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El Estado perdió Chilapa, Guerrero. Los pueblos se vacían, la gente huye como puede

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Durante la Independencia de México, el municipio de Chilapa de Álvarez, Guerrero, fue disputado por realistas e insurgentes. Hoy miembros del crimen organizado buscan apropiárselo. Su ubicación geográfica convirtió a la demarcación en una más peleadas. Desde el 2012, Los Ardillos y Los Rojos luchan por ese corredor esencial para el trasiego de drogas y la siembra de amapola. Muerte, desapariciones y poblados abandonados son las consecuencias.

Las comunidades de Tepozcuautla, Tetitlán de la Lima y Ahuihuiyuco están semivacías, pues sus habitantes escaparon por amenazas y miedo. En Ahuihuiyuco, de mil 370 pobladores quedan menos de 30. Los demás escaparon rumbo a la capital, Chilpancingo, o a la cabecera municipal. En dicha comunidad, el Centro de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón ha contabilizado al menos 30 desaparecidos.

Se visitó el lugar y conversó con la gente que no tuvo otra opción más que quedarse. En medio de colonias abandonadas, miembros de la Secretaria de la Defensa Nacional (Sedena), enviados a resguardar la zona, también dieron testimonio: “Han desaparecido gente y han descuartizando gente, por eso estamos aquí’’.

Chilapa, Guerrero, 25 de junio.- Ahuihuiyuco, Tepozcuautla y Tetitlán de la Lima, comunidades de Chilapa de Álvarez, Guerrero, se transformaron en pueblos “fantasma’’. Al atardecer de mayo y amanecer de junio, casi el 100 por ciento de las familias que habitaban las zonas se marcharon con miedo a la capital del estado, Chilpancingo, o la cabecera municipal.

Presuntos miembros del grupo criminal Los Ardillos colocaron amenazas en los lugares. Si la gente no se iba, les advirtieron, sus casas arderían y terminarían como las decenas de desaparecidos en Chilapa.

El desconocimiento del paradero de decenas de personas en este municipio atrajo la atención de la misma Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyos representantes acudieron en noviembre pasado a documentar los casos.

AHUIHUIYUCO

Ahuihuiyuco, a unos 5 minutos en auto de Tepozcuautla, quedó desolado. No hay voces humanas. Los ruidos que ilustran el aterrador panorama son los quejidos de los caballos, vacas y burros, los cuales son devorados desde las entrañas, pues sus dueños los dejaron amarrados, sin comida, y escaparon.

Los huesos que laceran la carne y una mirada de súplica son las escenas en los corrales. Al menos 100 perros rondan en busca de marranos o pollos pequeños y los despedazan en instantes. No hay gente ni alimento. No hay agua, y la vida escasea.

Hoy, de los mil 370 habitantes de Ahuihuiyuco, quedan menos de 3 decenas, las cuales son resguardadas por una flotilla de militares que arribó al sitio el 2 de junio pasado.

Para llegar al poblado se tienen dos opciones: caminar entre el cerro o caminar por la carretera, pues los transportistas ya no suben al lugar, ubicado en la Montaña Baja de Guerrero. “Nos prohibieron entrar para allá. Antes sí iba yo’’, afirmó un taxista oriundo de Chilapa.

“Las combis cobran ya por viaje. Se junta la gente y se cooperan. Van un día a la semana’’, comentó el transportista en entrevista.

El sitio más alejado de la cabecera municipal al que él llega es Topiltepec, en la entrada al sendero que conecta con Ahuihuiyuco. ¿El motivo? El miedo. En algún momento estuvo frente a la sentencia de muerte de los narcos y prefiere “no arriesgarse’’:
“Esos cabrones, si te atajan, pues ya… sería muy raro que no te chinguen […]. A varios choferes los chingaron’’.
SE FUE, PERO REGRESÓ

“Don Mezcal”, cuyo nombre verdadero no fue revelado, vive en la entrada a Ahuihuiyuco y desde su casa se puede observar a detalle el poblado.

El hombre de alrededor de 50 años relató que cuando inició el conflicto vio a sus vecinos tomar, desesperadamente, el sendero que él utiliza para ir a comprar la bebida que le da su sobrenombre.

