San Fernando, Tamaulipas, a quienes los Zetas enrolaron como fuerza física dentro de sus filas.

"¿Quieren trabajar con nosotros o quieren morirse?", preguntó uno de los verdugos al grupo 15 días después de levantarlos. Previamente habían sido golpeados hasta el cansancio dentro de una casa de seguridad. Uno de ellos intentó huir y fue asesinado de un balazo en la frente. A los restantes los trasladaron a un rancho en el monte donde los trataron mejor: les dieron de comer, dejaron que se bañaran y ya no los golpearon. 15 días después de su secuestro contestaron que preferían trabajar a morir.

Convertidos en Zetas participaron en el secuestro de tres autobuses en donde viajaban las mujeres, hombres y niños, que posteriormente se encontraron dentro de alguna de las narcofosas halladas en San Fernando. Su segunda tarea fue cuidar un rancho con dinero y armas. A la primera oportunidad de escape que hubo corrieron como cohetes hasta una casa que hallaron en el camino. La señora del hogar los auxilió y les prestó un teléfono. Marcaron a su familia en la Ciudad de México, de donde son originarios, y les depositaron dinero en una cuenta de la misma señora. Al mismo tiempo la familia interponía una denuncia por secuestro ante SIEDO, quienes se comunicaron con ellos para pedirles que se escondieran en un hotel. Por la mañana la PGR los recogió. Actualmente están prisioneros en el penal de "El Hongo", en Tecate, Baja California. Ellos, al igual que Ana, forman parte del mismo expediente por homicidio y delincuencia organizada que los mantiene prisioneros.

ANA

Llámenme Ana. Estoy presa en un CERESO de Baja California, acusada de delitos de delincuencia organizada y la muerte de 170 personas encontradas en el 2010 en las narcofosas de San Fernando, Tamaulipas.

Trabajaba de mesera en unos tacos de guisado. Ganaba 1,200 pesos a la semana, más propinas. Estudié hasta primero de secundaria. En San Fernando la gente siembra sorgo o trabaja en alguna de las dos maquiladoras, aunque ya sólo una queda abierta. Otros se dedican al comercio, pero de diez negocios que había ya nomás quedan tres. Cerraron porque no les alcanzaba para pagar el derecho de piso, o porque los secuestraban para pedir rescate con el pretexto de pertenecer a una organización contraria. Mi hermano es carrero, vende carros usados que trae de Texas. De piso le cobraban cinco mil pesos a la quincena y un carro al mes para dejarlo trabajar y no levantarlo. Los carros que le quitaban los miraba semanas después baleados y quemados a las afueras del pueblo. Los Zetas mandan en San Fernando. Es muy común verlos armados en camionetas lujosas con vidrios oscuros bajándose en el Oxxo, armados, sin taparse la cara. Llegan a las taquerías y los atienden rápido para que se vayan; no pagan la cuenta, nomás dicen con cuánto guisado el taco.

San Fernando es un lugar estratégico en medio de dos fronteras: la de Matamoros y de Reynosa. El mar está a una hora y hay muchos lugares para esconderte.

LAS MANTAS

Los migrantes cruzan por el pueblo de San Fernando para entrar a Estados Unidos. Los migrantes significan dinero, cada uno es un pago de rescate en dólares; por eso en el pueblo la pelea está al cien. Lo mejor que tiene San Fernando es que Estados Unidos está cerquita.

A veces cuando me despertaba por la mañana, ya sabía a qué hora ya no estaría en la calle sino en mi casa. Lo sabía porque una noche antes los Zetas colocaban mantas en varios puntos del pueblo que avisaban de toque de queda. Si algún vecino estaba enfermo lo dejaban seguir su camino hacia un hospital, pero solamente en una emergencia. El toque de queda impide que entre la contra. El que salía de su casa desaparecía. Las mantas también avisaban que un nuevo jefe había tomado el control de la plaza: Z1, Z2, Z3 o el número que fuera del nuevo jefe.

DETENCIÓN

Salí de trabajar de la taquería a las dos de la tarde. Caminé hasta una tienda, sobre la carretera, a esperar el autobús que iba para mi casa. Frente a la banca en donde estaba sentada se detuvo una camioneta de la Marina. El copiloto bajó y caminó hacia mí sin saludar ni despegarme la mirada. Con su mano sujetó mi brazo izquierdo y me pidió que, por favor, lo acompañara. No puse resistencia y él no me explicó el por qué de mi detención.

