Es el preso más reciente – y quizá el más renombrado _ de 10 South es Joaquín Guzmán Loera.
New York Times.- Las condiciones en 10 South son deprimentes. Su media docena de celdas nunca se oscurecen y están perpetuamente monitoreadas por cámaras. Los presos adentro nunca salen al exterior.
La mayoría de los días, les dan una hora para estar solos en un cuartito de “recreación”, con una caminadora, una bicicleta fija, una televisión y una ventana por donde entra aire fresco y tiene vista a Lower Manhattan. A muchos no se les permite hablar unos con otros, pero, por otro lado, es raro que lleguen a estar frente a frente.
En tanto el ala más segura del Centro Correccional Metropolitano, la cárcel federal en Manhattan, la 10 South es tan austera que un gánster de alta jerarquía que pasó varios años allí la describió como “una cámara de tortura”.
La unidad ha albergado a algunos de los acusado más notorios de Estados Unidos, desde agentes de Al Qaeda hasta por lo menos un notorio traficante de armas, quienes estuvieron sujetos a su dureza antes de que los condenaran por un crimen.
El preso más reciente – y quizá el más renombrado _ de 10 South es Joaquín Guzmán Loera, el narcotraficante mexicano conocido como El Chapo. En enero, trajeron abruptamente a Guzmán en un jet de la policía mexicana hasta un aeropuerto en Long Island, luego lo transportaron en una caravana armada hasta la cárcel. Desde entonces, ha estado protestando por las condiciones de confinamiento y ha asumido el insólito papel de un defensor de la reforma penitenciaria.
En una serie de expedientes de la causa, los abogados de Guzmán se han quejado, a su nombre, de que desde el momento de su llegada a 10 South, ha estado encerrado en su celda durante 23 horas al día, excepto cuando hay visitas de abogados o tiene que ir al juzgado, y se le ha negado todo contacto con su familia y con los medios. Los abogados dicen que es el interno al que vigilan más estrechamente en Estados Unidos y que los términos de su encarcelamiento han obstaculizado su capacidad para prepararse para el juicio. No solo le han solicitado al juez Brian M. Cogan del Tribunal Federal de Distrito en Brooklyn que flexibilice las restricciones que enfrenta, también han pedido que se le permita la entrada a 10 South a un investigador de Amnistía Internacional para que indague las condiciones.
Es un extraño giro de los acontecimientos que Guzmán, fugado serial de prisiones, a quien acusan de asesinar a miles en las sangrientas guerras contra las drogas en México, ha reclamado la instancia moral suprema como un crítico del sistema penitenciario. Después de todo, se escapó dos veces de instalaciones penitenciarias de máxima seguridad en México – primero en un carrito de lavandería y, luego, por medio de un túnel de una milla de longitud, cavado por confederados en la regadera de su celda. Dado su historial, los fiscales federales han defendido las restricciones como medidas necesarias y han argüido que Guzmán conserva “conexiones sin paralelo” con sus asociados en el cartel de la droga en Sinaloa, y tiene una “historia demostrada” de asesinar a sus enemigos, aun cuando ha estado encerrado bajo llave.
No obstante, su entorno es inhóspito, algunos de los agravios que ha interpuesto con los funcionarios carcelarios – ha habido por lo menos 11 hasta el mes pasado – han sido, sin duda, de poca monta. En una moción, los abogados de Guzmán se quejaron de que el agua de la llave le había lastimado la garganta, lo que provocó que pidiera agua embotellada. Asimismo, dijeron que su cliente temió, brevemente, estar oyendo voces, aunque el gobierno sostiene que solo está captando los sonidos de un radio que está prendido cerca.
Aclarado el punto, las restricciones en 10 South son tan severas que la soledad parece motivar que algunos internos rompan las reglas de la unidad. Uno de ellos, Oussama Kassir, saludó una vez en árabe a un compañero musulmán preso cuando lo conducían por un pasillo, “fuertemente sostenido por dos guardias carcelarios”, según un afidávit que presentó su abogado. Por esa infracción, Kassir perdió sus privilegios para usar el teléfono durante cuatro meses.
Kassir estuvo en 10 South durante año y medio, a partir del 2007, mientras esperaba su juicio por cargos de haber intentado establecer un campo de entrenamiento yihadista en Oregón. Durante ese tiempo, también hizo una huelga de hambre para protestar por sus condiciones por lo que bajó 25 libras. Al final, los directivos de la cárcel “empezaron a alimentar a la fuerza al señor Kassir, lo que le provocó gran dolor”, escribió su abogado Edgardo Ramos en el afidávit.
