La calurosa tarde del 4 de febrero de 2017 transcurre en completa calma en Imala, una población cercana a Culiacán, Sinaloa. El estado es célebre por ser la cuna de algunos de los narcotraficantes más temibles y poderosos de México: Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo, Amado Carrillo Fuentes, Arturo Beltrán Leyva, Ismael Zambada García, y, desde luego, el más conocido de todos: Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, alias el Chapo, líder del Cartel de Sinaloa, una empresa criminal considerada por las autoridades de Estados Unidos como la “más grande y prolífica organización de tráfico de drogas del mundo”.
Son precisamente sus hijos Iván Archivaldo Guzmán Salazar, de 36 años, y Jesús Alfredo, de 30, mejor conocidos en Sinaloa como los Chapitos, quienes viajan en la camioneta blindada escoltada por el convoy que irrumpe en la quietud del pequeño poblado popular por sus aguas termales y arquitectura colonial.
El 19 de enero el Chapo fue extraditado a la Corte Federal de Distrito Este de Nueva York, donde será juzgado por los últimos 25 años de carrera criminal. Y ahora que es definitivo su fin, Iván Archivaldo y Jesús Alfredo acuden a un encuentro con Dámaso López Núñez, alias el Licenciado, el brazo derecho y hombre de mayor confianza de su padre.
El objetivo es hacer el reparto de responsabilidades, territorio y bienes del imperio criminal de Guzmán Loera, que no es poca cosa. En la corte de Nueva York le achacan haber acumulado personalmente al menos 14 billones de dólares. Una friolera que hasta las familias más honorables se disputarían a muerte.
Durante los últimos 16 años, a base de audacia, ingenio, traición, violencia y millonarios sobornos, Joaquín el Chapo Guzmán logró convertirse en el monarca de un reino que genera anualmente ganancias calculadas por el departamento de justicia americano en billones de dólares anuales, similares a las de Google.
Los hijos del Chapo no van solos al encuentro. En el vehículo antibalas viaja con ellos Ismael Zambada García, alias el Mayo, la otra cabeza del Cartel de Sinaloa y compadre y cómplice del Chapo durante décadas, quien los acompaña para fungir como testigo de honor de los acuerdos a los que lleguen los hijos de su amigo y López Núñez, como un gesto de lealtad y porque quiere evitar una confrontación entre los Chapitos y el Licenciado. A sus 68 años de edad y luego de décadas de ser casi intocable, el Mayo aprendió a ejercer el arte de la neutralidad con la misma gracia con la que un cisne se mueve en el agua: no desea una guerra intestina ni quiere ser parte de ella.
El lugar del encuentro no es distante de uno de los ranchos de Zambada García, quien va custodiado por un numeroso grupo de escoltas bien armadas, dispuesto a defenderlo hasta la muerte. En la ciudad de Culiacán es vox populi que tiene un ejército de más de cuatrocientos hombres.
Cuando el convoy arriba al lugar convenido, Dámaso López Núñez no se encuentra en el sitio. Los hijos del Chapo no comprenden lo que pasa. De pronto, aún con luz de día, comienzan estallidos por doquier. No son fuegos artificiales, es una emboscada. La camioneta queda bajo una tormenta de plomo. Gracias al blindaje y a los asesinos a sueldo del Mayo que repelen el ataque, éste y los hijos del Chapo logran escapar. En el lugar quedan los cuerpos de ocho de los hombres de Zambada García.
Durante el ataque agencias de inteligencia del gobierno de Estados Unidos, que tiene intervenidas algunas comunicaciones en la zona, pudieron escuchar la radiofrecuencia de la policía estatal en la que un oficial con voz nerviosa reportaba el enfrentamiento entre “chapitos” y “damasos” sin que ninguna autoridad interviniera, pese a que el punto estaba a menos de 20 minutos de Culiacán.
“Nadie sospechaba de Dámaso porque era el compadre del Chapo”, comentó días después un familiar de Guzmán Loera, quien dio a conocer los detalles del ataque con la condición de mantener su nombre en el anonimato. Aseguró que los vástagos del capo se están reagrupando en la sierra de Sinaloa para preparar un contragolpe contra el otrora hombre de confianza de Guzmán Loera por su traición y para disputar el trono del reino criminal de su padre.
