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El hijo del Chapo Guzmán: orgías, Ferraris, Ak 47, leones y balas, muchas balas

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Iván Archibaldo Guzmán intentaba organizar fiestas para sacarse la depresión que se le había quedado impregnada en el alma después de que detuvieron a su viejo. Así que a principios de febrero del 2014  va con su guardia pretoriana y sus mejores amigos a Mar and Sea, restaurante propiedad de Juan S. Millán, ex gobernador de Sinaloa e íntimo del jefe del cartel. El tequila, las prepagos y los mariscos llegaban en oleadas a las mesas en donde se divertían los mafiosos, cuando unas luces multicolores empezaron a llegar de afuera. 160 soldados, como si de arañas se trataran, empezaron a trepar las paredes, a derribar puertas, a poner contra el suelo a la crema y nata del Cartel de Sinaloa.

Con la calma e inteligencia heredada de su padre, Iván Archibaldo se levanta de la mesa, toma del brazo a un mesero, lo lleva hasta el baño, le da unos cuantos billetes de cien dólares arrugados y el muchacho se quita su esmoquin blanco y se lo da al chapito. Este, bajando la mirada, se escabulló por la puerta trasera rozándole los hombros a sus perseguidores, perdiéndose entre la oscuridad de la noche, haciendo honor al legado de su padre, el rey de los escapes.

En el operativo que duró nueve horas la Secretaría de la Defensa Nacional de México decomisó  cinco vehículos de lujo y una docena de cargadores de rifles AK-47. El principal objetivo de la operación, la detención del hijo preferido del narcotraficante más temible que conociera la tierra desde los infaustos años de Pablo Escobar, no se había conseguido. El muchacho de 32 años estaba acusado de lavado de activos, de ser el testaferro de un emporio que incluye sectores inmobiliarios, hotelería y turismo, agencias automotrices y también del asesinato de dos personas.

El Chapito nació el 15 de agosto de 1983 cuando su padre era un joven narcotráficante a las órdenes de Miguel Ángel Gallardo Félix, alias “El Padrino”, el último capo de la mafia que supo llevar con firmeza, autoridad y paz a los carteles de la droga desperdigados por México. Hace treinta años los mafiosos mexicanos veían horrorizados como en Colombia los carteles podían declararle la guerra al Estado arriesgando sus vidas y sobre todo sus bienes. Con la muerte de Gallardo la situación cambiaría dramáticamente. Comprar policías ya no era la única opción, ahora, si lo disponían, los acribillaban sin mediar amenazas.

Sin embargo, matar policías mexicanos no es lo mismo que cargarse a un agente especial de la DEA. El secuestro, tortura y posterior asesinato de Enrique Camarena Salazar, fue la declaración de guerra que El Chapo y el cartel le hicieron a los Estados Unidos. A partir de allí empezaría un espiral de sangre y fuego que ha dejado, en dos décadas, más de doscientos mil muertos.

Iván Archibaldo creció escuchando conversaciones en donde se daban detalles de los atentados que su padre perpetraba contra los carteles de Tijuana, del Golfo de Juárez, contra los Beltrán Leyva y los Zetas. Vio torturas en el jardín de su casa y se sobrecogía con pesadillas en donde cabezas de hombres yacían montadas sobre el caparazón de una tortuga gigante. Como compensación el niño recibía todo lo que le pedía a su padre. La abnegación que El Chapo sintió hacia los nueve hijos que tuvo con tres mujeres diferentes se vio en los regalos que le dio a cada uno de ellos. Desde helicópteros hasta metralletas bañadas en oro regaladas cuando él apenas había cumplido doce años, fueron algunos de los obsequios que le traía Papá Noel.

Y los regalos siguieron llegando y ahora cuando es un hombre que supera los treinta, con orgullo le ha dado por mostrar sus juguetes por Twitter. Desde Kalashnikov doradas hasta tres cachorros de león, pasando por Ferraris, Maserattis, yates o helicópteros de última tecnología, modelos, reinas o un batallón de hombres armados a su disposición. Como una pequeña babilonia, toco cabe en las cuentas que tiene en sus redes sociales.

El Chapo intentaba suplir la ausencia constante en su hogar dando suntuosos presentes. Nunca le importó que a los 26 años Iván Archibaldo no hubiera acabado el bachillerato. En su conciencia católica sentía culpa por haberse separado, por motivos judiciales, de Alejandra Salazar Hernández, la madre del Chapito cuando este tenía 12 años. Durante la siguiente década el único contacto que iba a tener el niño con su padre era cuando lo visitaba en el penal de Puente Grande. En ese tiempo Alejandra se convirtió en la figura de autoridad que tenía que respetar Iván Archibaldo y en su principal sustento económico.

La vida para El Chapito cambiaría abruptamente cuando en junio del 2005, mientras salía de una fiesta, fue  detenido en Guadalajara acusado de lavado de dinero. Además se le acusaba del asesinato de una pareja en el bar Balibar de Sinaloa a raíz de una discusión. Se esperaba una condena larga e inapelable pero usando la pesada influencia de su padre, el joven salió libre en el 2008. Jesús Guadalupe Luna Altamirano, el juez que dictó su liberación, estuvo bajo la lupa de las autoridades por un probable soborno que al final nunca se pudo comprobar.

Uno de los alegatos de su defensa fue que el joven se había iniciado económicamente a los 17 años como mensajero de un despacho de abogados, trabajo que le permitió ahorrar cuarenta mil pesos, suma que le sirvió para montar un taller de hojalatería y pintura con el que presuntamente se ganaba la vida. La mayoría de sus clientes tenían camionetas Lexus; casi todos los dueños de esas naves era él mismo.



Diez años después de lo ocurrido y teniendo en cuenta la ostentación de la que hace gala en su cuenta de Twitter, Iván Archibaldo Guzmán es mucho más que un simple latonero. Además por sus trinos queda claramente patentado que el heredero del capo más famoso de México sabía las intenciones de fuga de su padre. El 28 de junio trinó esta frase: “Seguiremos trabajando contra el poder del Estado, les mandó a decir el señor de la Tuna”. El nueve de mayo había dejado explícito el regreso de su padre cuando publicó este trino: “No miento, he llorado pero es de hombres y ahora va la mía, traigo gente armada y les prometo que el general pronto estará de regreso”.

Y ahí, desde esa trinchera en la que ha convertido sus redes sociales, ha aprovechado para amenazar de muerte a Donald Trump, creando todavía más adeptos entre la población latinoamericana que, magullada por la pobreza y la injusticia, encuentra en gente como El Chapo Guzmán o su hijo la última esperanza para tener la venganza contra todos los vejámenes que la vida les ha dado por culpa de esos, “ putos gringos chingados”, como los llama el Chapito.

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