Fue como un pleito en casa: en la cocina o en la sala. En la recámara. Policías y delincuentes. Policías delincuentes.
Los hechos empezaron el martes 14 a la hora en que la gente sale a laborar. Ana María Sánchez Figueroa salió de su casa antes de las nueve, pero no llegó a su trabajo, una empresa de fertilizantes. Un comando la atajó. Le quitó la camioneta Ford Escape que conducía y la subieron a un auto compacto.
Algo le reclamaban. La pasearon por la ciudad y visitaron, secuestrada y secuestradores, varios bancos.
El C-4 había dado cuenta de los hechos y policías ministeriales y municipales se dieron a la búsqueda de la unidad color arena.
Alrededor de las cuatro de la tarde, la camioneta fue localizada por agentes de la Policía Ministerial frente al Banamex que se encuentra por el bulevar Manuel Clouthier, muy cerca de Emiliano Zapata, y fue reportada a los mandos.
Se detectó la presencia de hombres armados con chalecos antibalas y se decidió que el abordaje se hiciera por parte de las Bases de Operaciones Mixtas y Urbanas, BOMU, que, se supone, cuentan con mayores pertrechos para sostener, en su caso, un enfrentamiento.
Alrededor de las 16:50 horas, la unidad se desplazó hacia el sur por el bulevar Clouthier y terminó introduciéndose en la colonia Antonio Toledo Corro. Fue seguida en todo el trayecto y a distancia por patrullas de la Policía Ministerial, que seguía solicitando la intervención de las BOMU.
Policías municipales y ministeriales cruzaban información, pero era confusa, errónea o dolosa. Del sistema de radio de la Policía Municipal salió la indicación de que la camioneta se dirigía al sector Barrancos, pero agentes ministeriales que tenían a la vista la unidad sabían que no era así.
Al llegar al cruce de Mina Cerro de la Bufa y 15 de Septiembre, policías municipales le dieron alcance al comando. Dos de los sicarios se bajaron de la unidad, avituallados con pecheras y portando fusiles. Les pidieron no disparar y se presentaron: “Somos gente del Iván…”.
En ese momento la unidad de la Policía Ministerial que también seguía al comando llegó al lugar apuntando a los sicarios. Se bajaron en el cruce de Mina Tayoltita y 15 de Septiembre y se apostaron detrás de árboles y casas, apuntando. Les gritaban a los sicarios que se entregaran pero éstos levantaron las armas y empezó la refriega.
Fue un instante. Alrededor de treinta impactos de distintos calibres destrozaron el vehículo de Ana María Sánchez, en cuya parte trasera se podían observar artículos de limpieza.
EL RASTRO DE SANGRE DE LOS SICARIOS.
Por los Matra se escuchaban voces confusas, unas pidiendo refuerzos y otras que no se disparara.
Tres gatilleros corrieron por Mina Cerro de la Bufa hacia la calle Gustavo Díaz Ordaz y a media cuadra se introdujeron en un domicilio. Antes de hacerlo, uno de ellos se quitó la ropa y la dejó en el suelo, junto con una pistola y una gorra.
Dos de ellos iban heridos, de acuerdo con testimonios recogidos por Ríodoce en el lugar. Escalaron al techo y de ahí corrieron buscando refugio, dejando rastros de sangre a su paso. Uno de ellos corría con una mano sobre su cara.
Cuando llegaron a la vivienda ubicada en la esquina de Tayoltita y Díaz Ordaz, se escondieron en el segundo piso. Se encontraban dos señoras y varios niños. Les pidieron ayuda; ropa, y que les limpiaran las heridas.
Pero habían pasado solo unos minutos cuando las azoteas se poblaron de policías. “Puro gobierno”, narraron los vecinos. También por las calles. Todos con uniformes azules y algunos de civil.
Apuntando siempre con sus armas, se metieron a la casa y detuvieron a los tres sicarios. Uno iba casi desnudo, solo con un boxer. Los sacaron a la calle y los subieron a las patrullas.