* * *
Hace 18 años, el poder del Licenciado dentro del Cartel de Sinaloa y su traición eran impensables.
En junio de 1993 el Chapo fue arrestado por el gobierno de Guatemala y entregado al de México, que lo acusaba de haber participado en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo ocurrido en mayo de ese año en el aeropuerto internacional de Guadalajara, donde se supone que Guzmán Loera se había enfrentado con los hermanos Arellano Félix, entonces líderes del Cartel de Tijuana, acérrimos enemigos suyos luego de haber asesinado a Armando López, que era como un hermano para él.
Durante casi tres años Guzmán Loera estuvo recluido en una cárcel de máxima seguridad en Almoloya de Juárez, Estado de México. Gracias a sus abogados, en 1995, logró ser transferido a la cárcel de Puente Grande, ubicada a pocos minutos de Guadalajara, donde vivían su entonces esposa Alejandrina Salazar y sus cuatro hijos: César, Giselle, Iván Archivaldo y Jesús Alfredo.
Desesperado por el encierro, en 1998 el Chapo envió un emisario a la embajada de Estados Unidos en México para hacer contacto con la DEA. En octubre de ese año, Larry Villalobos, entonces jefe de Inteligencia de la oficina de la DEA en México, y Joe Bond, supervisor de Operaciones de dicha agencia, sostuvieron un encuentro secreto con él en el área de atención médica del penal de Puente Grande.
“No voy a volver aquí, yo me mato o me matan antes de que me entregue al gobierno”, dijo Guzmán Loera a los agentes de la DEA con profunda amargura mientras miraba por la ventana añorando su libertad. Propuso a Villalobos y a Bond ayudar a la DEA a atrapar a los Arellano Félix a cambio de que él no fuera extraditado, o de ser así le dieran sólo cinco años de cárcel y luego su libertad. El Chapo odiaba la prisión más que cualquier otra cosa, más que la muerte. Pero no logró llegar a un acuerdo.
Dentro de la cárcel, el futuro para Guzmán Loera era sombrío, hasta que en febrero de 1999 su suerte dio un giro de ciento ochenta grados. Llegó como nuevo subdirector de la prisión un joven ex comandante de la policía judicial de Sinaloa: Dámaso López Núñez, a quien todos llamaban el Licenciado, que entonces tenía 33 años de edad.
López Núñez, nacido el 22 de febrero de 1966 en la comunidad Eldorado, en Culiacán, era un hombre que trabajaba para el Cartel de Sinaloa de tiempo atrás. El cargo de policía lo había conseguido gracias a recomendaciones del Mayo, pero hasta entonces no había probado su valía. Su padre, Dámaso López García, era militante del Partido Revolucionario Institucional (PRI), partido político que lo convirtió en síndico de Eldorado en 2007.
Tras su llegada a Puente Grande, acompañado por un equipo de colaboradores que se hacía llamar los Sinaloas —integrado por comandantes y custodios— en poco tiempo logró hacer que la estancia del Chapo en la prisión fuera más llevadera. Con la complicidad de los directores del penal, Mario Marín, primero, y Leonardo Beltrán Santana, después, así como de autoridades de la Secretaría de Gobernación, López Núñez se convirtió en el genio de la lámpara maravillosa que cumplía todos los deseos del Chapo. Sus caprichos eran variados: pedía teléfonos celulares, comida de los mejores restaurantes de Guadalajara, alcohol, droga, viagra y la entrada de grupos musicales.
Guzmán Loera también solicitaba la visita de prostitutas a todas horas del día, que pasaban con él largas horas en su celda, que no conocía de cerrojos. Para ello, López Núñez ordenaba sacar a los internos de las celdas continuas y los reubicaba en otro lugar mientras duraban las visitas femeninas. El Licenciado actuaba como un perro que respondía a la más mínima seña de su amo y así se fue ganando la confianza ciega de Guzmán Loera. Cuando las trabajadoras sexuales no satisfacían el apetito del Chapo, López Núñez le conseguía a cocineras, enfermeras y afanadoras que trabajaban en la cárcel, quienes a cambio de dinero aceptaban tener relaciones con el prisionero.
