“¡Cuida a mi niño, escóndelo, llévatelo, que no lo hallen!”, rogó Thalía a su tía Blanca en el locutorio del Centro Federal de Readaptación Social número 4, de Tepic, Nayarit.
El Grom, (Grupo de Reacción Operativa Metropolitana), lo andaba buscando, y no descansaría hasta encontrarlo y matarlo, advirtió la muchacha. Estaba alterada.
Era la primera vez que Blanca visitaba a su sobrina en el reclusorio, una visita de 40 minutos.
Apenas la vio… Thalía, vestida de caqui y zapatos cafés, el uniforme de la penitenciaría, se soltó llorando.
El día que los policías de negro, traje negro, máscara negra y casco negro, la detuvieron, habían sustraído de su casa aparte de un plasma, ropa, una estufa y un tanque de gas, el bonche de fotografías familiares donde iba la de su hijo, la foto de su nene, del bebé de Thalía, y era lo que a ella le deba, le da, prurito.
El Grom la había mantenido secuestrada por cerca de 27 horas en su cuartel del antiguo Hotel La Torre, una de tantas sucursales del infierno, y amenazado con matar a su nene, y a toda su familia, si Thalía se negaba a firmar los cargos que le achacaban.
“Que si no aceptaba todo lo que se le imponía ahí pos la iba a llevar la familia, primeramente el bebé. Ella tiene mucho miedo por el bebé. La amenazaron, que le iban a matar al bebé”, narra Blanca, todavía se le ve asustada.
A ella, a Thalía, la colgarían de un puente y nadie diría nada.
Y a Thalía no le cupo la menor duda.
Durante su cautiverio de más de un día en el cuartel del Grom, que la gente de acá ha bautizado como “el cuartel de la tortura”, Thalía fue eso, torturada, tratada a palabrotas, tortazos y patadas por los policías de élite, quienes además, - me contaría su tía Blanca más tarde -, “le hicieron cosas”, la manosearon y la violaron, le metieron los dedos por la vagina.
Una mujer Grom… se los metió también.
La noche aquella que Blanca encontró a Thalía en las oficinas de la PGR de Saltillo, después de mucho andarla buscando, no la reconoció.
Blanca dice que apenas entró miró a una muchacha bajita y flaca, sentada en una silla. Estaba despeinada, tenía un moretón en la nariz y la ropa sucia, como si alguien la hubiera revolcado, como si alguien hubiera trapeado el suelo con ella.
La chica llevaba guaraches, playera de tirantes y pantalón de mezclilla.
Era Thalía, su sobrina, y temblaba.
“No me podía decir nada porque ahí estaba la gente de la PGR a un lado de ella, tenía miedo… Le digo ‘¿te pegaron?’, nomás me hacía que sí con la cabeza”.
Blanca pidió entonces a una de las abogadas de la Procuraduría, no sabe a cuál, no sabe a quién, que le diera permiso de ir a casa y traer una muda para su sobrina. La abogada le dijo que sí.
A su regreso, y mientras Blanca ayudaba a Thalía a quitarse la ropa en un baño de la PGR, descubrió que tenía el cuerpo mallugado, tatuado a los puros golpes.
“No podía levantar los brazos yo tuve que alzarla, estaba toda golpeada, todo su cuerpo, todo, todo, moretones, patadas en la cara.
“Cuando le estaba pasando la playerita por la cabeza me dice ‘¡con cuidado!’, que porque le habían dado una patada en la cara. Se le sentían los chichones en la espalda, en los pies, se le veían los zapatotes ahí pintados de las patadas que le daban. Dijo que la colgaron, que la violaron…”, me cuenta Blanca una tarde frente a una mesa de café.
Y el abogado de Thalía me dice, durante una cita medio clandestina en un restaurante de la ciudad, que seas quien seas, nadie, ningún policía, tiene derecho a desnudarte ni a violarte, que va contra los derechos humanos, que no se puede.
“Una cosa es que te detengan y te pongan a disposición del Ministerio Público, con lo que te hayan asegurado, pero eso no les da derecho a que te desnuden y te violen…”.