Viajamos a un retén. Comenzaron a vendarme los ojos y a interrogarme.

"¿A qué te dedicas? ¿Cuál es tu función dentro de la organización? ¿Desde cuándo trabajas? ¿Quién es tu jefe? ¿Te quieres morir puta mugrosa?", me insultó el militar. "Los Zetas son unos mugrosos: matan, violan, secuestran gente", dijo, y yo pienso que todo eso lo hacen ellos pero con autorización del gobierno. Un militar me golpeó la rodilla con la metralleta porque no me quise subir la blusa.


Del retén me llevaron al cuartel de la Marina. Que trabajara en una taquería a la orilla de una carretera federal es prueba de que soy halcón. Las carreteras son estratégicas para poder checar la entrada y salida del gobierno y de la contra. Los marinelos a huevo creyeron que era halcón.

TORTURA

Cuando desamarraron vi que traían a mi papá, a mi hermano y a mi padrino. Después de jugar beisbol con su equipo se fueron a beber cerveza a mi casa; en ese momento los detuvieron.

Los marinos dizque visitaron mi casa porque me andaban buscando, pero a esa hora ya me tenían detenida. Mi papá es mecánico, mi hermano comerciante y mi padrino médico; ninguno es delincuente. Los interrogaron, pero a los marinos solamente les interesaba que aceptaran trabajar con el crimen organizado. Puras preguntas al principio, hasta que llegó un militar sin uniforme ni pasamontañas; mostrando el rostro, vestido de pantalón azul de mezclilla y playera negra.

"Soy del grupo de inteligencia de la Marina, encargado de golpear y torturar a los detenidos", se presentó como si fuera el mesero del restaurante. En la mano cargaba un tubo con el que nos daba toques eléctricos. Fue una pesadilla. Vi cómo mi papá, mi hermano y mi padrino se retorcían con los toques en el ano y en los testículos; aparte los pateaban, les ponían la bolsa para asfixiarlos; era doloroso ver eso, te sientes impotente. Obligarte a mirar cómo torturan a tu familia es peor que la tortura que te dan a ti.

"Si no hablan los mandaremos a la cárcel de Matamoros, y ya saben que ahí gobierna el Cártel del Golfo; ¿se imaginan lo que les pasará cuando digamos que son Zetas?", preguntaba un marino burlándose. "Marranita, pon atención, o hablas tú, o hablan tus familiares", escupía burlándose otro de los marinos. Preferí echar mentiras en mis declaraciones y aceptar cosas para que ya no los estuvieran golpeando.

Al cuarto día los soltaron. Dijo un marino: "por más que los hemos golpeado, por más que les hemos hecho hasta lo que no, nomás no dicen nada". Ese mismo marino me contó que él había sido el encargado de llevarlos de vuelta a mi casa. "Tu hermana los recibió y firmó por la entrega de los tres paquetes; están bien", me informó.

"¿Por qué no me sueltan a mí?", le pregunté al marino.

"Eso va a estar difícil", contestó, "te hemos traído paseando por todo San Fernando, no has visto nada porque tienes los ojos vendados, pero ya todo el pueblo te vio; si te soltamos es muy probable que te maten".

PASEOS NOCTURNOS

Una de las noches que estuve en el cuartel de la Marina los acompañé a un operativo. Querían que pusiera casas o lugares donde había personas armadas de la organización. Me quitaron la venda y pude ver. Nos metimos por una brecha. Se escucharon balazos.

"Súbete a la camioneta, agáchate y que no te vean", me dijo en voz baja un marino. Escuchaba disparos y de pronto también explosiones. Una hora después llegó el helicóptero de la Marina. Desde el aire comenzó a disparar con sus metralletas hacia el monte. Dos horas duró el enfrentamiento.

"Hasta suerte tienes", dijo un marino cuando nos estábamos yendo del enfrentamiento, "cerca de la camioneta cayó una granada; ni Dios ni el diablo te quieren porque eres un asco para la sociedad".

Nos fuimos del enfrentamiento y me obligaron a poner domicilios. Cada que no encontraban lo que buscaban se subían al camión y me golpeaban con el casco en la cabeza; antes de desmayarme conté como 20 cascazos.