La mayoría de las veces el subdirector complacía los deseos de su amo con el dinero que enviaba el primo del Chapo, el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva, el cual distribuía entre el personal del penal y algunos internos con la misma naturalidad de quien reparte caramelos en una fiesta infantil. Pero cuando el dinero no era lo suficientemente persuasivo para hacer cumplir los deseos de su amo, López Núñez recurría al terror. Manuel García Sandoval, quien en ese entonces trabajaba de oficial de seguridad interna en el área donde se encontraba la celda de Joaquín Guzmán Loera, fue testigo.
La tarde del 8 de octubre del 2000 arribó un comando a su casa ubicada en El Salto, una localidad vecina al penal. Estacionó su vehículo en el garaje y dos sujetos se acercaron a la reja para preguntarle si estaba a la venta el terreno baldío de al lado. Cuando él estaba respondiendo, uno de los hombres sacó un arma.
“¡No te muevas, cabrón!”, le dijo mientras el otro se brincó la reja y lo golpeó fuertemente en la cabeza sujetándolo del cuello y aplicándole la llave china mientras el otro también se saltaba.
Los dos lo metieron por la fuerza a su casa. García Sandoval le gritó a su esposa, que se encontraba en la cocina. Al llegar en auxilio de su esposo uno de los hombres la sujetó y la tiró al piso dejándola inmovilizada mientras entraban a la casa otros dos hombres.
Golpearon con saña al oficial de seguridad tirado en el suelo con puños, pies y objetos. Principalmente en la cabeza y el cuello. Eran tres contra uno.
“¡Ya sabes lo que hiciste, cabrón!”, un golpe. “¡Ya sabes porqué!”, otro más.
Repitieron varias veces la rutina. Uno de los agresores intentó quebrarle el brazo y la pierna derechos. Cuando pensó que lo había logrado, ordenó al grupo retirarse.
Aterrorizada, su esposa lo arrastró hasta a la cocina, temiendo que los agresores volvieran. Ahí permaneció hasta que llegó la Cruz Roja, lo internaron en urgencias para después trasladarlo a un hospital del ISSSTE donde atienden a trabajadores del servicio público. Internado en la clínica con el cuello luxado, brazos y piernas molidos a golpes y la cabeza a punto de estallar, García Sandoval recordó lo que había hecho para recibir el furioso escarmiento.
Cuatro días antes de la golpiza le tocó hacer vigilancia en el módulo donde estaba el Chapo. Era de los pocos que hasta ese momento se había negado a entrar al “sindicato”, como llamaban pomposamente a la red de funcionarios públicos que se habían corrompido. Al pasar cerca de ellos, dos reclusos le alargaron la mano para saludarlo.
“Tenemos prohibido saludar a los internos de mano”, respondió al gesto.
“¿Qué te pasa? Ya todo cambió”, le reclamó uno de los internos.
“Para mí no”, respondió secamente García Sandoval.
Para el Señor del tres, como también se referían en la prisión a Guzmán Loera, García Sandoval desafiaba su autoridad. Cuando García estaba de turno, no le permitía bañarse a la hora que quisiera, ni reunirse con los internos.
Ese mismo día le correspondió a García Sandoval trasladar al Chapo a otro punto del penal. Mientras recorrían los pasillos se toparon con el interno Miguel Ramírez González, del mismo dormitorio.
“¿¡Qué tal, señor!?, ¿cómo ve aquí al oficial?”, saludó Ramírez González al Chapo.
“Bien”, respondió Guzmán Loera.
“Sí, es de los incorruptibles”, dijo Ramírez González en tono burlón dando al guardia una palmada en la espalda.
Los autores de la golpiza fueron los Sinaloas, bajo las órdenes de Dámaso López Núñez. A fines de ese mes, el Licenciado renunció al cargo de subdirector, pero continuó visitando a Guzmán Loera en el penal. La última visita la hizo diez días antes de la fuga.4
Fue tras su fuga ocurrida en enero de 2001 que Guzmán Loera comenzó a reescribir su historia, y de un narcotraficante en desgracia pasó a convertirse en el capo más poderoso de todos los tiempos.
Dámaso López Núñez fue pilar en la construcción de su imperio criminal.