Y el abogado, y los familiares de Thalía, juran que no, que no es ni con mucho el caso de “la niña”, “la niña”, dicen cada vez que se refieren a ella.
Thalía tiene ya 19 años y es la madre soltera de un nene de dos.
¿Quién podría creer que una cosita así, de metro 45 centímetros de estatura y 50 kilos de peso, podría pasearse tan tranquila por la ciudad con un cargamento de droga y armas de alto poder?
Las tías de Thalía se resisten a creerlo. Yo, que apenas y conozco a la chica por fotografía, prefiero no opinar.
“Es una cosita. Una niña bien desarrollada tendría 12 años en el cuerpo de ella”, dice su tía Francisca, un sábado a mediodía que conversamos en un cefetín del norte de Saltillo.
Yo hubiera querido que fuese en su casa, en la casa de Thalía, pero la familia ya no vive allí, tuvo que mudarse presionada por las amenazas del Grom, que todavía hace no mucho se paseaba por allí con sus camionetas imponentes, “porque imponen”, me dicen las tías.
“Ella es una cosita de nada. Le ayudábamos con el bebé, sí, porque es un bebé que está bien grandote, bien gordo. Ella no podía con él”, insiste Blanca, la misma que fue a ver a la chica por primera vez después que las autoridades la pusieron en cama.
Eso es lo que dice la tía, pero el Grom dice otra cosa:
Y dice, según su parte informativo (198/2013/GROM), que la mañana del 21 de noviembre de 2013, como a las 7:38, y mientras patrullaban por el Periférico Luis Echeverría Álvarez, los policías vieron a los tripulantes de una camioneta Dodge Journey blanca que al percatarse de la presencia del convoy aceleraron la marcha.
Se desató entonces una persecución, hasta que metros más adelante el Grom dio alcance a la camioneta y la acorraló a la altura de la colonia Vicente Guerrero, frente a una popular tienda de venta de frutas, verduras y abarrotes, nombrada “La Cabaña”.
Thalía, y tres hombres más, bajaron con las manos en alto.
Al realizar la inspección de la camioneta los elementos del Grom encontraron varias armas de fuego, cartuchos, drogas y dinero en efectivo.
Durante el interrogatorio con los detenidos, efectuado en el mismo lugar, salió a relucir que uno ellos, de los detenidos, era Jorge Ubaldo del Fierro Varela, presunto líder de los Zetas en Saltillo.
Eso es lo que dice el Grom.
“Se han presentado muchos elementos de prueba, contrario a lo que han ofrecido los aprehensores, que únicamente presentaron su parte informativo, pero el parte informativo para el juez hace prueba plena, es en lo que no estamos de acuerdo”, me dice el defensor de Thalía y me pide de favor que omita su nombre por no sé qué rollos legales, no le entiendo.
Las pruebas de las que me habla este abogado son:
El dictamen médico de integridad física, realizado por el forense de la PGR, anexo en el expediente del caso, y en que se lee “que las heridas de las lesiones externas presentadas (por la muchacha) son producto de violencia física”.
Así como las conclusiones del Protocolo de Estambul, solicitado por el defensor de la muchacha ante las autoridades judiciales y en cuya aplicación participaron peritos especialistas, un médico y un psicólogo, adscritos al Tribunal Superior de Justicia del Estado de Nayarit.
“Fue torturada, tanto física como verbalmente, al recibir tratos, crueles, inhumanos y degradantes contra su integridad, a fin de obtener de ella información o una confesión”, dictaminaron los peritos.
Está además la recomendación (05/ 2015) emitida el pasado 8 de enero por la Comisión Estatal de Derechos Humanos y en la que quedó plenamente acreditada la violación a los derechos humanos de Thalía por la retención ilegal, ejercicio indebido de la función pública y tratos crueles, inhumanos y degradantes, en que incurrió el Grupo de Reacción Operativa Metropolitana.