Uno aprende realmente cómo es el ejército. Uno escucha comentarios de que violan, matan o torturan, pero no lo crees. Ahora sé que los héroes de la patria son unos delincuentes con licencia: violan, asesinan y hasta roban. En uno de los cateos que realizamos a una casa, varios militares entraron, pero uno de ellos tardó en salir. Cuando lo hizo traía una maleta grande llena de ropa. Sus compañeros le preguntaron para qué la quería. Contestó que la ropa y zapatos que llevaba, su esposa y sus hijos la necesitaban más.

CUARTEL DE LA MARINA

Llegando al cuartel, después del patrullaje que hicimos, me bañaron a la fuerza con agua fría. La temperatura estaba a cero grados. Mojada, con ropa y frío me aventaron a una de las banquetas del cuartel. Desperté dos días después en la camilla de una ambulancia con suero en el brazo.

No me gusta recordarlo, pero todos los días me torturaban. Golpes con el puño en la cabeza, patadas con las botas en las costillas, madrazos en la nuca con una lámpara; y así, el que va llegando te golpea. Y siempre tuve los ojos vendados: es una forma de tortura psicológica, no sabes por dónde te van a llegar y oyes gritos de dolor y te estresas. Al baño igual te llevan con los ojos vendados y no sabes quiénes te está viendo, no ves si te limpias correctamente. "En cualquier momento van a matarme", pensaba; estoy en manos del gobierno y ellos decidirán qué hacer con mi vida.

"EL MILITAR QUE ME TORTURÓ DESPUÉS ME PROTEGIÓ"

"¿Quién te golpeó?", me preguntó el militar de inteligencia cuando me estaban sacando de la ambulancia. Por miedo a que me torturara de nuevo le contesté que no sabía quién. "Dime la verdad, yo soy el único que tiene derecho a golpearte, nadie más", dijo el marino. Y fue chistoso porque de alguna manera de ahí en adelante sentí que me protegía ése militar que me torturó, que me puso la bolsa en la cabeza, que me dio toques; que torturó a mi papá y a mi hermano. Ahora confiaba en él, ya no quería que se apartara de mí.

Fui llevada a unas enormes carpas puestas sobre la tierra. Había personas tiradas llenas de sangre, amarradas, con los ojos vendados. Una escena de terror. "¿Qué está pasando?", me pregunté. El militar de inteligencia me acostó en un catre y me pidió que por ningún motivo permitiera que me bajaran.

"Tú no puedes estar acostada en el piso porque tienes collarín en el cuello; yo voy a dormir en el suelo y tú en el catre", dijo el marino y confié en sus palabras.

Estaba dormida cuando me despertaron. "¿¡De qué privilegios gozas para estar en cama, estos catres son para el gobierno!?", gritó un militar y me bajó. Se presentó el de inteligencia y me volvió a subir. No podía comer, la cabeza y el estómago los tenía muy inflamados.

Ocho días después de estar en el cuartel me llevaron en avión al arraigo de la Ciudad de México. Pero antes me presentaron a unas personas para que las identificara. Fue una pasarela de rostros desfigurados, personas golpeadas; su físico no estaba al cien. Pasaron mujeres, mujeres embarazadas, mujeres con niños y mujeres con bebés en los brazos que habían sido detenidas en la calle o sacadas de su hogar. Una de esas mujeres estaba haciendo la comida cuando la sacaron a la fuerza; trabajaba en un bar para mantener a sus hijos; uno de los marinos la violó, no con su físico, sino con su arma. A otras dos las levantaron en la comandancia de policía donde trabajaban, de policías. Uno de los hombres que pusieron frente a mí fue rescatado, ya lo iban a matar los contras. Todos estamos juntos en el mismo caso.

"No los conozco, nunca los he visto", le explique a los militares, pero a toda costa querían que dijera que sí los conocía. Pensaba, "¿por qué voy a dañar a una persona que tal vez es inocente?"

Yo estoy aquí por dos personas que dicen conocerme por mi nombre verdadero. Si en mi familia apenas saben cómo me llamo, ¿cómo dos personas de Veracruz que no conozco dicen saber mis dos apellidos y mis dos nombres?

ARRAIGO

En parejas, sujetados de las manos con vendas, nos subieron a un avión en la base aérea de Matamoros. Nunca había volado; temblaba del miedo, pensaba que nos estrellaríamos. En el aeropuerto de la Ciudad de México bajamos de la aeronave, nos colocaron en fila y dejaron que retiráramos la venda de nuestra cara para tomarnos una foto. Vi una fila enorme de gente como yo; como 60 personas, y yo pensaba que éramos como 12 nomás. Nos pusieron de nuevo el vendaje en los ojos y nos llevaron en autobús al arraigo de la SIEDO. Como no mirábamos nos guiaron en fila como elefantitos; algunos tropezaban, sentía el jalón en los brazos cuando se caían los de enfrente o los de atrás.