“Conocí por primera vez a Dámaso aproximadamente en el 2003, pero había tenido noticia de él desde tiempo antes”, narró al gobierno de Estados Unidos Vicente Zambada Niebla, alias Vicentillo, hijo predilecto del Mayo, quien fue detenido en México en 2009 y extraditado en 2010 a la Corte de Distrito Norte en Chicago, Illinois. Tras años de participar en reuniones de su padre relacionadas con el negocio de las drogas, Vicentillo dio los detalles sobre la importancia de López Núñez en el crecimiento de la organización criminal.
Cuando Guzmán Loera escapó de la prisión fue acogido por el Mayo. Así, el Cartel de Sinaloa se convirtió en una hidra de dos cabezas: Guzmán Loera y Zambada García. Los dos amos del vasto reino de drogas.
López Núñez comenzó a coordinar operaciones para ambos, aunque su jefe directo era el Chapo. Negociaba con los proveedores de cocaína colombianos a nombre del Cartel de Sinaloa para el suministro a Estados Unidos. “Dámaso era el responsable de coordinar con los colombianos para establecer los envíos a través de botes y submarinos que traían de Colombia la droga y los botes que viajaban de México para llevar de regreso los pagos de la cocaína recibida”, dijo Vicentillo.
El Licenciado era diligente y efectivo. En 2008, Zambada García y Guzmán Loera necesitaban un cargamento de 20 toneladas de cocaína pura para el mercado americano. López Núñez se las arregló para conseguir dos embarcaciones grandes con compartimentos ocultos y movió la droga por el Canal de Panamá para llevarla a México.
Cuando el cargamento llegó cerca de las costas de Sinaloa se las arregló para enviar a altamar embarcaciones que descargaron en forma fraccionada y discreta el polvo blanco y lo transportaron hasta una ubicación apartada en playas de Sinaloa. El Mayo, el Chapo y una persona conocida como Keta guardaron una parte de la cocaína en casas de seguridad en Culiacán y sus alrededores, y el Licenciado escondió el resto en casas de seguridad en Eldorado. La operación fue exitosa.
En otras ocasiones, López Núñez se las ingeniaba para transportar la cocaína desde Colombia a México a través de aviones de fumigación que llegaban a transportar hasta media tonelada de cocaína. Para lograr estas operaciones, el Licenciado estableció infraestructura en Guatemala, Belice y Honduras.
Además del apoyo que daba al Cartel de Sinaloa en el trasiego de drogas, Vicentillo aseguró que López Núñez era el responsable de reclutar y organizar ejércitos de sicarios que peleaban a muerte con los enemigos del Cartel de Sinaloa.
Tras las confesiones de Vicentillo, en 2011 la Corte Federal de Distrito Este de Virginia abrió el primer expediente criminal contra el Licenciado, y en 2013 el gobierno de Estados Unidos denunció públicamente a López Núñez como “pieza clave” del Cartel de Sinaloa.6 Su poder fue creciendo más y más con la anuencia y el apoyo de Guzmán Loera.
De ser un simple sembrador de mariguana y amapola, uno más en la sierra de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera logró construir su imperio de tráfico de drogas gracias a su audacia, olfato, una dosis de suerte y varias de violencia y corrupción.
A fines de la década de los setenta, cuando el Chapo era un operador del Cartel de Guadalajara —que luego se convertiría en el Cartel de Sinaloa—, los amos y señores de la droga en el mundo eran los carteles colombianos, en particular el Cartel de Medellín encabezado por Pablo Escobar. México era sólo un trampolín para que miles de toneladas de cocaína cayeran en la alberca sin fondo de Estados Unidos, repleta de ávidos consumidores. Los narcotraficantes mexicanos, que hasta entonces sólo comerciaban mariguana y heroína, facilitaban sus rutas para transportar el polvo blanco.7
Guzmán Loera supo ganarse la simpatía de los colombianos por su eficacia en el trasiego de la coca y la entrega de las ganancias en tiempo récord, que le valió el mote del Rápido. Su prometedora carrera criminal quedó trunca tras su arresto en 1993, pero después de su fuga —la primera— la reinició vertiginosamente hasta convertirse en una leyenda.