Con 89 quejas acumuladas, desde su creación en 2012, ante la CEDH, por detención arbitraria, abuso de autoridad, lesiones y allanamiento de morada…el Grom tiene cola que le pisen.
Al menos Blanca y Francisca Monsiváis Gámez, las tías de Thalía y su abogado, no tragan la historia del Grom, dicen que el Grom inventó, que miente, que miente el Grom.
Que el día que pillaron a Thalía no fue el 21, sino el 20 de noviembre de 2013; que no, que no eran las 7:38 de la mañana, como dicen los policías, sino las 2:00 de la tarde.
Pero que tampoco fue detenida con ningún señor Jorge Ubaldo del Fierro Varela, presunto líder de los Zetas en Saltillo, y que la captura ocurrió a la entrada de la colonia Valle de las Flores y no a la altura de la colonia Guerrero, como puso el Grom en el parte.
Que las armas, los cartuchos, la droga y la plata, se las sembraron, se las sembró el Grom a Thalía.
Le sembró, inclusive, una granada el Grom, me cuentan las tías y el defensor de Thalía, otra tarde que conversamos en el cafetín del periódico.
Y yo les digo que hace varios semanas, desde que nos vemos, una pregunta me ronda por la lengua y es sobre la relación de Thalía con Jorge Ubaldo del Fierro Varela, el presunto jefe Z en Saltillo, hoy encarcelado.
“Yo sé que ella tenía pocos días de conocerlo. Es lo que ella dice. Hasta esos días que la detuvieron a ella y que sacaron a flote todo eso yo supe del señor”, responde Blanca.
Al parecer, dice, la nena lo había conocido en un centro comercial y platicado algunas veces con él. Eso fue todo.
De lo que sí están seguros, se mete Francisca, es que Thalía no le debe nada a nadie.
“Yo he ido y platicado con el juez, le digo ‘mire señor, disculpe que lo moleste’, es muy amable el señor y ni quién se lo quite, me ha recibido cada que voy, ‘mire señor – le digo- en serio que yo vengo a molestarlo porque yo estoy 100 por ciento segura de que la niña no le debe nada a nadie. Que se haya equivocado al conocer personas…”.
Y yo les digo que estaría bomba que pudiera yo entrar al Cefereso 4 de Tepic, Nayarit y platicar de esta historia con la chica, un día de éstos.
Ellos me contestan que no, que eso estaría difícil, porque apenas y pasan la tía Blanca, una hermana de Thalía y, a veces, el nene.
El abogado nunca ha ido y la tía Francisca dice que no, que ella no va, que jamás iría porque es cobarde, que ella es cobarde dice.
En el año y meses que Thalía lleva en cana, me cuentan las tías, está más flaca, demacrada, deprimida, pesa 40 kilos y varias veces la han tenido que llevar a la enfermería por alergias y dolores de cabeza y de panza.
No le gusta la comida de soya y papas que la dan en el penal, y se queja de que las celadoras son feas con ella.
Cuando las tías van a visitarla pregunta por la familia y ellas no le dicen que la abuela se enfermó a raíz de todo esto, que está delicada, en silla de ruedas y que ya hasta se las habían desahuciado.
La historia que me cuentan las tías y el abogado de Thalía comenzó la tarde del 20 de noviembre de 2013, como a las 2:00.
Thalía regresaba a su casa, en Eucalipto 115, de la colonia Zaragoza, a bordo de una camioneta Dodge Journey, el vehículo de la familia, en compañía de dos amigos estudiantes, cuando vio un convoy del Grom rodeando la calle y, por no sé qué impulso, decidió alejarse del sitio.
Al percatarse de la maniobra la caravana, cinco camionetas, sin número de unidad, un rinoceronte, sin número de unidad, arrancó detrás de la Dodge Journey y minutos después la alcanzó en el bulevar Fundadores, frente al Aurrerá, y a unos metros de la entrada a la colonia Valle de las Flores.
Allí los del Grom bajaron a Thalía de los pelos, a cachetadas, y la subieron al rino, el camión blindado de la corporación, ese que parece un monstruo con ruedas.