En el Centro Nacional de Arraigo, te uniforman según el delito que hayas cometido. Camiseta naranja es terrorismo; verde, lavado de dinero; rojo, secuestro; amarillo, delitos contra la salud y delincuencia organizada; blanco, trata de personas y venta de órganos; morado, fraude bancario y extorsión. Vestirme la camiseta me dolió porque no podía mover el cuello, caminaba como robot, y el estómago y el ombligo los traía llenos de llagas y quemaduras por los toques. Las descargas eléctricas se sienten como bolas de lumbre dentro del cuerpo, pero ya no puedes más cuando las descargas son en tus partes íntimas; es muy doloroso, pides piedad y no tienen compasión de ti.

En el arraigo y en la cárcel, no hay qué hacer. Salíamos al patio y utilizábamos el tiempo para caminar, jugar cartas, rezar o fumar un cigarrillo. Cada 20 minutos los hombres bajaban del edificio a reunirse con sus novias o esposas que también estaban arraigadas, ya que fueron detenidas junto a ellos.

En los 63 días de arraigo solamente tuve la visita de mi hermana y sobrino. Cuando los soldados de la Marina catearon mi casa se robaron las credenciales de elector de mi papá, mamá y hermano. Por falta de identificación oficial mis papás no pudieron visitarme. Mi hermana vive en otra casa, por eso los marinos no le robaron su credencial del IFE. Y no solamente se robaron las credenciales, también una televisión de plasma, ropa, tenis de mis hermanos menores y dinero que tenía ahorrado mi mamá de una tanda que estaba haciendo con las vecinas; hasta una caja de jugos, varias sabritas y paquetes de galletas para mis sobrinas desaparecieron.

En San Fernando no se puede tramitar el documento del IFE. Se tiene que viajar a Matamoros, pero los habitantes de San Fernando no pueden ir porque es plaza del Cártel del Golfo; si se aparecen en la ciudad los levantan. Lo mismo al revés, si gente de Matamoros va a San Fernando también la matan, pero los Zetas.

A la mujer que violó el marino con su arma y que conocí en el cuartel militar, la miré días después en el arraigo. No podía moverse, estaba brutalmente golpeada. En el arraigo te meten a un cuartito donde te torturan si los marinos quieren sacarte más información.

En el último día de mi arraigo en SIEDO nos levantaron a las cinco de la mañana. A hombres y mujeres nos sentaron en el piso del patio en posición de "cebollita". Uno por uno pasamos al médico para ser revisados del cuerpo en busca de lesiones y marcas de golpes. Nos realizaron la prueba de orina y sangre ―para saber si consumíamos drogas―, la de escrito ―para comparar nuestra letra con la de los cuadernos hallados en los cateos― y la de voz ―para saber si nuestra voz era la de las llamadas telefónicas que interceptaban―.

Después de los exámenes a los hombres los subieron a un autobús y se los llevaron a la cárcel de Perote, Veracruz. A nosotras, en un camioncito de escuela, nos trasladaron al hangar de la PGR. Subes al avión y no te dicen a dónde te llevan. Aterrizamos y no sabía dónde estaba, pensé que era otro país. Miraba desierto y me preguntaba: "¿estaré en el Sahara?"

CERESO

Llegué al CERESO con una carta de presentación que, palabras más palabras menos, decía que era sumamente peligrosa. Seguía sin saber en dónde andaba. Unas mujeres que conocí en SIEDO y que tenían 15 días de haber llegado aquí me platicaron que seguíamos en México.

"Estás en un lugar muy lejos de tu pueblo; en auto harías cuatro días; estamos en la frontera con el estado de California", me informaron. Fue ahí cuando supe por dónde andaba. Nunca había salido de San Fernando. Lo más lejos que había ido era a Monterrey.

En prisión te despiertas todos los días con la esperanza de que vas a obtener tu libertad. Asfixian las cuatro paredes. Desesperas. Lloras. Pero otro día te levantas con la fe en alto pensando que pronto saldrás libre. Sobre todo cuando ves que tu caso se va acelerando. Pero cuando tu caso está detenido y miras que no hay pruebas a tu favor, es cuando piensas: "aquí me voy a quedar para siempre".