Cuando salió de la prisión, el Chapo mejoró el método de operación del Cartel de Sinaloa y lo fortaleció al construir una coalición criminal con otros narcotraficantes llamada La Federación. Ahí quedaron integrados el Cartel de los Valencia, de Michoacán; el Cartel de Juárez, de Chihuahua; Juan José Esparragoza Moreno, alias el Azul, y los Beltrán Leyva, primos de Guzmán Loera.
Durante los siete años que el Chapo estuvo en prisión, los carteles colombianos se fueron debilitando. Al salir, él y Zambada García aprovecharon el vacío y los fueron reemplazando en toda la cadena del negocio. El Cartel de Sinaloa estableció contacto directo con los productores de cocaína en Sudamérica y comenzaron a hacerse cargo de la venta de la droga en las calles de las principales ciudades americanas. Así multiplicaron sus ganancias y, con éstas, su poder.
El mundo se convirtió en un tablero de Turista Mundial del que Guzmán Loera se fue apropiando. Logró el control de los principales puertos mexicanos, tanto en el Atlántico como en el Pacífico, y de las ciudades fronterizas con Estados Unidos y Guatemala. Los confines de su reino se extendieron hasta Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá, convirtiéndolos en zonas de paso y almacenamiento de droga.
El Chapo supo entender y adecuarse a la metamorfosis del mercado de consumidores de droga en Estados Unidos y Europa, y convirtió al Cartel de Sinaloa en el principal productor de metanfetaminas del mundo. Sus negocios llegaron hasta África y Asia, donde estableció fuentes de suministro de los elementos químicos necesarios para la producción de las drogas sintéticas.8
En la corte de Nueva York se le acusa de haber sobornado a funcionarios de todos los niveles de gobierno: federal, estatal y municipal, dentro y fuera de México, a quienes habría pagado millones de dólares para asegurar el libre trasiego de toneladas de drogas del sur del continente a Estados Unidos.
De acuerdo con las autoridades del gobierno de Estados Unidos, los cuantiosos sobornos distribuidos por el Cartel de Sinaloa en el gobierno de México garantizaban que los envíos de droga de Sudamérica llegaran a territorio nacional sin contratiempos y que las toneladas de droga fueran escoltadas directamente por las fuerzas del orden hasta la frontera con Estados Unidos.
En la acusación penal contra el Chapo, el gobierno de Estados Unidos reconoce por primera vez que durante los últimos 10 años de supuesta “guerra contra las drogas” emprendida por el gobierno de México, el Cartel de Sinaloa y Guzmán Loera fueron protegidos por diversas instituciones y los ayudaron a apoderarse de los territorios de los carteles rivales.
Así, con los dados cargados a su favor, Guzmán Loera se enfrentó en una larga y cruenta guerra contra el Cartel de Tijuana, el Cartel del Golfo y los Zetas. Luego hubo una ruptura con sus aliados el Cartel de los Beltrán Leyva y el Cartel de Juárez después de que el Chapo traicionara a su primo Alfredo Beltrán Leyva y lo entregara a las autoridades mexicanas a principios de 2008. Como traicionó, fue traicionado.
Iván Archivaldo Guzmán Salazar, alias Chapito, y Jesús Alfredo, mejor conocido dentro del Cartel de Sinaloa como Alfredillo, son dos de los dieciocho hijos del Chapo con diversas mujeres, pero son los más conocidos por los medios de comunicación, en redes sociales y por la justicia americana.
Chapito tenía 13 años de edad y Alfredillo apenas 7 cuando su padre fue arrestado por primera vez en 1993. De acuerdo con familiares de Guzmán Loera, los dos son sus hijos más cercanos, los preferidos. De todos los vástagos del capo fueron ellos los convidados al encuentro entre su padre y la actriz Kate del Castillo y el actor Sean Penn llevado a cabo en octubre de 2015.
La primera vez que el nombre de Iván Archivaldo cobró relevancia fue a sus 25 años, cuando en 2005 lo arrestaron en Zapopan, Jalisco, acusado de lavado de dinero. Al igual que su padre, fue encarcelado en el penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, pero para él no hubo operativo de fuga. Salió de la prisión tres años después, luego de que un juez desestimara los cargos en su contra.