Al rato el convoy estaba apostado de nuevo afuera de la casa de Thalía, Eucalipto 115, de la colonia Zaragoza, y los policías de negro adentro con ella, puteándola.
“Que andaban buscando cosas, pero ¿qué iban a hallar?”, cuenta Blanca, la tía.
La calle de Eucalipto, en Zaragoza en una calle más o menos angosto, cacariza, de casas bajas y bodegones.
Una calle silenciosa, como sus vecinos silenciosos.
Más de una vez he venido aquí para que alguien, algún morador de esta calle, me cuente de Thalía, pero parece que nadie la conoce, que nadie se acuerdan de ella.
Unos me dicen que son nuevos, otros que quién soy y llamarán al periódico para ver si trabajo allí.
Algunos más, se acuerdan de los Grom, y dicen que muy seguido se aparecen por la colonia y arman cada putiza, pero los vecinos mejor se meten en sus casas, no quieren problemas, les tienen miedo, me platica una señora parada en la puerta, no me da su nombre.
De esta calle, la Eucalipto, el Grom se llevó a Thalía, y su familia no volvió a saber más de ella por un montón de horas, eternas horas, 27.
“La ley dice que inmediatamente que tú detengas a alguien tienes que ponerlo a disposición del Ministerio Público, no 27 horas después”, me explica el abogado de Thalía.
Cuando la tía Blanca llegó, después que unos vecinos de la cuadra le avisaron del desmadre, ya no encontró nada, a nadie.
La chapa de la puerta de la casa estaba reventada y los vidrios de las ventanas hechos trizas.
Adentro todo estaba destrozado. Parecía que un terremoto, un ciclón hubiera pasado por allí.
Entonces la familia se puso en busca de la muchacha.
Preguntaron en la policía municipal y que no, que no estaba allí, que fueran a la PGR.
Preguntaron en la PGR y que no, que allí no tenían a ninguna Thalía, pero… que si querían esperar…
Las horas que siguieron, los familiares de Thalía montaron guardia, unos, afuera de la policía municipal, otros, a la entrada de la PGR.
Al día siguiente, el 21 de noviembre por la mañana, Blanca y Francisca, salieron rumbo a las oficinas de la Comisión Estatal Derechos Humanos, para hacer la denuncia.
Poco tiempo después se enteraron que la noche del mismo 20 de noviembre de 2013, como a las 11:00, el convoy del Grom irrumpió con Thalía en casa de su abuela, calle Sauce 141, también de la colonia Zaragoza.
La colonia Zaragoza, se me había olvidado decir, es un sector popular al oriente de Saltillo, catalogado como “conflictivo”, por sus abundantes pandillas, la droga y la prostitución callejera.
El expediente con las declaraciones de algunos testigos dice que esa noche los del Grom entraron con modales violentos en casa de la abuela de Thalía, reventando puertas, rompiendo ventanas, y se llevaron de allí una pantalla de plasma, ropas, una estufa y hasta un tanque de gas, también un bonche de fotografías familiares, donde iba la del nene de Thalía.
“Subieron las cosas a las camionetas y las llevaban agarradas”, me cuenta una vecina, otra tarde calurosa que platicamos en el porche de su casa en la calle Sauce, de la Zaragoza.
En el atraco varios vecinos salieron insultados, jaloneados, madreados por el Grom.
Y al hijo de esta vecina, de los puros golpes, le quedó una tos.
Después el convoy del Grom partió con Thalía y se perdió en la noche, entre las densas tinieblas de la colonia Zaragoza.
Hasta antes de aquello, dicen sus tías, Thalía era una “niña”, “niña”, le dicen, normal, que se había criado en casa de los abuelos maternos, con sus otras dos hermanas y varios de sus primos.
Que iba a la escuela, a fiestas y ayudaba a su tía Blanca en el negocio familiar de venta de ropa, cerámica y mercería.
Por las tardes Thalía acostumbraba juntarse en casa con sus compañeritos de la escuela a hacer las tareas y algunos fines de semana a ver películas.
