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Los Ántrax, El precio del poder

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Ellos se encargaron de construir su apología. Tomaron un nombre, una narrativa de su nivel de violencia y fuerza, y una definición específica de las funciones dentro de la organización Sinaloa. Los Ántrax se bautizaron a sí mismos como la temida espora de la guerra química que se esperaba en Estados Unidos, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Todo eso lo envolvieron en una vida de fiestas y lujo al estilo del jet set.

Hasta dónde era eso una mascarada y hasta dónde realidad, no es fácil separarlo. Hay sangre y crímenes y hay también una campaña viral aprovechando las redes sociales para vender esa vida de güisquis, autos, joyas y placer. Entre ellos está una nueva generación de narcos herederos de poder, que llegaron al negocio del crimen como una elección.

El domingo 30 de octubre, justo un mes después de la emboscada a militares en la que murieron cinco, las fuerzas federales se enfrentaron a lo que quedaba de los Ántrax en la colonia Hidalgo de Culiacán, desde hace muchos años su refugio. Murieron tres de ellos. Hasta ahora nadie ha relacionado al grupo armado de los Zambada con el ataque a los militares, pero sí forma parte del cúmulo de información que se está utilizando en esta nueva embestida federal a células de las organizaciones que operan en Sinaloa: chapos, mayos y Beltrán Leyva.

El golpe principal a los Ántrax lo dieron los americanos, no en México. Detuvieron en Holanda al cabecilla principal, Rodrigo Aréchiga Gamboa, actualmente enfrentando juicio por tráfico de drogas en Estados Unidos. Acá, otro de sus miembros y muerto justamente ese domingo 30 en el enfrentamiento, René Velázquez, había sido detenido y señalado como cabecilla de la célula, pero logró su libertad en 2014.

Los hijos de Ismael Zambada, supuestamente a quienes el equipo de los Ántrax debía resguardar, están presos en México o Estados Unidos, el líder del grupo igualmente está detenido y ahora otra parte de ellos fueron abatidos en el enfrentamiento. Los Zambada en realidad entraron en una especie de limbo jurídico, porque los procesos judiciales que enfrentan todos ellos en Estados Unidos han sido sellados, por lo tanto es imposible conocer detalles. Como sea, se salieron de la espiral de violencia y la guerra interna que mantenían, y ahora solo esperan un juicio que incluso podría favorecerlos con condenas similares a la impuesta a Víctor Emilio Cázares.

Margen de error

(Un mes después) El enfrentamiento en el que murieron tres de los Ántrax y detuvo el Ejército a seis, no tuvo falla alguna para las fuerzas federales. Una semana después no hay una versión oficial, pero hasta donde ha sido posible reconstruir no tomó más de 15 minutos el enfrentamiento y se registró cuando intentaba salir de la casa el convoy completo.

Las acciones del Ejército y la Marina llevan más de un año con una consistencia que no se conoció ni en los tiempos de Felipe Calderón y su guerra contra el narcotráfico. Desde que fueron formando el cerco en el triángulo dorado, luego de la segunda fuga del Chapo y hasta su recaptura en Los Mochis en este 2016, las fuerzas federales van de golpe en golpe.

La emboscada a los militares le dio una fuerza adicional y parece mantener una red todavía más amplia encargada del manejo de información contra los tres grupos: Zambada, Guzmán y los Beltrán Leyva.

Mirilla

(Unos sí; otros no) Durante muchos años el velo de la duda cubría a las acciones policiales locales y federales contra los grupos criminales. Ellos mismos se acusaban entre sí de complicidades y corrupción.

En esa muy larga historia hay señalados policías y generales, y hasta gobernadores. En contraparte, ninguna investigación sobre corrupción de redes del crimen y la política ha progresado. Todas han terminado en fracasos rotundos.

Las promocionadas investigaciones actuales contra la corrupción no apuntan hasta ahora a ninguna relación de la política y el narco. Javier Duarte y Guillermo Padrés son señalados únicamente por malos manejos del erario público. No hay nadie en la mira.

DEATRASALANTE

(Scarface) Rodrigo Aréchiga Gamboa tomó desde el inicio como su arquetipo y sobrenombre a Scarface, el título de la película de Brian de Palma protagonizada por Al Pacino y titulada para el mercado español como El precio del poder. En realidad la cinta es un remake que copia hasta el título de un filme de 1932 y se considera como la fundadora del cine negro y de gánsters. Una obra maestra con estruendos de metralletas en los inicios del cine sonoro.

Medio siglo después, en 1983, se estrenó con un guión de Oliver Stone la nueva Scarface. Retoma la argumentación principal: un inmigrante —italiano en la original, cubano en el remake— que va escalando en el negocio ilegal —de la bebida o de las drogas—que toma el lugar de su jefe y se apropia hasta de su mujer. Ambos terminan amurallados en un castillo intentando enfrentarse a la policía o a sus enemigos, según sea el caso, exterminados por un extraño amor a sus hermanas.

Contrario a otro clásico del cine de la mafia, El Padrino, en el que busca el joven Corleone por todos los medios volver a su familia respetable y que alguna vez un hijo suyo sea senador, en Scarface no hay nadie redimido, sino un capo envuelto en la locura del poder criminal. En su locura, los más grandes capos de la mafia deciden exterminarlo.

Entre los muchos corridos que envuelven a los Ántrax destaca uno justamente con el título de Scarface Renacido, y que se refiere en mucho a la vida de Aréchiga Gamboa, pero que nada tiene que ver con ninguno de los dos Scarface del cine estadunidense, pero sí con esa apología que ellos fueron tejiendo

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