Mientras en México era exonerado, el gobierno de Estados Unidos le siguió los pasos al Chapito y descubrió su participación en el Cartel de Sinaloa desde por lo menos 2005 hasta 2014. En 2013 fue acusado formalmente en la Corte Federal de Distrito Sur de California de traficar cocaína y mariguana a Estados Unidos, recaudar las ganancias de la venta de esa droga y lavar el dinero comprando autos y aeronaves lujosas. Desde junio de 2014 pende sobre su cabeza una orden de arresto en Estados Unidos.
A los 19 años de edad, su hermano Alfredillo también sucumbió a los tentáculos del negocio familiar, llegando a tener incluso un papel más relevante que su hermano mayor. En la Corte de Distrito Este de Illinois lo acusan de participar desde 2005 —el mismo año de iniciación de su hermano— en operaciones de narcotráfico en al menos nueve países de América Latina, incluyendo México. También le achacan colaborar en el tráfico y venta de droga en California, Illinois, Michigan, Ohio, Nueva York, Washington, Wisconsin y Massachusetts, así como tráfico de armas y pago de sobornos a funcionarios públicos.
Cuando Guzmán Loera fue detenido por el gobierno de México en febrero de 2014 en un operativo coordinado por la DEA en Mazatlán, Sinaloa, pese al trabajo que el Chapito y Alfredillo llevaban a cabo dentro del cartel, el Chapo prefirió confiar las riendas del negocio al Licenciado y no a sus vástagos.
El capo consideraba que sus dos hijos aún no estaban preparados para hacerse cargo. Le preocupaban sus exhibiciones en Facebook y Twitter mostrándose con armas, dinero, mujeres, autos de superlujo, leones y tigres. En cambio, su compadre Dámaso López Núñez tenía un perfil mucho más discreto y era bien conocido por proveedores y grandes distribuidores de la droga, lo que garantizaba confianza y estabilidad en el negocio.
La decisión del Chapo fue respetada por sus dos hijos y su socio el Mayo Zambada. El Licenciado cuidó con diligencia los intereses del Chapo dentro del cartel, mientras acumulaba más poder. Cuando a mediados de 2015 Guzmán Loera logró escapar de nueva cuenta de un penal de máxima seguridad, sin mayor problema retomó las riendas de su negocio criminal sin ninguna resistencia tangible por parte de López Núñez.
Las cosas cambiaron radicalmente en enero de 2016 tras la reaprehensión de Guzmán Loera en Los Mochis, Sinaloa, y la inmediata solicitud de extradición del gobierno de Estados Unidos.
Tras los primeros meses de prisión, los hijos del capo se percataron de que el poder de su padre estaba debilitándose. En febrero de 2016 Emma Coronel Aispuro, ex reina de belleza con quien se unió en 2007, rompió el tradicional silencio que guardan las compañeras sentimentales de los capos para defender a Guzmán Loera. Acusó al gobierno de México de querer asesinarlo mediante torturas en la prisión, como la prohibición del sueño, lo que le había provocado ya varios conatos de infarto.9 El Chapo se había quedado solo de repente, como un rey sin súbditos. El fin de su era había comenzado.
Ante la debilidad de su padre, e incluso el temor de su muerte, Chapito y Alfredillo comenzaron a presionar al Licenciado para que compartiera el negocio de su padre con ellos. Le habrían reclamado dinero, propiedades y espacio para participar en el negocio del tráfico de drogas. El Licenciado les dio largas, sin confrontarse directamente con ellos. Ante el evidente declive, él fue adquiriendo mayor poder y lealtades dentro de la facción del Chapo.
Súbitamente comenzaron ataques armados contra la familia de Guzmán Loera, otrora impensables.
La ranchería de La Tuna, ubicada en Badiraguato, Sinaloa, es el terruño que vio nacer al Chapo. Ahí vivía su madre, Consuelo Loera, de más de 80 años de edad, una ferviente cristiana que acostumbraba pasar la mayor parte del tiempo en la iglesia rezando por la salvación del alma de su hijo.
Según Emma Coronel, para el capo su familia es lo más querido e importante, y su madre por encima de todo y todos.
Nadie había sido capaz de desafiar el poder del capo en su propia tierra. Nadie hasta la mañana del 11 de agosto de 2016 cuando un comando armado de más 50 hombres vestidos de negro y encapuchados irrumpió súbitamente en la ranchería.