Al principio, el hombre contó que decidió quedarse, pues “ahí está su hogar”, su historia. Sin embargo, sus niños se aterraron y tuvo que actuar.

“Don Mezcal’’ dijo que tomó sus cosas, a su familia y se marchó. Pero su casa, la milpa y sus animales lo obligaron a volver. Ahora forma parte del pueblo “fantasma” de Chilapa.

EL ECO DE LA IGLESIA

Las calles de la comunidad guerrerense son de piedra y lodo. “El progreso’’-si es que así puede llamarse al concreto- sólo llegó a la avenida central, la cual conecta a las tiendas principales con la iglesia y la Escuela Primaria Narciso Mendoza.

Ahí, en el instituto educativo, candados resguardan los salones que fueron abandonados, según la última fecha en los pizarrones, el 6 de junio pasado. Las autoridades escolares huyeron con tanta premura que la puerta principal quedó de par en par.

La iglesia aún muestra huellas de los pobladores. Velas y papeles ilustran el eco al preguntar: “¿Hay alguien?’’. Justo ahí, se aprecian a la distancia cascos de los militares, quienes incursionaron en la comunidad e instalaron un campamento en la comisaría local.

HABLAN LOS MILITARES
“Han desaparecido gente y han descuartizando gente, por eso estamos aquí’’, declaró Alberto Ochoa, uno de los militares enviados a la zona.
Los elementos castrenses cuestionan a cualquier “intruso’’. Temen a las sombras del cerro, pues allá “anda gente con radios y armada’’.

“Hay un conflicto. Por eso la gente abandonó [la comunidad]. Se fueron y ya están llegando ahorita. Van a tardar unos dos años’’, dijo el uniformado.

Los militares son alimentados por una mujer que vive en la cañada. No hay mercados, ni tiendas abiertas. “A nosotros sí nos abren porque somos la ley, pero a gente desconocida le cierran’’, explicó Ochoa.

En Ahuihuyuco no pasan carros, sólo jóvenes que, de acuerdo a los miembros de la Secretaria de la Defensa Nacional (Sedena), forman parte de los grupos criminales: “son halcones’’.

“A las familias que se fueron, nosotros las sacamos porque, supuestamente, las iban a matar’’, afirmó.

Y recordó: “Anteriormente despedazaron a dos cristianos’’, en referencia a dos hombres que fueron hallados asesinados en la salida del poblado.

Pasaron ya 20 días desde que la flotilla de efectivos vestidos de verde olivo llegó a  lo que ellos llaman el “ojo del huracán’’. Ahora se sienten más acompañados, pues, dicen, la primera noche no había ni un alma a los alrededores.

Desde entonces hacen rondines a pie o en sus vehículos, y esperan.

“¿Ya agarraron narcos?”, se cuestionó a Adalberto.
“Son llorones. Casi se le hincan a uno, que ellos se la pasan en la Iglesia, que ellos no hacen nada, que son gente de paz, son gente tranquila, ellos en su vida han agarrado un arma nunca. Deberían tener el valor suficiente: ‘sí, yo fui’, pero no, tienen más valor las mujeres que esos bueyes’’.
“¿Cuál es el protocolo?”

“Si tiran, tiramos; si nos agreden, los agredimos. Lo mismo”, sentenció Naucalpan, otro de los encargados de la zona.

LA SANGRE DE CHILAPA

Como se reportó en marzo, Guerrero ocupa el tercer puesto en índices de pobreza y tiene el primer lugar en homicidios a nivel nacional. Al menos 10 cárteles se disputan el estado y Chilapa, en la montaña baja, es uno de los municipios más lastimados.

La ubicación geográfica de Chilapa la convierte en una de las demarcaciones más peleadas desde el 2012 por Los Ardillos y Los Rojos pues no sólo es un corredor esencial para el trasiego de drogas, también sus tierras son utilizadas para la siembra de amapola, de acuerdo con el Grupo de Coordinación Guerrero.

En medio de la violencia desatada entre autoridades y supuesto miembros del crimen organizado, quedaron los civiles –una vez más-, quienes son desaparecidos, asesinados o deben desplazarse de sus territorios con el riesgo de encontrar la sangre de Chilapa en el camino…

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