En Badiraguato se libra una batalla intestina. Nada nuevo en los negocios ilegales desde la seda y las especias hasta el güisqui y las drogas. Abundan las historias de Caín contra Abel. Ya torcido todo entre las familias, cualquier pretexto desata de nuevo la batalla.
Los secretos de Badiraguato trascienden los mitos que la rodean. Los personajes han sido vecinos inconformes que han convivido por varios años, a veces respetándose en códigos que muchos dicen apagados, y otras violando hasta lo más elemental. Al fin que la máxima es más vieja incluso que el corrido que la hizo famosa, en 1971 Camelia la Texana acuñó: “La traición y el contrabando son cosas incompartidas”.
Un detalle revela los alcances: siete días después de los enfrentamientos armados en la sierra de Badiraguato, la reja de la casa de la mamá del Chapo, Consuelo Loera, estaba clausurada. Como quien sale sin prisas y no se olvida de cerrar puertas y ventanas. Así lo comprobó el primer grupo de reporteros que alcanzó a llegar a la cuna de los Guzmán, justamente una semana después del primer reporte sobre enfrentamientos. Camarógrafos y fotógrafos llegaron a la par de la Marina, el Ejército y las Policías Ministerial y Estatal Preventiva y encontraron la reja cerrada. El fuego, en realidad, ya se había apagado. La casa no mostraba un solo rasguño, impecable.
Pero cinco días después, ya con el Ejército y la Policía Ministerial en las veredas polvosas para llegar a La Tuna, era posible entrar al portal de arcos de la casona rosa con tejas color ladrillo. Y hasta pasar al baño de la parte trasera, o fotografiar las muchas plantas que rodean la finca como recién regadas, o el ganado ordenado en su corral sin peligro de morir de hambre o sed.
El único funcionario de alto nivel que arribó hasta La Tuna es Moisés Melo, el Coordinador Estatal de Seguridad —y Martiniano Vizcarra, mando cercano a Jesús Antonio Aguilar Íñiguez—, se apresuró a aclarar oficialmente que la casa de la madre del Chapo, y la misma señora Consuelo Loera, no habían sido atacadas en ningún momento, y la prueba estaba a la vista, es decir, la casona rosa que destaca en lo seco del paisaje.
Con todo y que la presencia militar y policiaca aplacó los ánimos, en Badiraguato se libra todavía esa batalla. No empezó la madrugada del 11 de junio; el primer ataque fue días antes cuando asesinaron a Raúl Muro Valdez, junto a uno de sus trabajadores. Aunque podría decirse que empezó meses atrás —en diciembre—, con el asesinato del hermano de Raúl, Cristóbal Muro Valdez. Todos coinciden en que Raúl ni vela tenía en todo el conflicto, pero su asesinato desató de nuevo el enfrentamiento.
Después de cinco días de balaceras y comandos armados que circularon por los caminos de la sierra, ninguna autoridad siquiera se acercó o confirmó lo que ocurría en Badiraguato. La estrategia del Estado de nueva cuenta es mantenerse al margen, o a veces influir a favor de alguno de los grupos.
Finalmente, el gobierno de Sinaloa incursionó en la sierra y ahora sabe que no puede mantener esa presencia de efectivos en la zona por más de una semana. Menos después de lo ocurrido desde el jueves en Cosalá y Mazatlán, que apenas en tres enfrentamientos sumaron nueve muertos, y alcanzaron 17 en apenas 48 horas.
Margen de error
(Help) La guerra solo entró en una pausa, ambos grupos en conflicto están reagrupándose ahí mismo, en las veredas de Badiraguato, por donde no circulan vehículos y que conocen mejor que nadie los pobladores. Por la montaña, en campamentos y pequeñas cabañas, se mantienen grupos armados a la espera de un nuevo enfrentamiento, porque la raíz del conflicto sigue enterrada.
De ahí la insistencia de Mario López Valdez de solicitar a la Marina y al Ejército, refuerzos en la zona serrana. Este martes Malova se va a reunir con los titulares de Semar y Sedena con esa petición, que difícilmente podrán atender con los conflictos en Oaxaca y sin un cebo interesante que los atraiga. Como sí pasó cuando tenía el gobierno federal la urgencia de recapturar al Chapo.
Hoy, Peña Nieto tiene otros conflictos mayúsculos que le explotaron en la mano, como para pensar en alguno de los objetivos de la delincuencia organizada que se refugian en Badiraguato.
Oficialmente el gabinete de seguridad sigue manejando la tesis de un conflicto de familias y niega cualquier evidencia de homicidios entre el 11 y el 15 de junio, cuando se desataron los demonios en Badiraguato y se intentaron cobrar cuentas.
Pero cada día los testimonios desmienten a la Procuraduría y al Coordinador de Seguridad.
Mirilla
(Viejos rencores) La conexión de lo ocurrido en La Tuna, Badiraguato, en los últimos 15 días, se remonta a seis meses atrás, cuando en San José del Barranco, una pequeña comunidad cercana a La Tuna, asesinaron a Cristóbal Muro Valdez y sus siete escoltas.
O antes, en abril de 2015, cuando asesinaron a Ernesto Guzmán Hidalgo, suegro de Alfredo Beltrán Leyva. En ambos casos, se trata de una historia todavía contada de manera incompleta.
DEATRASALANTE
(2008) Si algo demostró la guerra de 2008 es que las fuerzas del Estado están penetradas por la delincuencia organizada, en todos los niveles. La Operación Limpieza de Felipe Calderón acusó a altos funcionarios encargados del combate al tráfico de drogas, al mismo tiempo que como nunca fueron asesinados en Sinaloa agentes de las policías municipales y ministerial, donde ellos mismos tomaron partidos en la guerra interna de las organizaciones delictivas