La madre de Guzmán Loera se encontraba en su casa bajo el cuidado de una mujer que la ayudaba en las tareas de limpieza. El grupo armado ingresó a la casa de la señora Consuelo, apuntaron con un arma a la persona que la cuidaba y le quitaron su teléfono celular, mientras que a la madre del Chapo le exigieron las llaves de la casa. Le robaron unas cuatrimotos y cortaron el internet para dejarla incomunicada.
El asalto a la hacienda duró unos minutos y después los hombres armados salieron para rafaguear y quemar las casas aledañas donde vivía gente que trabajaba para la familia Guzmán Loera. Las paredes de las viviendas y los vehículos quedaron como coladera. Ni el letrero de bienvenida a La Tuna quedó ileso.
Testigos de los hechos narraron que de una de las casas sacaron a una mujer de avanzada edad y le prendieron fuego a la choza para que su hijo, que se ocultaba adentro, saliera. Cuando logró escapar de las llamas, lo acribillaron frente a su madre.
Mientras el grupo armado atacaba a los otros habitantes de la ranchería, Consuelo Loera y la mujer que la cuidaba lograron huir a bordo de una avioneta que despegó de una de las pistas clandestinas que hay en el lugar, piloteada por un hombre de confianza. La madre del Chapo quedó aterrorizada y se refugió en Culiacán con una de sus hijas.
Ese día en La Tuna fueron asesinados tres hombres y en la ranchería vecina conocida como Arrollo Seco otros dos. Ahí el comando armado quemó el cuerpo de un hombre de la cintura para abajo.
El Chapo quedó en shock cuando fue informado de lo que había pasado. Las autoridades penitenciarias le permitieron hacer una llamada a su madre.
Durante los siete días posteriores al ataque, el comando siguió aterrorizando a la población en La Tuna, La Palma y Arrollo Seco, provocando el éxodo de sus habitantes. Testigos de los hechos afirman que los hombres armados gritaban que iban de parte de los Beltrán Leyva y de Alfredo Betrán Guzmán, alias el Mochomito.
El Mochomito, de 24 años de edad, es hijo del matrimonio entre Alfredo Beltrán Leyva —traicionado por el Chapo en 2008— y Patricia Guzmán Núñez, sobrina del capo. Pese a la guerra que hubo entre las dos familias, el joven era considerado como uno más del clan Guzmán Loera y acudía a las reuniones familiares. La señora Consuelo lo quería como a un nieto.
El clan de los Guzmán Loera estaba seguro de que el autor intelectual y material era el muchacho aliado con el Cartel de los Beltrán Leyva y el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Pero la mala racha no terminó ahí.
La noche del 14 de agosto de 2016 Chapito y Alfredillo acudieron al restaurante de moda en Puerto Vallarta, Jalisco, llamado La Leche, frecuentado por políticos y artistas. Los hijos de Guzmán Loera se reunieron en el lugar para festejar la despedida de soltera de su prima Esmeralda. Había cerca de una docena de invitados, la gran mayoría miembros de la familia.
En la madrugada, cuando quedaban sólo ellos y personal del lugar, cerca de cinco hombres con armas largas ingresaron al restaurante. Instintivamente los hombres y las mujeres se agacharon e intentaron esconderse bajo la mesa pensando que iban a rafaguearlos. Ellas lograron escapar del grupo de plagiarios, pero se llevaron a seis de los asistentes, entre ellos a los dos vástagos del capo, a su primo José Manuel Díaz Burgos y a otros parientes.
Fue un golpe con precisión de cirujano. Nadie se explicaba cómo había podido darse el ataque tan certero. Iván y Alfredo acostumbraban desplazarse con guardias de seguridad y hasta francotiradores, y pocos sabían sus movimientos y paradero. La familia estaba convencida de que era un nuevo ataque del Mochomito y sus aliados.
A las pocas horas el gobierno de Jalisco afirmó que el “levantón” había sido orquestado por el CJNG. Cuatro días después los seis levantados fueron liberados gracias a la intervención del Mayo Zambada. Un miembro del clan Guzmán Loera aseguró que, además de haber pagado dinero, hubo una forzada negociación de territorios con el cartel enemigo.