De los padres de la chica las tías hablan poco, nada: que la madre anda por allí, que el papá vive en un rancho, pero que no saben dónde.
Un atardecer bochornoso, pegajoso, me encuentro de nuevo en una mesa de café con el abogado y las tías de Thalía, Blanca y Francisca, que esta vez me han traído a enseñar unas fotografías de la muchacha.
Nada que ver, me dice Francisca, con la foto que publicaron los periódicos de acá, y los de casi todo el país, donde aparecía, en primera plana, una Thalía con el pelo como de estropajo, la nariz rota y la cara manchada de mugre, junto a las imágenes de otros tres hombres y debajo de un titular que decía “Cae jefe de los Zetas en Saltillo”.
“¿Cómo exhibes a una persona si todavía no sabes si es penalmente responsable o no? Ahorita los detuviste, pero no quiere decir que son delincuentes, hasta que se demuestre ante un juez, entonces puedes exhibirlos y es más… ni así, porque exhibirlo es ponerlo en público y tacharlo ante la sociedad”, interviene el abogado defensor de Thalía.
En una de las gráficas que las tías rescataron veo a una Thalía de algunos 13 años, flaquita, morocha y de pelo negro hasta los hombros, que está vestida con el traje de porrista, (listón rojiblanco en el cabello, camiseta blanca, playera roja, faldita roja y tenis blancos), del Instituto Cobaín, donde la muchacha hizo la secundaria.
En otra, Thalía el día de sus quince años, cabeza coronada con una corona dorada, los ojos grandes y vivos, el cabello negro, largo y lacio cayéndole en cascada sobre los hombros bronceados, el rostro descansando en el marco que forman sus dedos índice y pulgar de la mano derecha, codo apoyado en el muslo, y ella metida en un vestido fiucha, vaporoso, con un ramo de flores artificiales, fiucha, en la mano izquierda. No sonríe.
“Es una varita, siempre estuvo que sus ejercicios y que el estómago. Eso sí, es muy vanidosa y siempre le ha gustado estar delgadita, No es por nada ni porque sea mi sobrina, ella es una niñita, ¡pero bonita!, siempre andaban muy arregladita, muy coquetita ella”, dice su tía Francisca.
La última es un close up de la Thalía actual.
La chica está como recostada, muy sensual, tiene el cabello suelto teñido de rubio, tirando a dorado, y la cara perfectamente maquillada. Luce coqueta, pero seria.
Era la época en que Thalía iba a la preparatoria, después que ocurrió lo de su embarazo, lo de su nene al que el Grom amenazó con matarle.
“Terminó la secundaria y pues… salió embarazada, no sabemos de quién, el bebé no tiene papá. Estuvo estudiando todo el embarazo. Ya nomás se recuperó entró a la preparatoria”, cuenta Blanca.
Y Francisca me dice que un día normal en la vida de Thalía era levantarse temprano, bañar a su bebé, bañarse ella, desayunar, dejarlo en la guardería, de la guardería se iba a la escuela.
A mediodía, saliendo de la escuela, lo recogía y se iban a casa, por la tarde ayudaba a la tía Blanca en el negocio.
“No andaba en la calles ni haciendo males ni nada que se le parezca. Dijera usted ‘ella es una niña vaga, que no estudia, que anda en la calle, deja al bebé con su tía, dura dos o tres días sin llegar a la casa’. Nunca faltó a dormir”, dice.
Otra mañana me encuentro en la oficina de María Fernanda Castro, la directora del Liceo Gandhi, una preparatoria para chicos bien a la que Thalía asistía, hasta su detención.
“Era una niña común, entraba a clases, tomaba sus notas y todo. Muy tranquila, muy solitaria, muy ensimismada, siempre como aislada y metida en el celular. Siempre estaba mandando y recibiendo mensajes, no sé.
“Realmente ella aquí no hizo amistades, no se involucró mucho con la gente. Es el tipo de alumno que pasa desapercibido y ya. Nosotros no nos metemos más…”, dice la profesora.