ESPACIO DE ENCIERRO

El día menos pesado es cuando estoy ocupada cuatro horas en la mañana. Para mí esos días son los lunes, martes, jueves y viernes. Sábados y domingos son largos; todo el día en la celda, no tengo visita. De mi pasillo nadie tiene visita conyugal. Los maridos no vienen porque tienen que cuidar a sus hijos. Todas somos de otros estados como Nuevo León, Veracruz, Coahuila, Tamaulipas, Hidalgo.

Mis papás no pueden enviarme dinero; en San Fernando no hay oficina de telégrafos porque quemaron las oficinas. Los Zetas decían que los empleados se pasaban información a los del Golfo. Si quieren depositarme un giro tienen que ir a Matamoros, pero es peligroso. Matamoros está lleno de halcones en las calles: el que vende dulces, los taxistas, los vendedores de periódicos, los despachadores de gasolina, las sexoservidoras. Todos informan cuando ven a una persona nueva o sospechosa en las calles. Inmediatamente reconocen y levantan para interrogar. Una amiga de mis papás que vive en Matamoros me depositó dinero dos veces. Luego ya no lo quiso hacer por miedo a que dijeran que mandaba dinero a un penal de Mexicali. Imagina que los Golfos la matan al enterarse que el depósito es para un prisionero que vinculan con los Zetas.

COTIDIANIDAD EN PRISIÓN

Un día común es levantarme a las cinco de la mañana para bañarme. Salgo de la regadera y veo la tele. Una hora después pasan lista, digo "presente" y me vuelvo a acostar. Luego, ahí mismo en la celda, lavo mi ropa, mi plato, hago mi comida y me acuesto hasta otro día; a menos que tenga que ir a tomar clases, a la iglesia o tenga audiencia por la web.

En la celda las compañeras nos divertimos realizando juegos que surgen en el momento. Contamos chistes, hacemos mímica, bailamos; la onda es reírnos un rato. Estoy terminando la secundaria; solamente sabía sumar, restar, dividir y multiplicar. Ahora sé ecuaciones. Las mismas compañeras o maestros de fuera nos ayudan a pasar las materias. Aquí me ha dado por leer historias de personas que en la cárcel, historia de México y novelas.

Estoy escribiendo un cuento. Es sobre un matrimonio. Ella tiene 16 años y él 38. El machismo de él está convirtiendo el feliz matrimonio en un infierno. Él la golpea, la engaña, la humilla y la encierra en el baño. El temor que él puso en ella hace que trate de quitarse la vida. Creo que tomará la decisión de dejarlo para terminar con su sufrimiento y ser feliz; hasta creo que lo va a perdonar.

Estoy acusada de delincuencia organizada y cartuchos. La delincuencia organizada la traigo por el parte informativo que hizo la Marina y porque dos personas me señalan. Esto que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera. El gobierno hace sus partes informativos y no dicen la verdad, lo hacen como a ellos les conviene. Aunque nos detuvieron por separado, dicen que fuimos detenidos juntos; si nos ponen por separado no es delincuencia organizada. Te siembran pruebas, a mí me sembraron los cartuchos que nunca vi; 237 dentro de una bolsa blanca. En Matamoros se llevan todos los casos de Tamaulipas. Los abogados están acostumbrados a defender a personas que tienen delitos muy fuertes. El abogado de oficio que me tocó está en Matamoros; tenemos comunicación vía telefónica o por video conferencia. Él siempre ha dicho la verdad cuando le platico que me siento muy desesperada por salir libre.

"Tu proceso es largo porque son 63 detenidos, son demasiados para llevarlas a exhorto", me dice. Si a alguno de los detenidos no se le lleva a cabo la audiencia me afecta porque todos venimos en el mismo paquete. Es mejor un proceso largo y tener la esperanza de salir sin fianza.

LIBERTAD

No sé qué haré cuando salga libre. Dicen mis compañeras que me quede en Baja California. No quiero, siento que aquí me han robado una parte de mi vida, aunque sé que la culpa es del gobierno. A San Fernando no regresaré, aunque sea inocente de lo que me acusan sé que para la gente soy culpable. En abril del 2017 cumplo siete años en prisión. No tengo sentencia final. Mi abogado piensa que pasaré más de 20 años en la cárcel.

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