El 10 de diciembre pasado el Mochomito fue detenido en Zapopan, Jalisco. Pero con ello no terminaron los problemas para el Chapo. El muchacho había servido sólo como distractor, una cortina de humo para esconder el rostro del verdadero traidor.
A la par de los ataques a su familia, la salud del Chapo se fue deteriorando seriamente. Luego del ataque a la casa de su madre y el secuestro de sus hijos, el 24 de agosto de 2016, en un Protocolo de Estambul mandado a hacer por la defensa de Guzmán Loera —estudio que se aplica en los casos de presuntas torturas— el médico detectó que el antes todopoderoso e invencible capo presentaba “trastorno de ansiedad generalizada y un trastorno neurocognitivo leve”. Un mes después, en una audiencia en un juzgado de Chihuahua, en el penal federal que fue su última morada antes de la extradición, el Chapo admitió ante el juez que le dolía mucho el cerebro y estaba mal de la memoria.
Tras los ataques y el precario estado de salud de Joaquín Guzmán Loera dentro de la prisión, su sólido imperio otrora de acero, se hizo de cristal. La extradición fue el último golpe que lo derrumbó. Lleva dos meses encerrado en una prisión de Manhattan. Su defensa se queja de que la condición mental del capo se ha deteriorado y ahora hasta tiene alucinaciones.
Fue tarde cuando el clan de los Guzmán Loera comprendió quién estaba detrás de los ataques a La Tuna y el secuestro de los hijos del Chapo. De acuerdo con familiares del capo, tras la emboscada en Imala, Chapito y Alfredillo lograron capturar a un operador de López Núñez, quien supuestamente confesó que había sido la traición del Licenciado lo que había provocado la última detención de Guzmán Loera y los ataques a la familia.
Así se enteraron de que el alguna vez hombre de confianza del Chapo se había aliado con el Cartel Jalisco Nueva Generación, Alfredo Beltrán Guzmán, lo que quedaba del clan de los Beltrán Leyva y los Zetas para hacer la guerra a los hijos de su exjefe y así quedarse con el trono.
A la par de una guerra de fuego, como una estrategia para debilitar a los dos hijos del Chapo dentro del cartel, López Núñez llevó a cabo durante meses una guerra cibernética contra ellos. Ordenó crear blogs y cuentas de Facebook donde se les acusaba de estar colaborando con la DEA, delatando a integrantes del Cartel de Sinaloa a cambio de protección para su padre.
Quien fuera el hombre de confianza del Chapo ideó transformar el apodo de los Chapitos en los Sapitos (delatores) para provocar dentro del cartel desconfianza contra ellos. Él mismo supervisaba el contenido de la campaña sucia y monitoreaba su efectividad.
“Los muchachos no tienen gente, no tienen cómo pelear contra Dámaso”, explicó un familiar del Chapo, “sólo podrían hacerle la guerra si cuentan con la ayuda del Mayo”. Pero dentro del cartel es sabido que Zambada García no quiere pelearse con el Licenciado y a toda costa quiere evitar un baño de sangre que afectaría el negocio.
Oficiales de la DEA confirmaron que quien quedó como sucesor de Joaquín Guzmán Loera en su facción dentro del Cartel de Sinaloa es Dámaso López Núñez, quien en poco tiempo será incluido en la lista de los más buscados por el gobierno de Estados Unidos.
La última imagen que tienen de él las autoridades data de hace más de 15 años. En ella lleva barba de candado que ayuda a esconder la visibilidad de sus facciones. Hoy sería difícil reconocerlo en la calle.
A sus 50 años de edad y con más de un metro setenta de altura, de la apariencia de aquella foto lo único que el Licenciado conserva es la complexión delgada y en buena forma. Ahora lleva un corte de pelo casquete corto, como militar; el rostro afeitado hace destacar su barbilla partida y sus mejillas abultadas como si mascara balas. Sus ojos oscuros y pequeños, enmarcados por cejas como azotadores, son como ojivas.
Quienes lo conocen señalan que se maneja con bajo perfil. No es ostentoso en joyas ni ropa. Lo describen como un hombre astuto, temerario, explosivo y sanguinario, que no se tienta el corazón para tomar decisiones que tengan que ver con el negocio de las drogas.
La era del Chapo en el Cartel de Sinaloa llegó a su fin. Comienza la de Dámaso López Núñez, su sucesor.