Está por cumplir 64 años. Pasó casi la mitad de ellos en diferentes cárceles: 28 años, 4 meses y cinco días. Desde hace una semana tiene otra vez todos los reflectores encima. La versión, oficializada por el Procurador de Justicia de Chihuahua, Jorge González, dice: “Hay posibilidad de una invasión que pudiera tener en el estado de Chihuahua uno de los narcotraficantes más reconocidos, más conocidos del país, que es este señor Rafael Caro Quintero del que tenemos información de que pretende venir para acá”.
La versión se había venido propagando desde el ataque a La Tuna, Badiraguato, en los primeros días de junio. Y la declaración del Procurador de Chihuahua apuntaló los dichos, supuestamente basados en informes de inteligencia estatal y federal e informes del Ejército Mexicano.
Hasta ahora nada es claro sobre lo que sucede en los reacomodos de las organizaciones criminales de la Sierra Madre, después de la nueva captura de Joaquín el Chapo Guzmán. El mapa delictivo en México sufre cambios constantes y lo mismo sus conexiones con el mundo. Es, como siempre, un mundo lleno de fantasmas: “ese mundo invisible que está penetrando incesantemente en el mundo visible,” diría el periodista Héctor de Mauleón.
Esté de regreso o no, sea parte del enfrentamiento con sus antiguos pupilos o no, Rafael Caro Quintero es la referencia más clara de que es posible mantenerse con un bajo perfil durante muchos años aun siendo la cabeza principal del negocio de las drogas.
En marzo de 1985, unos días antes de que aparecieran asesinados el agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar y el piloto Alfredo Zavala, en el rancho El Mareño, en Michoacán, la Procuraduría General de la República ni siquiera tenía una foto de Rafael Caro Quintero. De él solo admitía saber que tenía unos 32 años, alto, moreno y delgado. En realidad, ya era en ese momento el amo y señor del tráfico de drogas en México. Sus redes de corrupción oficial fueron siempre evadidas en todas los procesos judiciales que se le siguieron.
Caro Quintero, a mediados de la década de los ochentas, vivía con tranquilidad y ya había mudado su residencia de Sinaloa a Caborca, Sonora, y a Guadalajara, Jalisco, por conveniencias del negocio. En la capital de Jalisco se hizo visible por el romance con Sara Cossio, sobrina del líder del PRI en el Distrito Federal, pero cuándo se le preguntó en aquel marzo de 1985 al Procurador de Jalisco sobre Caro Quintero, respondió: “Perdone usted ¿quién es él?”.
Ya el agente de la DEA Camarena llevaba un mes desaparecido. Ya Caro Quintero tenía todos los faros públicos y de gobierno encima. No aguantó siquiera un mes y el 4 de abril fue capturado en Costa Rica.
Antes, entre febrero y abril de aquel 1985, el nativo de La Noria, Badiraguaro, había provocado una crisis diplomática entre México y Estados Unidos. Hoy todas las pruebas apuntan, sin embargo, a que Enrique Camarena era en realidad un infiltrado en la organización de Caro Quintero, pero la pureza de los americanos no permitía en aquel momento admitir nada.
Caro libró la larga reclusión por una argucia legal. La madrugada del 9 de agosto de 2013 –un viernes además-, abandonó el penal de Puente Grande como él mismo anunció que sería, desde 1988: “Quiero salir por la puerta grande”, dijo en aquella entrevista que ofreció al reportero Ignacio Ramírez, de la revista Proceso, en el dormitorio 10 del Reclusorio Norte.
Así salió, por la puerta grande, liberado mediante una resolución judicial que así ordenaba, con el argumento que no debió ser juzgado por un tribunal federal cuando se trataba de un delito del fuero común, ya que la víctima –Enrique Camarena- no era un diplomático ni formaba parte del personal consular de Estados Unidos.
Luego se arrepintió el Poder Judicial, y la PGR reaccionó tarde, pero Caro Quintero ya había puesto tierra de por medio y no se volvería a saber de él. Hasta ahora, que de nuevo los reflectores lo apuntan.
Margen de error
(Un año, dos) Rafael Caro Quintero dio varias entrevistas periodísticas durante su larga reclusión. Apenas un mes después de su captura, se conocieron en cadena nacional las primeras imágenes del traficante sinaloense que había industrializado la producción de mariguana en el rancho El Búfalo, en Chihuahua. Destacaba la soltura ante la cámara y el conocido acento serrano en su voz. Le respondió al reportero de Televisa cuando le dijo que podrían extraditarlo a Estados Unidos por el asesinato de Enrique Camarena: “Yo también quisiera muchas cosas”, diría, después de asegurar que llevaba “un año, dos” en el tráfico de drogas.
Otra, tres años después, cuando se coló al Reclusorio Norte Ignacio Ramírez. Caro Quintero tenía claro qué quería con la entrevista, su clan era acosado en Sonora y estaba reclamándole al gobierno:
“Lo que hicieron fue una infamia. Rafaguearon a mi gente, mataron hasta las vacas. ¿Qué culpa tiene mi familia? ¿Qué buscan? ¿Qué quieren? ¿Qué ocultan? ¿Qué tapan? ¿A quién le tienen miedo? No creo que el presidente no se dé cuenta de esto. Ahora, el señor anda dizque buscando humanidad en otros países, ¿por qué no la da primero en su casa? Mis respetos para él, pero ¿sabe qué? ya la estoy sintiendo muy feo y por eso pego de gritos.”
DEATRASALANTE
(En los freeway) Después de su liberación, los americanos no perdonaron que el culpable del crimen de su agente estuviera libre y se inconformó. Entonces, Rafael Caro Quintero cruzó la frontera, al menos su fotografía que fue replicada en muchos freeway, principalmente de la frontera con México. Estados Unidos quería, y quiere, a Caro Quintero en prisión. (PUNTO)