Pocos internos han pasado tanto tiempo en 10 South como Vincent Basciano, de quien los fiscales dicen que es un ex jefe en funciones de la familia criminal Bonanno. Según su abogado, Mathew J. Mari, Basciano describió alguna vez a 10 South como “una cámara de tortura que es una herramienta que usa el gobierno para tratar de hacer que coopere el acusado”. Actualmente, está cumpliendo una condena de cadena perpetua por cargos de asociación delictuosa; al final lo cambiaron del ala en solitario a la prisión federal más segura del país, la llamada Supermax, en Florence, Colorado. La describió como “un hotel de cinco estrellas comparada con 10 South”, según Mari.
La Oficina de Prisiones se negó a identificar a los internos que ahora están albergados en 10 South. Sin embargo, las entrevistas con abogados y en una revisión de los expedientes de las causas, indican que los vecinos de Guzmán incluyen a Muhanad Mahmoud al Farekh, un texano acusado de ser un comandante de Al Qaeda y a quien el gobierno consideró alguna vez que había matado con dron en Pakistán, y Maalik Jones, un hombre de Maryland acusado de pelear con la organización extremista Al Shabab en Somalia.
Hasta el mes pasado, un agente de Al Qaeda llamado Ibrahim Suleiman Adnan Adam Harun también estaba en 10 South. Su comportamiento era ruidoso y errático y, según sus abogados, padecía una enfermedad mental. Era frecuente que discutiera consigo mismo, en forma ruidosa, y en un momento dado trató de hacer lo que se describió en el juzgado como una armadura hecha de cartones de leche.
Según un psicólogo que lo examinó, Harun dormía en el piso de su celda para evitar la ropa de cama de la prisión, que, según decía el acusado, obstaculizaba que su cuerpo “se recargara de electrones”. Los abogados que visitan a sus clientes en 10 South han dicho que es frecuente que oigan un estruendo que sale de una de las celdas, que creen que es donde estuvo Harun.
En general, las celdas en 10 South son de 17 por ocho pies. Sin embargo, los fiscales dicen que Guzmán tiene la más grande en el ala y que los directivos penitenciarios han resuelto adecuadamente algunas de sus quejas. Por ejemplo, ahora recibe seis botellitas de agua cada dos semanas, según consta en los autos. Asimismo, notan que tiene un radio y se le permitió comprar un reloj en el economato de la prisión. Si bien se lo quitaron a los pocos días de haberlo comprado – “sin ninguna explicación, ni haberle reembolsado el dinero”, según sus abogados -, se lo regresaron recientemente.
Como una medida de seguridad más, el gobierno le ha negado a Guzmán las visitas familiares, incluida su esposa Emma Coronel Aispuro, quien fuera reina de la belleza y cuyo padre, dicen las autoridades, cultivaba amapolas y mariguana para uno de los principales lugartenientes de su esposo. Sus abogados – actualmente, defensores públicos – dicen que al mantenerlo apartado de su esposa, se ha infringido su posibilidad de buscar consejo mientras decide si contrata a abogados privados. La fiscalía también ha buscado examinar a cualquier no estadounidense en el equipo jurídico de Guzmán, preocupados de que un espía del cartel pudiera infiltrarse en su defensa.
New York Times.- En cuanto a su solicitud de una investigación de Amnistía Internacional, recientemente, los fiscales le pidieron a Cogan que la rechazara porque dicen que la organización “no tiene ninguna autoridad de supervisión” en la prisión y “no es una parte en este proceso judicial”.
Aun con esas diversas restricciones, Guzmán tiene visitas casi diarias de un pequeño ejército de abogados, asistentes jurídicos, investigadores e intérpretes – un privilegio insólito para un interno en 10 South. Según los autos de la causa, pasa un promedio de 21 horas a la semana con su equipo de defensa, lo que indica que su aislamiento es considerablemente menos severo que el de otros presos”.
Y, no obstante, parecería que las humillaciones de la vida tras las rejas lo han irritado. La semana pasada, sus abogados presentaron una moción en la que dicen que aun cuando se le permite ver televisión en el salón de recreación, el aparato no está visible desde la bicicleta fija, lo que lo obliga a escoger entre ver la televisión o hacer ejercicio. Esto, notaron los abogados, es uno de “los obstáculos absurdos” que “fomentan el sentido de frustración y aislamiento del señor Guzmán”.
Tampoco se le permite escoger el canal, ya que los directivos de 10 South le han “impuesto alguna especie de limitación en la programación” a Guzmán, dijeron sus abogados.
Entre los pocos programas que Guzmán ah podido ver está “un programa de la naturaleza sobre los rinocerontes”, que, dijeron, lo “han pasado varias veces”.