Pero en la esquina donde se produjo el enfrentamiento las cosas no se habían calmado. Varios jefes policiacos hicieron acto de presencia en pocos minutos, entre ellos el coordinador de Investigaciones de la Policía Ministerial, Martiniano Vizcarra. Aquello se había llenado de policías, sobre todo municipales y de la Ministerial.
Un agente que estuvo en el lugar narró que ya que había pasado la balacera y privaba todavía el desconcierto, cuando arribaron al lugar varias camionetas con hombres armados. Uno de ellos, joven y bien vestido, se bajó y se dirigió al comandante Martiniano Vizcarra. Pidió que se bajaran las armas.
“No venimos a pelear —habría dicho—, soy el Veinte, gente de ‘los menores’… solo queremos llevarnos las armas y a los plebes”.
Martiniano Vizcarra —narró el policía—, lo miró y le dijo: “Váyanse a la verga de aquí”.
“Está bien, jefe”, habría sido la respuesta del que había llegado, para luego retirarse con su gente.
La retirada
En pocos minutos aquello se convirtió en un infierno azul. Policías de todas las corporaciones se movían de un lado a otro pero nadie sabía —al menos eso decían— lo que estaba ocurriendo. Ni los jefes. Carlos Héctor Ochoa Polanco, jefe de la policía municipal de Culiacán, dijo desconocer a qué corporación se habían enfrentado los sicarios, cuando fueron patrullas municipales quienes se atravesaron al paso del comando.
Pero así como llegaban, muchos agentes y patrullas pusieron tierra de por medio. Cuando todavía saltaban pedazos de metal de la carrocería ametrallada y no se disipaba el olor de la pólvora, varias patullas se retiraron del lugar.
Se dieron cuenta del peligro o recibieron órdenes, el caso es que muchos agentes que se supone debían estar de refuerzos en el lugar de los hechos, mejor optaron por alejarse.
Cuando Ochoa Polanco llegó, los tres gatilleros ya habían sido llevados, por policías a su mando, a la clínica privada Cemsi Chapultepec, para que fueran atendidos.
Adentro de la camioneta se encontraron dos fusiles, un AR-15 con accesorio para lanzar granadas y un AK 47, pertrechos, un radio y cargadores, uno de disco. Abajo estaban dos chalecos antibalas destrozados.
“No hay detenidos”: Martín Robles
Por eso extrañó la declaración del subprocurador de justicia, Martín Robles Armenta, cuando, al día siguiente, informó a algunos medios que no hubo personas detenidas.
“Ahí se dio una persecución por parte de agentes de policía ministerial, después se incorporaron otras corporaciones policíacas, hubo un enfrentamiento, hubo una camioneta Escape abandonada…
“Se aseguraron dos armas largas, una arma corta y otros aditamentos tácticos. Se le dio seguimiento al asunto ese, tuvimos el reporte de dos personas lesionadas que ingresaron a una clínica y al momento de constituirse las autoridades ahí, no fueron localizados”.
Eso dijo. Nunca que los sicarios habían sido llevados a la clínica por la misma policía.
Todavía el viernes, el propio procurador de justicia, Marco Antonio Higuera Gómez, confirmó la postura y solo dijo que uno de los heridos ya estaba identificado, aunque no dio a conocer el nombre.
Al día siguiente de los hechos, se le preguntó al jefe de prensa de la Procuraduría de Justicia, Guadalupe Martínez, por los detenidos. Hasta dónde sé, dijo, no hay detenidos. Se le comentó que Ríodoce registró la detención de tres, basado en testimonios de los vecinos. “En estos casos nunca hay detenidos”, dijo.
Ana María, un misterio
Aunque todo empezó con el secuestro de Ana María Sánchez, las autoridades no hablaron mucho de ella. El “levantón” fue reportado desde la misma mañana en que ocurrió y desde ese momento el C-4 se puso a buscar la unidad.
Se dijo, en el lugar de la balacera, que a ella la traían en un auto compacto, pero esto no fue confirmado.
El jueves, su esposo solicitó, a través de redes sociales, información que pudiera servir para su localización. Por la tarde del jueves, informó que su esposa ya estaba en casa. No dio detalles de cómo llegó o dónde fue liberada.
Sobre los móviles del ataque, se ha guardado el más absoluto silencio.