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30 mil es el número de niños en el ejercito del Narco Vs Fuerzas Federales

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Los niños de la guerra en México: Dicen que son unos 30 mil, pero, ¿y quién ve por ellos? ¿Y el Estado?.

Unos 30 mil niños han ido a los campos de batalla de la guerra contra las drogas en México, iniciada a finales de 2006, de acuerdo con cifras de la Red por los Derechos de la Infancia en México. Todos ellos han contribuido a crear zonas de combate comparables a las que han costado miles de vidas en Irak o Afganistán. 

En un texto titulado “The teen killers of the drug war”, publicado en el influyente semanarioThe New Yorker, el periodista Patrick Radden Keefe recupera la vida de Gabriel Cardona, reclutado como niño sicario del cártel los Zetas cuando apenas tenía 17 años de edad, para dibujar el terror a que miles de menores han sido sometidos por la violencia desbordada en nuestro país y otras latitudes.

 La carrera de Gabriel Cardona como sicario del cártel de los Zetas, uno de los más violentos en la historia reciente, comenzó cuando tenía 17 años.

El joven, nacido y criado en Texas, fue reclutado por el crimen organizado luego de que en 2004, mientras contrabandeaba drogas por su cuenta en Nuevo Laredo, Tamaulipas, la policía local lo detuvo y lo entregó a Miguel Treviño, el líder del sangriento cártel tamaulipeco.

Tras un breve interrogatorio, Treviño, conocido también como “Z-40”, decidió que Cardona podía ser un buen sicario, así que lo envió a un campo de adiestramiento en ese mismo estado. Ahí, junto a sus compañeros, cuya edad promedio era de 15 años, el muchacho recibió un rifle de asalto y mercenarios de Colombia e Israel lo entrenaron para matar.

Como normalmente ocurre en situaciones de conflicto armado, el joven fue expuesto a la violencia de forma progresiva. “Ver y luego hacer” era la táctica de Los Zetas. Primero ellos mataban a un “enemigo”, luego los reclutas debían mostrar que habían aprendido a hacerlo. Así fue como comenzaron los días de sicario de Gabriel.

Su historia es una entre miles, de acuerdo con un artículo publicado este martes por The New Yorker,una de las revistas más prestigiadas del mundo, que asegura que miles de jóvenes menores de 18 años han participado en conflictos armados.

Y es que, a medida que el diseño de armas se desarrolló durante el siglo pasado se hizo más práctico poner a los niños en el frente de batalla. El politólogo, P.W. Singer, en su libro “Children at war” (2005), señala que el AK-47, con menos de diez partes móviles, es “brutalmente simple”, pues sus entrevistas revelaron que  “a los niños les lleva alrededor de treinta minutos aprender cómo utilizarla”.

Según el texto, realizado por Patrick Radden Keefe, el reclutamiento de niños soldados en Afganistán se duplicó el año pasado. El Departamento de Estado de Estados Unidos (EU), asegura que el grupo extremista Estado Islámico (Isis, por sus siglas en inglés) está aumentando su dependencia de reclutas menores de edad, algunos de tan sólo diez años, que son conocidos como los “Cachorros del Califato”.

El concepto de “niños soldados”, señala el medio estadounidense, no está para nada alejado de la realidad mexicana, en donde de acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en México, unos 30 mil menores se han visto obligados a participar con los cárteles de las drogas.

“Partes de México sin duda parecían una zona de combate cuando Cardona era un Zeta; en lugares a lo largo de la frontera, la tasa de homicidios fue mayor que en Afganistán o Irak”, dice el texto. Y agrega que, “en un país donde más del 95 por ciento de los homicidios por lo general no se resuelve, cualquier persona podría empezar a cuestionar el valor de la vida”.

El escrito añade que la incertidumbre en los tiempos de guerra deja a los jóvenes muy vulnerables, pues en su búsqueda por encontrar un apoyo, generan fácilmente dependencia hacia cualquier líder. Su fragilidad, sumada a la pobreza en la que la mayoría vive, es lo que lleva a los jóvenes a participar con el crimen organizado.

“Se podría pensar que los Zetas compartirían algo con Al Qaeda o ISIS. Pero, para los miembros del cártel tamaulipeco, los yihadistas están equivocados porque están dispuestos a morir por una ideología, cuando en realidad su verdadero problema es ‘ser pobres'”.

The New Yorker añade que incluso para Cardona, quien no sufría verdaderamente los estragos de la pobreza en EU, el narcotráfico significó un paso hacia arriba en la escala social. “Riquezas y putas”, esos son los beneficios que obtenía si mataba para “La Compañía”.

De acuerdo con el texto de Patrick Radden Keefe, Los Zetas le pagaban a Cardona 500 dólares a la semana, y un solo “homicidio por encargo” podía significar un bono de diez mil dólares. Además, los asesinatos eran relativamente fáciles, pues la policía en Nuevo Laredo no sólo no investigaba los asesinatos, sino que ayudaba a Cardona en sus ejecuciones y hasta era subcontratada por el cártel cuando querían deshacerse de los cadáveres.

Los niños soldados a menudo dependen de las drogas para acostumbrarse al horror que representa un asesinato, en el caso de Cardona, un cóctel de tranquilizantes pesados y Red Bull, administrados en intervalos regulares durante todo el día, era lo que le permitía hacer su trabajo sin titubear.

Miguel Treviño, sin embargo, no requería medicamentos para matar. “Wolf Boys”, libro que retrata la vida de Cardona, cuenta que el líder de Los Zetas disfrutaba asesinar e incluso hacia alarde al respecto. Cuando Treviño le contó a Cardona que había matado a más de 800 personas, no sólo fanfarroneaba del acto per se, sino también de la indiferencia moral que tenía respecto a tomar una vida humana.

“Z-40” no era el único insensible, de hecho, para el cártel representa un halago que alguien te calificara como tal. Cardona también se convirtió en un asesino eficiente y fiable, se ganó el respeto de sus compañeros , incluso el de Treviño, quien en cierta ocasión tocó su pecho y le dijo: “eres simplemente tan frío como yo”.

En 2006, Michael Wessells, un psicólogo que visitó el campo de rehabilitación Grafton Camp, en Sierra Leona, publicó un libro en el que aseguró que la mayoría de los combatientes menores de edad no son secuestrados o reclutados forzosamente, sino que se alistan voluntariamente. Según él, se unen porque están buscando la identidad y las oportunidades que  la vida civil no les dio.

Cardona era capaz de distinguir entre el bien y el mal. Él sabía que lo que estaba haciendo era inmoral, pero lo racionalizaba. Se decía a sí mismo que no había inocentes en el tráfico de drogas y que de no ser él, alguien más los ejecutaría.

El joven sicario fue detenido cuando tenía 19 años; recibió cadena perpetua. Su detención conmocionó a la población estadounidense, que por años había pensando que “los horrores que se desarrollan al otro lado de la frontera son un problema externo, desconectado de su realidad cotidiana”.

Gabriel Cardona, a diferencia de muchos otros niños sicarios, no recibió terapia, ninguna ONG intervino en su nombre, nadie se notó deseoso por “reintegrar” a este chico a la sociedad. Privado de las drogas que consumía durante su época como asesino, empezó a tener pesadillas. También comenzó a enviar correspondencia en la que expresó remordimiento por los asesinatos cometidos, aunque siguió afirmando que Miguel Treviño, quien fue detenido en 2013 por las fuerzas armadas, era “un buen hombre”·

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