Afuera de la escuela veo a unas nenas sonrientes de playera blanca y bluejeans, el uniforme de la preparatoria, muy diferente al caqui que usa Thalía en el penal.
Después en la calle Sauce, de la colonia Zaragoza, platico con unas vecinas sentadas a la sombra de un árbol que da mucha sombra frente a la casa familiar de Thalía, una construcción de dos niveles, color amarillo, con ventanales y terraza.
Les pido a las doñas que me hablen de las tías, de la chica, de los abuelos, de los primos, de la familia:
“Entran y salen de ahí, no se meten con nadie. Lo demás no interesa…”, dice una de las señoras. Su gesto es desafiante.
Días más tarde estoy en el juzgado con el defensor de Thalía, leyendo las declaraciones de la chica que están en uno de los 12 tomos del gordo expediente del caso.
Parece un anecdotario del horror.
En esos papales dice del paseo y la madrizas que le dieron los Grom a Thalía por toda la ciudad.
Los Grom le vendaron la cara con una venda, un trapo, una playera, o algo así, y la llevaron al Noveno Batallón de Infantería de Saltillo que queda por la salida a Zacatecas.
Ella lo supo, lo sabe, porque la venda, el trapo, la playera, o algo así, traslucía.
Allí los del Grom le cosieron el cuerpo a patadas, (espalda, costillas, piernas, brazos, nariz); le dieron con la mano abierta en la cabeza y en la cara, la desnudaron, la manosearon y le introdujeron los dedos por la vagina.
Una mujer Grom participó también de la violación tumultuaria.
Que a qué se dedicaba, le preguntaron, y ella dijo que era estudiante y cuidaba a su bebé.
Los del Grom la siguieron golpeando, quería que se acusara, vieja pinche, pendeja, la insultaron.
De allí los del Grom trasladaron a Thalía a su cuartel, ubicado en las instalaciones del antiguo Hotel La Torre, y allí la siguieron pegando y violando todo el tiempo, todo el día, toda la noche.
Que hablara, le dijeron.
Y le metieron una bolsa negra para basura por la cabeza en varias ocasiones. Thalía sintió que se ahogaba.
Entonces los del Grom la mojaron con agua fría y le dieron de toques con una chicharra en los senos.
Fue el momento más doloroso para ella, quien recién se había mandado hacer una cirugía de implantes.
Luego le dieron de toques con la chicharra en la cicatriz de la cesárea, de cuando tuvo a su nene.
Que la iban a matar, la amenazaron, que la iban a violar, a tirar a un arroyo, a colgar de un puente, si ella decía lo que habían hecho, y que iban a ir por su hijo y lo iban a matar, que sabían donde estaba.
De tanta madriza Thalía se desmayó. Volvió cuando un Grom le aventó un cubetazo de agua fría en la cara.
Y hasta que se cansaron de pagarla, 27 horas continuas, 27 horas después, los del Grom la llevaron a la PGR.
“Cuando la ponen a disposición de la PGR a ella la llevan vendada. Eso es algo que no está permitido, es otra violación más a los derechos humanos”, me dice el abogado de Thalía.
Era el 21 de noviembre de 2013, como a las 6:30 de la tarde.
Fue cuando la tía Blanca la vio en aquellas oficinas atestadas de escritorios, sentada en una silla, hecha garras.
Tan hecha garras que el médico forense de la Procuraduría solicito al Ministerio Público un permiso para que Thalía fuera trasladada a un hospital y recibiera atención dada la magnitud de sus heridas.
La muchacha permaneció 24 horas interna en Hospital General.
Días después fue trasladada a la Siedo, en la ciudad de México, y de allí al Cefereso 4 de Tepic, Nayarit, acusada de delitos contra la salud, portación de arma de fuego de uso exclusivo del ejército, portación de granada, posesión de cartuchos y operaciones con recursos de procedencia ilícita.
En las próximas semanas el juez deberá dictar sentencia sobre el caso de Thalía y entonces será para ella el fin ¿o el principio? de su tragedia.