A la distancia parecen policías, pero ya de cerca no tienen pinta de serlo.
Son “madrinas”. Dícese de las personas que tienen rol de policías, pero sin serlo; más bien son los que hacen el trabajo burdo, pero también el soez. Son altaneros con aire de “perdona vidas”. Se rigen bajo su creencia y autoridad propia. Nadie los regula, y ellos se solapan.
Son variopintos. Hay altos, chaparros, flacos, regordetes, lampiños, barbones, medio calvos, greñudos, entrecanos, azabache, y demás. También hay mujeres, con esa misma morfología.
Visten pantalones de campaña. En su mayoría azul fuerte, y camisolas en negro. Llevan en el pecho un medallón que brilla con el sol, y que dependiendo del movimiento a veces resplandece hasta el punto de ceguera. Lo usan como si fuera insignia oficial de quién sabe qué cosa.
Llevan un cinturón de faena semejante al de Bob, el Constructor. Por pistola, se enfundan un desatornillador inalámbrico, y por balas: desarmadores, cutter y cinta canela.
Y llevan zapatos tácticos, como si fueran policías, montañistas, senderistas o gatilleros.
Hay tres grupos, todos apostados en los flancos izquierdo y derecho del doble carril al norte de la carretera México 15, o México-Nogales, luego de cruzar la caseta de peaje de San Miguel Zapotitlán, justo en el kilómetro 19 más 700 metros. Están distribuidos por tareas. Un binomio de ambos sexos abordan los camiones de pasajeros. Ella interroga a las pasajeros, ellos a los hombres. Son tan inquisidores que se meten hasta en la vida personal del viajero. Hablan golpeado, como para provocar coraje y una reacción a golpes.
No tienen autoridad alguna, pero ellos lo son todo, en ese momento. Son capaces de hasta amenazar con consignar a civiles con argumentos “engaña bobos”, y hasta se dan el lujo de casi montarse en los pasajeros. Si descubren una cámara que apunta hacia ellos, se desfiguran. Sus ojos brillan de tal manera que parecen encenderse para lanzar rayos cósmicos y pulverizar al pobre mortal que la porta.
En las inmediaciones de los sanitarios está el otro grupo. El de los estibadores. Ellos se encaraman a las cajas secas, jaulas y remolques de los camiones quinta rueda. Quitan, remueven la mercancía a placer, la colocan donde les place. Se dan el lujo de retrasar a los viajeros sólo porque con su intuición les parecen sospechosos, o porque por una corazonada les late que llevan cargas ilegales ocultas.
Entre estos dos espacios hay una franja vacía que cobija la sombra de un benjamín. Ahí se da el trato especial a quienes pasaron al segundo nivel de “sospechosismo”.
Frente a ellos hay un toldo blanco. Ahí también hay otros de ellos, pero éstos aprontados en el coqueteo con conductoras o pasajeras, mientras unos más desarman los vehículos buscando indicios de algo que ellos deben de conocer muy bien.
El lugar no tiene una sola bandera, letrero o banner que anuncie de quienes se trata. Pueden ser cualquiera, desde impostores hasta policías reales, o una mezcla de ambos.
El único mueble que parece indicar que se trata de elementos de alguna corporación es una camioneta Chevrolet, de modelo reciente y de color blanco, pero que carece de toda insignia oficial. Vaya, ni siquiera porta placas de institución policial. Lleva adheridas unas láminas con números en color azul, pero a la distancia parecen ser particulares, o clones. Lo único que la aparenta ser una patrulla son estrobos interiores que destellan en colores rojo y azul. Sólo que esas luces se pueden comprar en mercados en línea e instalarse en cualquier vehículo para simular una patrulla.
El lugar parece un caos bien organizado. Sin nadie al mando, sin nadie que explique quiénes son, qué hacen, qué buscan y quién responde por el exceso de las “madrinas”, pues hasta estos no responden preguntas.
Conductores de servicio público cuestionados, aseguran que desde que se instalaron en la caseta nunca han sabido de quienes se trata, qué hacen y qué buscan. Ellos por una reacción natural detienen la marcha, abren la puerta y esperan a que lo aborden. Sólo reinician la marcha cuando el clon de policía se apea.
“Vale más así compita, no sea y regresen los tiempos del Precos”.
Los Precos eran en realidad Puntos de Revisión Carreteros que la desaparecida Policía Judicial Federal instaló sobre las carreteras federales con el pretexto de la lucha contra la drogas, pero que con el paso del tiempo se convirtieron en lugares de extorsión, robos, maltrato a pasajeros y de corruptelas con los clanes domésticos de tráfico de drogas, y que terminaron regenteados por “madrinas”.
Tal y como éstos, que ahora están en ese reten de la caseta de peaje de San Miguel Zapotitlán.